Con un concierto dedicado a la obra temprana de Astor Piazzolla, el Centro Cultural Kirchner reabrió el viernes su sala mayor para la música en vivo. Apenas las condiciones sanitarias y las disposiciones al respecto lo permitieron, el CCK –que en tiempos de pandemia multiplica sus funciones y de día es un centro de vacunación–, se mostró listo y con todos los recaudos en materia de protocolos para remontar su grilla artística. El ciclo dedicado al centenario del nacimiento de Piazzolla, que comenzó el pasado marzo, retomó así su curso de la mejor manera, con el primer capítulo de la sección “Ensambles históricos” y un concierto dedicado a lo que en la biografía piazzoliana se conoce como la “Orquesta del ‘46”.

Aquella orquesta típica en su formación y reformista en su concepción, encontró su reflejo actual en una formación notable – joven, vigorosa y con los estilos bien puestos, como aquel Piazzolla–, que tuvo como director y primer bandoneón a Daniel Ruggero. Santiago Polimeni, Alejandro Guerschberg y Natsuki Nishihara completaron la línea de fueyes. También sonaron César Rago, Manu Quiroga, Julio Domínguez y Ernestina Inveninato en violines, Elizabeth Ridolfi en viola, Jacqueline Oroc en cello, Fulvio Giraudo en piano y Cristian Basto en contrabajo.

Volver a volver

No deja de ser extraño “volver a volver” espectáculos con público en la ciudad cambiada por la pandemia. Hay un falso silencio, una sensación de soledad multitudinaria, mientras se camina por avenida Corrientes abajo, cuando la tardecita de invierno retira sus luces, el frío ajusta sus tientos y el desierto saturado de presencias se va diluyendo a medida que se llega a la zona de la City, donde aunque no haya un alma se percibe que el músculo duerme y la ambición trabaja. Persiste cierto extrañamiento también cuando se entra al viejo edificio de Correos por calle Sarmiento y en el hall se encuentran sillas dispuestas para el plan de vacunación, antes de que la bendita pistolita de la fiebre apunte con su rayo delator y habilite el ingreso.

Resulta raro también pasar en silencio debajo de la gran lámpara azul de LeParc y al espiar por los costados ver el brillo del blanco sanitario de los boxes instalados para realizar las inoculaciones y más allá las mesitas de los certificados. Y en el fondo, en la gran plaza debajo de la Ballena, donde hay más sillas, ver un escenario en el que de día hay música en vivo para acompañar a las y los felices vacunados. La música sana, se sabe, pero cuando es en vivo, vivifica. Desde ahí, todas las escaleras del CCK conducían hacia una dosis nocturna y sin contraindicaciones de Piazzolla '46.

El espíritu del '46

El concierto, que se transmitió en directo por el canal de YouTube del CCK –donde todavía está “colgado”, junto a las últimas producciones del centro cultural para ver de manera gratuita– comenzó con “Villeguita”. El sonido compacto pero no rígido de la orquesta, el sutil andamiaje rítmico para que los bailarines escuchen, el articulado solo de violín –el primero de una serie que a lo largo del concierto que Rago fue resolviendo con maestría– y el final con los bandoneones embalados en la variación: ahí estaba Piazzolla tirando de la línea decariana para socavar con gestos breves pero elocuentes las bases del orden bailable. Los arreglos de “Triunfal” y “Prepárense” que Piazzolla hizo para Troilo señalaron la continuidad del concierto. Ahí, la temida “goma de borrar” con la que Pichuco defendía su estilo atentó contra en el vigor sonoro y la exigencia instrumental, para jugar sobre la riqueza de la contramelodía, los matices, los diálogos y más solos notables.

El repertorio volvió a aquel espíritu del Piazzolla del ’46 con “Juan Manuel Fangio” y “Juan Sebastián Arolas” –donde se escucha uno de los primeros capítulos de una personal conexión bachiana– a los que más tarde siguió “El recodo”, de Alejandro Junnissi, después de “Marrón y azul”, “Lo que vendrá” “Melancólico Buenos Aires”. Temas de una etapa posterior al período inicial de Piazzolla, flores de la semilla que estaba en “Villeguita”. El tema dedicado al Mono Villegas, que había dado inicio al programa, funcionó también como bis, después de la versión troileana de “Contrabajeando” –con notable trabajo de Basto en “la chancha”– y “Tierra querida”, de Julio De Caro, mientras subía el aplauso con distancia sanitaria de un público entusiasmado que, por su variedad, resulta difícil clasificar.

Al final, ese aplauso delgado y fibroso de una platea por exigencia raleada, resulta ser mucho más de lo que una crónica de otra época debía explicar como “público escaso”, insinuando una forma del fracaso. Hoy, es el emblema de un gran triunfo.