"Mi viejo decía perfeito, no perfecto, / y a mí me agarraba un sopor nervioso", comienza el poema de Fernando Callero (1971-2020) que da nombre a una nueva editorial cooperativa rosarina de poesía, Perfeito, creada en plena pandemia por el taller literario de Tomás Boasso y que el mes pasado publicó su segundo título: Fósforo, de Diego Margutti.
"Cada poema de Fósforo enciende al siguiente", lo presenta la poeta tucumana Sofía de la Vega en la contratapa del hermoso diseño de tapas por Lucas Collosa, cuyo dibujo de portada ilustra uno de los poemas, que explora la etimología de la palabra "escabio" (parienta de "escabel"). La obra es un primer libro con una calidad literaria notable. Y esto se debe no sólo al talento del autor, sino al fogón virtual o taller de relectura y pulido que la cooperativa de poetas crea en torno a cada edición. La primera fue un poemario de Emilia Pérez. Mariana Terrile, autora de la foto de solapa, lo es también de uno de los próximos títulos. Además de Boasso, Margutti, Pérez y Terrile, el grupo incluye a Cecilia de Michele, Ramiro García, Leonela Julieta Guajardo Marcos, Lisandro Nowak, Beco Pignocco, Ignacio Romero y Roberto Vince. Hay equipo. Y hay escritura.
"La propuesta es de una poética actual, fresca y sin solemnidades que atraviesa una gran cantidad de temáticas... buscamos interpelar y despertar nuevas miradas sobre las cosas, el paisaje local y la vida cotidiana. Trabajamos con un lenguaje contemporáneo, buscándole una vuelta: imagen, idea, música. Buscamos prestar atención a esos tres elementos, aunque a veces prima alguno sobre otro. La nuestra también es una invitación a quienes habitualmente no leen este género [poesía], para que se acerquen con la confianza de que podrán encontrar aquello que se busca cuando abordamos un texto literario. Entendemos como parte de nuestro trabajo el avance en la conformación de públicos, a partir del cruce con otras disciplinas artísticas", dicen en su manifiesto.
En https://perfeitoediciones.empretienda.com.ar/, el sitio web y tienda online de la editorial, se pueden adquirir los libros o averiguar más sobre ellos y sobre el colectivo de autores-editores, cuyas edades se extienden entre 22 y 50, y cuyas influencias se centran en la poesía del '90 (Callero y también Daniel Durand); en la poesía objetivista argentina y chilena, y en nuevas traducciones de clásicos. Hoy, tiempos difíciles, el hacer literario construye desde adentro su pequeña industria cultural. El apoyo estatal fue decisivo: obtuvieron el Fomento Editorial Línea Producción por el Plan de Fomento a las Industrias Creativas de la provincia de Santa Fe.
Diego Margutti se presenta en la solapa como venadense/ rosarino, nacido en 1981. Su brevísimo curriculum incluye que "a los once años ganó un torneo de pesca del pejerrey". Narra esa hazaña en un poema extenso, casi un arte poética: "la clave para que la presa no se suelte/ está en recoger con la suavidad y la firmeza/ con las que acarician los que aman". Un poema donde especula con qué pasaría si saliera su retrato niño de la foto, salvando la distancia entre registro, memoria y presente: "El hombre que hubo en mi niñez estrangularía/ al niño que llevo hoy".
Un fósforo sirve para encender el fuego, como sugiere de la Vega, pero además el fósforo es el elemento que nutre las raíces. Y de buscar las propias raíces se trata, tanto en el territorio como en el linaje familiar. No es el de Margutti un proyecto literario nostálgico, sino uno que articula el pasado con el presente, haciendo de la palabra poética el signo de esta alianza entre lo viejo y lo nuevo. Se apunta aquí a la construcción de una identidad amplia, serenamente asentada en el círculo del universo, pero sin pretensión alguna más que la de cantar lo más inmediato o cercano, y tomar nota de cada criatura viviente que ande por la memoria o por ahí.
Toda una épica en formato casero súper 8 se abre con el primer poema del libro, una evocación de la tía Zulma ("zulma: origen arábigo, suleimán, la que tiene paz"), cuyos hiperbólicos banquetes agrestes tienen algo de homérico, evocan los festines con que los reyes isleños agasajaban a sus huéspedes griegos en el poema clásico La Odisea: "mi tía hace milanesas de bagre, peludo a la parrilla, / vizcacha al escabeche, salame de jabalí y calienta agua/ en la pava más grande que vi para bañar a sus hijos en un fuentón". El poema comienza con humor y cierra en un punto altísimo: "La naturaleza no recuerda a sus muertos/ y por eso es bella, me dijo".
La poesía de Diego Margutti no se atiene, por fortuna, a las restricciones de sus maestros en la poesía de las cosas, y en cambio se permite unas pinceladas de invención vanguardista llenas de imaginación ("junto a su familia hinchada de talleres"), frases-valija con un alto grado de síntesis ("niño hiena", "bancos cría"), versos de un misticismo panteísta creíble ("arena adentro suena el infinito") o instancias de emoción contagiosa ("llueve y es lo más niño que me puede suceder"). Están las instancias de prosaísmo: una novela familiar secreta, una textual receta de cocina, y en general el tipo de cosas que hacían a los poetas del siglo pasado agarrar sus rosarios de ajo y murmurar el exorcismo esto-no-es-poesía. Pero lo es: la altura se alcanza, la letra canta, el mundo se reencanta. Perfeito.