Desde que se lanzó al ruedo en los años ochenta, en la etapa agónica de la dictadura en Brasil, Leda Catunda (San Pablo, 1961) combinó pintura y costura y utilizó textiles industriales (mantas, cortinas, remeras, telas estampadas, almohadas, toallas, sombrillas, medias, etc) para cambiar la función de origen y convertirlos en otra cosa. El uso y la función entre lo industrial, lo artístico y lo artesanal se cruzan en su obra para ampliar la mirada del espectador y partir de una materialidad que sigue diciendo lo suyo. A este procedimiento se suma que la artista utiliza políticamente (en el sentido más amplio de lo político, que está también en la raíz del cambio de la función y el sentido de uso) lo que la cultura dominante coloca (o colocaba) como atributos de lo “femenino” y lo “menor”: la costura, la decoración y los elementos textiles del hogar, porque en muchas de sus obras el estampado y el material en que está impreso, son el punto de partida.
Como escribe el curador de la exposición, Francisco Lemus, “lenguas, barrigas, gotas, velos, insectos, constituyen un sello autoral que actualmente se conjuga con un archivo de imágenes biográficas y cotidianas que circulan por flujos de información disímiles. Catunda proporciona una imagen en la cual la pintura es un juego que tiende a erosionar con gracia la representación: un trabajo sostenido sobre el gusto de los otros que entra y sale de manera constante, con más de una pirueta, de la cultura visual”.
Las lenguas que abundan en las obras de Catunda y en la selección elegida para la salas del Malba, podrían pensarse como una versión propia, artesanal y latinoamericana entre cuyas fuentes iconográficas no puede ignorarse la lengua pop que fue logo de los Rolling Stones, tomada, a su vez, de la imagen de la diosa hindú Kali. Tal genealogía de imágenes desencadena sentidos asociados como deseo, pasión, voracidad, vitalidad, irreverencia, que convergen y se expanden en estos trabajos. Y la combinación, en muchos casos, con el verde, con la idea de vegetación, sumada a la tensión entre lo industrial, el artificio, la cultura y lo natural.
Por su parte, Josefina Barcia, escribe sobre las pinturas volumétricas de esta artista: “Las pinturas de Leda rozan la escultura porque se llenan de volumen y al mismo tiempo parecen confeccionadas por un sastre desprolijo que cose dobladillos. Hay una viscosidad en sus formas que recuerda a un órgano animal. Hay algo de víscera enfundada en ingenuidad. Algo de lobo disfrazado de cordero”.
Otra tradición que se juega en estas obras es la de las vanguardias concretas brasileñas, sus geometrías, su proyección a lo popular, las transformaciones de las funciones de los materiales,
En las piezas de Catunda hay materiales, colores, formas y sentidos a borbotones, que se suman para enriquecer la mirada. Y allí aparecen también fuentes múltiples, dentro y fuera de la tradición artística, comenzando por la materialidad misma de sus obras.
Como en los antecedentes pop, el consumo (su uso y su crítica) también forma parte de los sentidos que se agitan en la producción de Catunda. Y, por supuesto, el kitsch, la puesta en cuestión del (buen/mal) gusto impuesto, el efectismo, lo artificioso y sus consecuencias sobre la conformación del valor estético.
En la entrevista con Josefina Barcia para el catálogo de la exposición, Catunda habla de ciertos maestros y modelos que resultaron clave en su etapa de formación y explican en parte algunos aspectos del itinerario futuro de la artista: “Nelson Leirner fue mi maestro en la Universidad y tenía una manera muy distinta de enseñar, porque nos mandaba hacer algo y después de que lo hacíamos nos preguntaba: ‘¿Por qué hacen todo los que les mando hacer?’ Entonces la clase era como una gran pelea y había algunos estudiantes que lloraban y se ponían muy nerviosos. Ahí empecé a comprender que para nosotros hacer arte tenía más que ver con pensar, con escoger cuál era tu posición en el circuito de creación artística y decidir cuál iba a ser tu afirmación, tu poética dentro de las imágenes. Él siempre promovía la duda y teníamos que reafirmarnos todo el tiempo. Regina Silveira tenía un enfoque más conceptual en sus cases, dado por una manera distinta de mirar los dibujos y hacer analogías. Nos pedía que trabajáramos con figuras del lenguaje como metáforas, alegorías o metonimias, para tener una intención previa de manipulación del significado de la imagen. Era muy exigente. El primer trabajo en la clase de dibujo era hacer cien dibujos de observación de objetos, y los contaba uno por uno y decía: ‘no, no, solo tienes sesenta y ocho, faltan muchos más’. Por unos años fui su adjunta dando clases, y desde entonces nunca perdí el contacto con ella. También estaba Julio Plaza, que en ese entonces era su marido y hacía poemas con Augusto de Campos y otros poetas concretos. Afuera de la escuela había otros artistas como Carlos Fajardo, José Resende y Cildo Meireles, a quienes respetábamos mucho por ser originales y haber hecho arte durante toda la dictadura en Brasil. Ellos fueron mis modelos”.
La muestra de Leda Catunda se exhibe hasta el 11 de octubre en el Malba (Figueroa Alcorta 3415).