Pibas del viento, el documental de Liv Zaretzky, capta el cotidiano de tres de las integrantes de la Orquesta Vamos los pibes, que dirige el trompetista Hugo Lobo, de Dancing Mood, en el club Atlanta: Maite, Guadalupe y Sofía. La directora se acercó a la banda en 2017, convocada por la curiosidad que le generó una carta que desde la orquesta habían escrito para intervenir en el debate, que cada tanto agita los titulares, sobre la baja de la edad de imputabilidad: “En el marco de esa gran campaña mediática desde la orquesta habían difundido un documento contando cómo el espacio había impactado en vidas de chicas y chicos. Yo quería retratar alguna de estas historias, de pibas con inquietudes, creciendo en un contexto difícil, pero habitando un espacio de pertenencia que marca una diferencia en sus vidas”.
Liv compartió con las protagonistas meriendas en el club, viajes en colectivo, “pijamadas”. Y su cámara fue registrando con ternura los cuchicheos durante el ensayo, los debates sobre un diccionario centennial improvisado -“¿qué quiere decir skere?”-, las discusiones con la maestra de Educación Física. Las pibas, que pasan del trap a los instrumentos de viento y de la murga a las stories, van dejando planteadas, de refilón, algunas preocupaciones: las tensiones que surgen entre madres e hijas, la migración, el fin de la niñez, las identidades que hierven en un país en crisis.
“Estudié varios años de música. Primero con un placer muy grande, con un profe particular desde los 4 años. A los 9 entré a un conservatorio de música clásica, que en mí experiencia tenía un sistema que no trabajaba desde el sentimiento sino desde la razón. Me bloqueó la relación creativa con el instrumento, la capacidad de poder comunicarme a través de la música. A tal punto que casi no pude volver a tocar. Cuando llegué a la orquesta y vi el disfrute que había, pensé: quiero mostrar eso”, cuenta la realizadora, que se formó en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda y que trabajó en esta película junto a la productora Florencia Franco.
En Pibas del viento los adultos están pero son laterales: satélites, escoltas o, directamente, decorado. Acompañan pero están siempre un poco afuera de las contraseñas del universo de las chicas. “La definición de quiénes iban a ser las protagonistas fue natural. Ellas en cierta forma eran líderes de la orquesta, por ser las más grandes, tenían un vínculo particular con el club. Los conflictos de la edad y de la transición hacia la adolescencia era lo que me interesaba explorar a través del lenguaje del documental, que para mí permite mirar a través de sutilezas, pequeñas sensaciones”.
Se podría hacer una sinopsis de Pibas del viento por contraste: la película de Liv no habla -por nombrar un elemento- de la orfandad, ni de los padres ausentes con aviso, ni de las madres “luchonas” en clave de drama. Tampoco habla directamente de la discriminación en la escuela. Sino de las peleas que da una de las chicas para que su fuga de “lo que se espera de una señorita” no sea leída como desajuste sino como opción. Pibas del viento no muestra esas historias para regodearse en lo que duele o lo que falta. Dice la directora: “Me preocupaba mostrarlas a ellas en situaciones en las que luego no les guste verse retratadas. Todo el tiempo me fui preguntando para qué hacía la película, si tiene sentido mostrar esto o lo otro. No quería mostrarlas de ninguna manera como víctimas o en roles estancos. Si hay algo que me interesa mostrar no es eso sino: cómo sostenernos”. Es por eso que en las Pibas… no solamente están los personajes y sus circunstancias, sino también las tramas que tejen para avanzar y dejarse llevar. La música y la fotografía aparecen en la vida de las tres como instrumentos con los que se aligera el peso de los cambios y también con los que expresan futuros posibles. Algo de esto dice la canción que Paula Ramírez escribió especialmente para el documental: las pibas del viento prefieren inventar mundos, preguntan y hacen dudar.
Pibas del viento se puede ver en el Espacio INCAA Gaumont, hasta el miércoles 14 de julio, a las 15 y a las 18. Y online en Cine.ar