El mito de que las segundas partes nunca fueron buenas es eso, un mito, como lo han demostrado con creces decenas y decenas de secuelas, continuaciones y demás derivados a lo largo de la historia del cine. A la insigne lista de orgullosas descendencias podría sumársele sin demasiados cuestionamientos Un lugar en silencio Parte II, que recupera y retoma el estado de las cosas tal y como habían quedado sobre el final de la película original luego de un breve prólogo en el pasado remoto, cuando la vida conocida por la familia Abbott aún circulaba por carriles normales. Nuevamente dirigido por John Krasinski y protagonizado por su esposa en la vida real, la actriz Emily Blunt (este es, sin lugar a duda, un proyecto de familia), más los jóvenes Millicent Simmonds y Noah Jupe, el nuevo largometraje fue rodado antes de la pandemia de covid-19 y el dilatado estreno internacional tiene finalmente su pata local, con fecha de lanzamiento para el próximo jueves 22 de julio. ¿Cómo enfrentarse a la secuela de un film que muchos críticos cinematográficos consideraron una de las sorpresas genuinas de la temporada 2018, una relectura inteligente y definitivamente nerviosa de las monster movies? ¿Qué elementos conservar del relato original y qué novedades introducir para no generar la molesta sensación de repetición y hastío? ¿Reemplazar o no reemplazar la figura de Lee Abbott, interpretado por el propio Krasinski, el padre y esposo que hacia el final de Un lugar en silencio se sacrificaba literalmente por el bien del resto de la familia? Cuestiones que la propia película va respondiendo a lo largo de sus poco más de noventa minutos, otro ejemplo cabal de poder de síntesis y la habilidad para utilizar al máximo los recursos clásicos del suspenso. Al fin y al cabo, tanto esta segunda parte como la original no son otra cosa que reinvenciones de los cuentos de supervivencia en circunstancias extremas, con un grupo de seres humanos enfrentados a un depredador amoral y despiadado. La vuelta de tuerca, desde luego –el elemento sorpresa de la original y uno de sus puntos más novedosos, su arma secreta–, estaba dado por la habilidad sónica de los monstruos invasores, la enorme capacidad de escucha, que obligaba a los sobrevivientes a vivir en un mundo sin ruidos ni conversaciones en voz alta. Los súper oídos de los bicharracos están de vuelta, pero los Abbott ahora conocen una debilidad.
En un primer momento, según ha confirmado en una entrevista reciente con el sitio web especializado Screen Rant, John Krasinski no tuvo ninguna intención de filmar una secuela: “Antes que director o actor o guionista soy un espectador, y cuando veo secuelas usualmente volteo los ojos y pienso que nunca serán tan buenas como la original, que sólo se trata de exprimir una idea para hacer dinero. Y no quería que eso ocurriera. Pero luego apareció esta idea pequeña aunque orgánica: si Milly (Blunt) era la protagonista de la nueva película se transformaría de inmediato en una continuación de la metáfora de la primera. Un lugar en silencio trataba sobre esa promesa que suele hacérsele a los hijos, una promesa que inevitablemente no se cumple: si permanecemos juntos estaremos siempre a salvo.Todo el mundo sabe que esa promesa suele romperse, excepto los niños, y de eso se trata crecer y hacerse grande. La primera película fue una carta de amor a mis hijos, una historia acerca de qué significa para mí ser padre. Esta segunda parte es un sueño futurista sobre mis hijos, la idea de que crezcan para ser corajudos, optimistas y esperanzados, no importa cuán oscura se ponga la vida”. Más allá de las intenciones humanas y humanistas –y de los más de 300 millones de dólares de recaudación del film original, sobre un presupuesto de apenas 17– si algo no puede achacársele al nuevo film de Krasinski es algún rasgo de carácter pretensioso. La secuencia de inicio, prolegómeno que tiene lugar en el pequeño pueblo en el que viven los Abbott antes del comienzo de la nueva vida, es un excelente ejemplo de ello. En la mejor tradición del Hitchcok de Los pájaros, la vida parece seguir su curso habitual, aunque las calles estén sospechosamente vacías. Nada raro, teniendo en cuenta el partido de béisbol que mantiene atento a la población del lugar. Es allí y entonces cuando una enorme bola de fuego surca el cielo, rompiendo el estado de normalidad, minutos antes de que el primero de esos extraños y virulentos seres atraviese la calle principal y comience con su ataque inmisericorde. La sorpresa inicial le cede el paso al horror y, algunas muertes después, a la sospecha de que las criaturas no pueden verlos ni olerlos, pero sin duda alguna oírlos. Una placa anuncia el final de la introducción y el salto hacia el futuro, con Evelyn y sus hijos Regan, Marcus y el bebé de apenas unos días de vida escapando de lo que fue su hogar durante más de un año, en busca de un lugar que les permita reanudar o reiniciar su vida.
Los antepasados de Un lugar en silencio y su reluciente secuela son muchos y variados, y llegan hasta los años 50, con sus invasores del espacio exterior atacando pequeños poblados del interior de los Estados Unidos. Pero si hay una película relativamente reciente con la cual comparte una parte de su código genérico es la versión de Steven Spielberg del clásico de la ciencia ficción La guerra de los mundos. Allí también un progenitor –a priori poco cercano a cualquier ideal conocido de paternidad– adoptaba el papel de escudo protector, de caballero sin armadura física frente al ataque de un enemigo mucho más poderoso. Podrá pensarse que ahora ese rol le corresponde exclusivamente a Mamá Evelyn, pero uno de los detalles inteligentes del guion del propio Krasinski es la diversificación de esa postura inevitable. A pesar de la sordera –o, tal vez, precisamente por ello–, Regan ha crecido interiormente y su relación con la peligrosa existencia cotidiana es otra, más proactiva. Algo similar le ocurrirá al pequeño Marcus en el tercer acto y el peregrinaje hacia otros parajes pone a los Abbott en contacto con otro ser humano, el solitario Emmett, interpretado por el irlandés Cillian Murphy, personaje que es presentado brevemente en el prólogo. Cada uno de los personajes, con la excepción del indefenso recién nacido, se transforman así en peones de igual importancia en el tablero de la obligada supervivencia. En conversación con el periódico The New York Times acerca de las circunstancias fuera de lo común que nos ha tocado vivir como generación, el actor y realizador nacido en Massachusetts –recordado en gran medida por los televidentes gracias a su papel en la versión estadounidense de la serie The Office– recuerda que el estreno original en marzo de 2020 se vio alterado por completo con la llegada de la pandemia. “Ese tiempo lo pasé pensando sobre todo en la seguridad de mi familia, pero también en el estado de inseguridad de la industria del cine. ¿Qué iba a pasar con la película? ¿Cuál sería su destino? ¿Cuándo y cómo iban a verla los espectadores? ¿Sería vista? Las cosas comenzaron a ponerse realmente locas”. En la ficción no hay cubrebocas ni distancias sociales, pero la imperiosa necesidad de mantener el silencio, de evitar roces, golpes y caídas que puedan alertar la presencia de los humanos, se hace carne en las actitudes cotidianas.
Hay música en la radio, una canción que se repite una y otra vez, como si el disjockey viviera en un loop musical monotemático. El descubrimiento de la emisión, como había ocurrido con el método para detener momentáneamente a los malditos bichos, se da casualmente, como un eureka sin reflexión previa. ¿Quién y para qué se esá transmitiendo esa melodía? La necesidad de introducir nuevos elementos a la trama no es tonta y en Un lugar en silencio Parte II Krasinski vuelve a multiplicar por tres las enseñanzas de uno de los recursos más antiguos (además de prácticos y poderosos) del lenguaje cinematográfico: el montaje alterno/paralelo y sus posibles variantes. Contar más detalles atentaría contra el disfrute, pero baste decir que la separación de los personajes vuelve a transformar los destinos personales y colectivos en tensas virtudes narrativas. El inopinado director de un batacazo mucho más que inesperado –su segunda película luego de una olvidada ópera prima, The Hollars, de 2016– vuelve a demostrar el talento para el suspenso de tonos clásicos, marcados por el buen tino en los encuadres (siempre se entiende qué, dónde y cómo están ocurriendo las cosas, a diferencia de mucho film bombástico contemporáneo), el uso pero nunca abuso de los efectos digitales y la tijera bien afilada para los cortes de montaje. Emily Blunt también fue entrevistada por Screen Rant, y en esa charla reflexiona sobre la construcción de su personaje y las novedades psicológicas que trae esta segunda parte. “Evelyn es muy cercana a mí, una conexión profundamente personal. Hay algo de ferocidad bíblica en la manera en la cual protege a sus hijos, y creo que eso es lo que más me gusta de ella. Pero ahora lo que está en juego ha subido a niveles exponenciales: perdió a su esposo, tiene un bebé recién nacido, su casa se ha quemado. ¿Dónde ir? Creo que esta secuela es más profunda a nivel emocional que la primera película, porque los personajes tienen que lidiar con el duelo al tiempo que no pueden dar un paso sin sentir que están atravesando un peligro de muerte absoluto”. Sobre el final sobrevuela sin disimulos la posibilidad de otro capítulo más en lo que podría transformarse en saga, y con ella el miedo a la franquicia hecha “sólo por el dinero” que Krasinski afirma aborrecer. El futuro dirá si esa posible tercera parte (¿Y una cuarta? ¿Y una quinta?) viene del mismo corazón virtuoso o termina echando sombras aborrecibles sobre el díptico original. Por ahora, los bichos y los Abbot han regresado en plena forma.