“No quiero quedar como un ejemplo de vida, ni que hagan notas tituladas ‘La historia de superación de Matías’”, le dijo a Fernanda de Castro, la pediatra que lo atendió en el Hospital Garrahan entre los tres y los dieciocho años. A los veinte, impulsado por un profesor de técnicas de escritura de la escuela de periodismo Éter, Matías Fernández Burzaco se procuró los insumos para componer una crónica autobiográfica, y así es que hizo una serie de entrevistas a las médicas que lo atendieron, enfocó en situaciones de encrucijada y/o de euforia pero también en su cotidiano singular, retrató con amor y con furia y con los colores intermedios a las personas a su alrededor y a sus propias sensaciones para, finalmente, trabajar formas, tonos, estructura narrativa. Formas propias / Diario de un cuerpo en guerra es el primer libro de este periodista y rapero que nació en Buenos Aires el 30 de enero de 1998. A los poquitos meses de vida sus padres detectaron que no gateaba y que en el pecho había aparecido una bolita de piel: estudios y estudios, dentro y fuera del país, hasta que acabaron diagnosticándole fibromatosis hialina juvenil, una enfermedad genética muy extraña, de la que apenas se han detectado sesenta y cinco casos en el mundo. “Fabrico más colágeno de lo normal, más piel, más tejido conectivo, y así nacen estos bultos redondos, los nódulos, que son tumores benignos, las pelotas que se ven en las fotos –escribe-. La enfermedad modifica todo mi cuerpo y no me deja, entre otras cosas, caminar. Invade el cuerpo de piel –por dentro, por fuera- y parezco un hombre derretido”.
Formas propias está impregnado por varias vertientes de iniciación, y la de indagar en la enfermedad es una de ellas. Los nódulos internos, cuenta, le trituran las articulaciones; adentro de esos nódulos, explica, “hay venas, arterias, un poco de vida”, y aunque se los operaron varias veces volvieron a salir. “La enfermedad no se mueve por los órganos vitales ni por la sangre, no afecta el sistema nervioso ni el hormonal –escribe-. El cerebro funciona. Aunque el cuerpo viva para no funcionar”. Que duerme abrazado a enfermeros y a un respirador, porque tiene apneas de sueño: “Una máscara encaja en una manguera larga y fina, que se conecta a un aparato que me manda aire a presión –anota-. Durante algunos segundos, mientras duermo, dejo de respirar”. Por los nódulos y la movilidad reducida, su tórax es chico y no se expande. “Yo tengo veinte años y el cuerpo del tamaño de un nene de seis”, escribe. Iniciaciones: ahí está Matías mirándose a fondo por primera vez ante un espejo, o pidiéndole a un acompañante que le cuente los nódulos, o escapándose con algún compinche para entrevistar a sus médicas sin que lo sepan sus padres. Las aventuras con su grupo de amigos, las experiencias sexuales, los posibles efectos del porro, la búsqueda de hacerse sus propios espacios, la misma escritura de este libro inaugural.
“Lo que más me importó a la hora de escribirlo es que el lector pase por varios estados –dice Fernández Burzaco desde su casa de Flores, vía plataforma de videoconferencia-. Que se angustie, que se mate de risa, que llore, que se haga preguntas. Me dicen bastante seguido que les gusta mucho la velocidad del libro, que es ágil, y eso es todo un elogio. Hasta acá los comentarios que recibí fueron súper positivos. Me llamaron desde Alemania para hacer un documental, y también un montón de directores para filmar videoclips”. Trabajó este libro, cuenta, con la compañía de Leila Sucari y Josefina Licitra, y con la edición de Leila Guerriero. ¿Qué cosas cambiaron a partir de la publicación? “Creo que ahora soy un poco más hombre y que mi familia sabe que puedo ganar unos mangos trabajando –dice-. Ellos también están muy orgullosos de que saliera con Tusquets, que es tremenda editorial. Estoy como más empoderado, más responsable, me dejan mucho más tiempo solo. Y bueno, mi vieja se enteró también de ese encuentro sexual que tuve a través del libro. Digamos que todo normal como siempre, solo que ahora un poco más protagonista, haciéndome más cargo de mis cosas”.
El epígrafe de Formas propias proviene de Viaje alrededor de mi cráneo, una crónica en la que el escritor y periodista húngaro Frigyes Karinthy narra la evolución de un tumor cerebral que tuvo que operarse: “Estoy harto ya de toda esta historia; me aburre la enfermedad y me aburre la muerte, que nada tiene de terrible, ni de conmovedor, ni de sublime o aterrador: no es más que un aburrimiento”. Cuenta Fernández Burzaco que su libro tiene sus puntos de contacto, sus sintonías con Viaje: “En la crudeza, por ejemplo –dice-. De pronto vi que él había podido contar eso y dije ‘uah, qué locura, yo también puedo contar momentos que tuve en el hospital y que me marcaron la vida’. Creo que me inspiró un montón. Su ironía, algo de su ambigüedad, que sea descarnado y no le importe nada, aunque a la vez sea muy entrañable su personaje. También yo fui formando y posicionándome en mi personaje al hacer el libro, y siento que todavía estoy como ahí, el pibe que asusta nenes o el monstruo que escribe. Todo lo que me pasa lo utilizo para escribir, para reírme del mundo y para tratar de retratarlo de alguna manera”. También formaron parte del humus de su crónica la autobiografía de Andre Agassi, Open (“maravillosa la forma en que pudo contar de una manera honesta de todos sus miedos, la presión, la familia, perder, la trastienda”) y Autorretrato, de Édouard Levé, las frases cortas como hachazos que preconfiguraron el primer capítulo de Formas propias. Que empieza así: “Me despierto cuando el respirador se apaga, y siempre abro los ojos como si me arrancaran de un susto. Mi boca no se abre ni se cierra demasiado, así que mastico con la boca abierta y hago ruidos extraños. Una noche mi viejo me dijo: shhh, callate, no hagas ruido mientras comés, y me puse a llorar sobre el plato. No aguanto estar solo ni cinco minutos. Si necesito algo, no puedo moverme y hacerlo. Me importa mucho mi pelo. La kinesióloga dice que soy edición limitada. Mi perro me tiró tantas veces de la silla de ruedas que ya ni se me acerca”.
Que no ubica otras crónicas o relatos en primera persona sobre esta enfermedad, dice; hay documentación en la red y sus padres se han puesto en contacto con un muchacho en Francia y una mujer en España, ambos afectados. Matías cuenta de Mayra, una chica algo mayor que él que vive en la Argentina, a quien ha intentado entrevistar para interiorizarse sobre ella, aunque hasta ahora sin suerte.
Decís, en un tramo del libro: “No entiendo por qué escribo sobre esta enfermedad rarita”. ¿Y ahora, con un poco de distancia?
-No lo tengo tan resuelto. Supongo que en parte porque me lo pidió el profe de Éter, y un poco porque quise que apareciera como una voz que hablara sobre el deseo de los discapacitados y discapacitadas. Lo que más me gustó fue poder contar a mis amigos, eso tiene una carga emocional importante para mí. Intentar mostrar un mundo y un funcionamiento que es bastante singular y convertirlo en universal, que lo pueda entender alguien que está del otro lado del planeta. No dar un mensaje ni tan derrotista ni tan de autoflagelo, como tampoco de súper autosuperación. Algo como diciendo: “Estoy acá y está todo piola: con mis amigos, con mis enfermeros, con este cuerpo que puede estar medio roto, pero está todo bien”. De hecho el libro salió y estoy contento de haber pasado por varios estados, de haber sobrevivido no solo a lo emocional y a lo interno, sino a Leila, también".
Se ríe. El trabajo de edición de Leila Guerriero fue el de una “asesina serial”, dice, “pero en el mejor de los sentidos: muy directa, tajante, al hueso, muy honesta. Me hizo entender que los caprichos o las frases que endulzan los oídos no sirven. Me siento un poco más curtido. También fue clave, ella, en la estructura del libro”. Libro que, aunque fue publicado hace unas semanas, tenía listo hace ya un año y medio. “No volví a releerlo, por una cuestión de salud mental –dice-. Me parece bien tener cierta distancia, para no hacerme la cabeza y para entender que fue ese momento, la versión del Mati de los 20 o 21 años. Porque ahora siento que ya escribo de otra manera”.
¿Estás trabajando ya en algún otro libro?
-Sí, escribí otro con historias de enfermeros, algunos de los que pasaron por mi casa, otros con situaciones de ellos en otros lados, pacientes muertos, cosas muy turbias. A este lo edité con Mariana Enriquez: son como relatos de terror, mucha sangre, escritos en primera persona como con la voz de ellos, tuve que cambiar los nombres. Hace poco tuve un enfermero acosador, que le gustaba no sé qué cosa de mi cuerpo y le daba morbo, así que también cuento de eso. La idea es que salga a fin de este año o a comienzos del que viene, editado por Orsai: el título, creo, es Los despiertos. Y hay una nueva versión de mi escritura ahí, más agresiva y directa, repleta de humor negro.
Matías dice que cuando rapea e improvisa son sus momentos de mayor libertad. “Porque el cerebro va a mil por hora, surgen ideas y uno tiene que elegir cuándo y qué frase soltar en un segundo –grafica-. Ese vértigo me gusta. Me gusta los vertiginoso y la energía del freestyle. La escritura y la música para mí están conectadas porque ahí está el juego de amasar la palabra. Y siempre me fijo, en lo que escribo y leo, en la musicalidad de las palabras. El rap es escritura o poesía con música atrás, sea una base simple, con una mano haciendo sonar una mesa, o con algo más elaborado y complejo. A veces tiro una frase improvisando y eso puede ir a parar a un tema o a un texto, o puede servir de las dos maneras. Y eso está buenísimo. Es trabajar con la palabra. Ahora que lo pienso, en la escritura tal vez me posiciono como en un lugar mucho más serio, y en el rap me permito hacer incluso como más ficción, tal vez irme bien al carajo en las canciones, viste. Sí, con la música suelo ser más sarcástico y salvaje”.
Un par de veces a la semana lo visita en su habitación-estudio su productor musical: “Improviso y grabamos canciones –cuenta-. Ya tenemos 18 temas que son de rock, rap, punk. Y así, bastante kamikaze, lanzados. Hay dos videoclips muy fuertes, violentos”. Uno de ellos se llama “Los nenes me odian” y lo puso a circular en redes y plataformas el miércoles pasado (7/7). “Es un registro de miradas de niños y adultos, acá cerca de casa, en la Plaza de los Periodistas –sitúa-. Fuimos con el director con una cámara gopro escondida en la panza, tomando miradas de padres y de chicos, que distorsionamos para protegerlos y a la vez no tener ningún problema legal. El tema es un conjunto de pensamientos medio introspectivos, algo depre, con preguntas como ¿los nenes me odian, o los nenes me quieren? ¿Será por la fobia? Pero no es literal, digamos, porque ¿cómo me va a odiar un nene? Es imposible”. En más de una entrevista, en Formas propias mismo, pondera la espontaneidad de los pibitos, su autenticidad. “Mi crítica es hacia la sociedad, hacia el rechazo de la sociedad a los cuerpos distintos –dice Matías-. Si es gordo, flaco, alto, bajo, deforme. Hay miradas y actitudes que están bien de parte de los niños, pero de los adultos me parece que no van. Y los niños son, justamente, el reflejo de los adultos. Los chicos no tienen filtro, y son unos capos. Porque te tiran la posta, lo que sienten en el momento. Por eso, lejos de ser un mensaje de odio, es todo lo contrario el video. Pero bueno, siempre va a haber un boludo que va a malinterpretar, viste. Hay que estar atento”.