Entre 1972 y 1982, décadas antes de que los personajes de Marvel sean íconos globales, la Argentina tenía un superhéroe que lograba cosas a priori imposibles en lugares recónditos, todo ante la mirada de millones que madrugaban los domingos solo para verlo en acción. Hasta “Mann” como última sílaba en su documento tenía, una maniobra nominal que parecía signar el destino de este hombre que vestía buzo antiflama en lugar de capa y calzas, pero igual volaba. Con la muerte de Carlos Alberto Reutemann, a raíz de complicaciones derivadas de un cuadro de sangrado intestinal, se va el piloto vivo más trascendente de la historia del deporte motor argentino, el último en sumar puntos y cantar el himno nacional en un podio de Fórmula 1. Aunque verdugueado por quienes calibran la historia únicamente con títulos, sus números lo ubican en la élite de la máxima categoría. Allí disputó 144 carreras y obtuvo un subcampeonato, doce victorias puntuables (dos de ellas en circuitos de leyenda como Mónaco y Nürburgring), dos no puntuables, seis pole positions y 45 podios.

El Lole llegó a la Fórmula 1 con casi 30 años, de grande y sin la escuela de autos de fórmula, como él mismo reconocía cuando recordaba sus inicios en el automovilismo. La primera vez con el casco fue en mayo de 1965 en una carrera de Turismo Mejorado en la ciudad cordobesa de La Cumbre a bordo de un Fiat 1500, y un mes y medio más tarde, en Carlos Paz, conoció el lugar más alto del podio. De allí saltó al Turismo Nacional, donde fue amplio dominador, para luego subirse a los Sport Prototipos de Mecánica Argentina Fórmula 1. Esa experiencia le abrió las puertas de una prueba –que obviamente pasó– para formar parte del equipo del Automóvil Club Argentino que participaría en el torneo de la Fórmula 2 europea de 1971. Mal no le fue: terminó el campeonato en segundo lugar, por detrás de Ronnie Peterson, y obtuvo una invitación para una carrera sin puntos de Fórmula 1 en Brands Hatch. Reutemann culminó noveno esa una carrera enlutada por la muerte de Jo Siffert luego quedar atrapado en su auto incendiado. En aquella época morían un promedio de dos pilotos al año, siempre quemados. El miedo tenía forma de llamas cuando se viajaba a 300 kilómetros por ahora con más de 150 litros de combustible de alto octanaje detrás de la butaca.

Carlos Reutemann junto a su mecánico en la F2 europea / Gentileza ACA

Su debut por los puntos, en 1972, asomaba inmejorable: de local, con una pole position y a bordo de un Brabham, escudería que lo había contratado para secundar a Graham Hill. El sabor agridulce de ese séptimo lugar y el abandono posterior, en Sudáfrica, fue nada al lado de la desazón por un accidente en un ensayo de Fórmula 2 que lo privó de correr durante dos meses. Si bien cosechó sus primeros puntos gracias a un cuarto lugar recién en la anteúltima carrera del año, en Canadá, Brabham volvió a darle una butaca para 1973, una temporada durante la que visitó dos veces el podio, con terceros lugares en Francia y Estados Unidos, preludiando así lo que vendría en 1974, otra vez con esa escudería: su primer triunfo en el GP sudafricano y otras dos victorias en Austria y en tierras norteamericanas, para terminar sexto el campeonato. Los problemas de confiabilidad que aquejaban al Brabham fueron solucionados en 1975, y ahí Reutemann pudo hacer gala de su regularidad. Seis podios en 14 carreras hizo ese año: tres veces tercero, dos veces segundo y una vez primero, ni más ni menos que en Nürburgring. Los números de esa pista todavía asustan: 28 kilómetros de extensión, más de 100 curvas en medio de un bosque frondoso, condiciones de seguridad mínimas y 113 pilotos muertos hasta ese día le habían valido el mote de “infierno verde”.

Fue allí donde Niki Lauda sufrió el accidente que lo convirtió en leyenda. La escudería italiana aprovechó el disgusto de Reutemann con los ya muy poco competitivos Brabham para sentarlo en el auto rojo vacante, sin saber que poco más de un mes de que le dieran la extrema unción en una terapia intensiva, el austríaco los pondría en aprietos diciendo que volvería a correr las últimas fechas. El santafesino vio el histórico regreso desde afuera, pero fue contratado para el año siguiente. Un año signado otra vez por la regularidad propia de un estilo frío y cerebral, con cuatro abandonos, una victoria y once veces llegando en los puntos en 17 carreras. Ya sin Lauda como compañero, en 1978 hizo honores a su flamante rol de piloto principal llevándose cuatro triunfos y un tercer lugar en la tabla final, por detrás de los Lotus imbatibles de Mario Andretti y Ronnie Peterson. A este último, fallecido en un accidente en Italia, reemplazó en 1979. Poco y nada quedó de aquel auto dominante en la nueva versión, y la aventura de Reutemman, con un par de podios en las primeras carreras, fue desinflándose a medida que acumuló abandonos.

Williams

Y entonces llegó Williams. Dos escenas inolvidables a bordo del auto blanco y negro inglés: la primera, su triunfo de Mónaco. Reutemann llegó al Principado luego de un mal arranque, lejos de su compañero Alan Jones, y largó en segundo lugar, por detrás del Ligier del francés Didier Pironi y delante de Jones, quien lo sobrepasó apenas después de la luz verde. El resto no fue épico ni temerario; más bien otra muestra de temple y paciencia, una larga espera de que el desgaste y los muros pegados a la pista hicieran lo suyo. Fue así que cayeron los punteros, sirviéndole en bandeja su victoria más importante, que a su vez marcó un quiebre ascendente en el rumbo de un campeonato que lo tuvo nuevamente en la tercera posición final. Estaba todo dado para que 1981 fuera “el” año, salvo por el detalle de que Williams tenía abierta preferencia por Jones. El recordado episodio del cartel en Brasil, donde Reutemann desobedeció la orden del equipo de cederle el liderato, fue la segunda escena.

Reutemann perdió aquel campeonato contra el Brabham de Nelson Piquet por apenas un punto. Imposible no pensar qué distinto hubiera sido su biografía de no haber quedado fuera de la zona puntuable en el intrincado circuito de Las Vegas aquel 17 de octubre de 1981. Quizás no hubieran empezado a sonar las alarmas del retiro, situación que la renovación con Williams no hizo acallar. Solo dos carreras disputó en 1982, la última de ellas en Brasil, donde abandonó por un choque. Antes de eso, en 1980, se había dado el gusto de incursionar en el Mundial de Rally disputando la fecha en la Argentina. Con el tercer lugar, que repetiría en 1985, se convirtió en el primer piloto en puntuar en esa disciplina y la Fórmula 1. El último hito deportivo de una vida que, queda claro, tuvo varios.