¡Al fin le llegó su tiempo de gloria a Jean Smart! Esa parece ser la declaración unánime de la crítica en Estados Unidos luego del estreno de Hacks, la nueva serie de HBO Max que la tiene como protagonista. De un tiempo a esta parte Smart causó sensación en cada una de sus apariciones en televisión, o lo que hoy llamamos televisión en este mundo del streaming. La matriarca del clan mafioso de la segunda temporada de Fargo, en unos años 70 teñidos de duelo y absurdo; la genial Laurie Blake de Watchmen, adalid de una imposible justicia en Tulsa mientras cuenta los mejores chistes en las cabinas del doctor Manhattan; y, por supuesto, la madre de Kate Winslet en Mare of Easttown, una de esas actuaciones inolvidables en un elenco de notables en el que siempre es tan difícil sobresalir. Pero Jean Smart lo consiguió y en estos últimos años actualizó con esas estelares apariciones toda una trayectoria como comediante, desde la exitosa Design Women de los 80, pasando por su punzante interpretación de Lana Gardner en Frasier, o su Regina en Samantha Who?, la olvidada comedia amnésica con Christina Applegate. Y ahora llegó el momento de extenderle la alfombra roja, de subir el cartel de neón con su nombre en el frente del escenario, de consagrar su liderazgo en una comedia hecha a la medida de su talento.
Deborah Vance (Smart) es una veterana comediante de stand up que vive en Las Vegas como su reina coronada. Tiene su inmensa mansión con peces de temporada, su rutina de cócteles y blackjack, su séquito de asistentes que confirman su fama local como dueña y señora de la escena. Hace años que entretiene a los turistas de Nevada con su show en las noches del hotel Palmetto pero el tiempo de aquel humor parece haberse terminado. Sin bien sus finanzas se sostienen con publicidades de suplementos de progesterona, masajeadores de pies e inauguraciones de franquicias de pizza, el ego de Deborah se construye sobre el escenario, con su atuendo de lamé dorado y sus one liners que no perdonan a nadie, ni siquiera a ella misma. Deborah es ácida e implacable, como lo descubre Ava (Hannah Einbinder) cuando debe aceptar un trabajo como su guionista para revitalizar el espectáculo luego de que la competencia con youtubers y coros a capella se torne demasiado despiadada. El encuentro es de antología, anárquico y divertidísimo, no solo porque implica un choque generacional, una competencia sobre quién se queda con la última palabra, sino porque es una ingeniosa reflexión sobre la comedia, su estructura y su vigencia, la capacidad de fundar sus propias normas y animarse a transgredirlas.
“¿Cuál fue el chiste por el que caíste en desgracia?”, intenta averiguar Deborah luego del primer cruce de espadas con la advenediza que ha entrado en su fortaleza de alfombras impecables con los zapatos de un deshollinador. Una vez que Ava le cuenta su pecado de incorrección política, por el que debe aceptar un trabajo que detesta, Deborah le dicta su sentencia. “¡Merecés todo lo que te pase porque ese chiste no es gracioso!”. La vara del humor es la ley para Deborah, aquella que ha dictaminado su renacimiento luego de convertir la infidelidad de su marido en el gag perfecto de sus noches de casino. Cuando en los 70 era la estrella de una sitcom y estaba a punto de consagrarse como la anfitriona de uno de los “late shows” más importantes de la televisión, un monumental incendio la transformó en una loca desterrada, veneno para la taquilla y el humor familiar. Chiste a chiste, Deborah regresó al triunfo en los clubes de comedia al modelar la resurrección en su propia fortaleza, llave ahora de su lucha por la arena del Palmetto con los dientes afilados por su autoestima.
La lúcida mirada de Hacks no solo apunta a jugar a los opuestos entre Deborah y Ava y los humores que representan, sino a poner en tensión los contornos de la sitcom que parecía haber encontrado su camino sin salida. Sin decorados de cartón, ni risas grabadas, ni historias de un episodio, Hacks reinventa la lógica de la comedia en la exploración consciente de su propia gestación. “Estos no son chistes, son poemas ocurrentes”, explica con sarcasmo Deborah mientras Ava le contesta que la persecución del remate final es tan masculina como la importancia del clímax en el sexo. La dinámica entre ambas se define en esa divertida discusión sobre el humor, en la desconfianza esnob de Ava sobre lo popular, en los desafíos de Deborah a la tiranía de lo políticamente correcto. La capacidad de Einbinder –jovencísima comediante de stand up, hija de Larraine Newman, una de las primeras alumnas de Saturday Night Live- de usar el ritmo de sus diálogos, sus expresiones faciales y la plasticidad de su presencia como permanente comentario de lo que ocurre la convierte en uno de los más felices descubrimientos de la televisión reciente.
Creada por los artífices de Broad City, Paul W. Downs, Jane Starsky y Lucia Aniello, Hacks afirma su humor por fuera del escenario y los gags convencionales. Desde la llegada de Ava a Las Vegas, su estadía en las habitaciones residenciales del Palmetto, la tensión entre sus ambiciones californianas y el calor sofocante de esa ciudad de falsos Elvis y perros salchichas, sus enfrentamientos con Deborah están cargados de un subterráneo descubrimiento, el hallazgo de su condición pionera de comediante, sus batallas del pasado en un mundo hostil y prejuicioso, su extraordinaria capacidad de resiliencia frente a los cambios de época. Bajo la apariencia del persistente desencuentro, Hacks consigue unir esos dos vértices que forman ambas para el camino de un artista, y al mismo tiempo forjar su relación en las chispas de sus enfrentamientos y la celebración de sus coincidencias. Smart y Einbinder dotan a sus personajes de una materialidad que no es fácil de hallar en la comedia estadounidense, esquivando las demandas del high concept, los deberes de la corrección y la búsqueda de una interminable innovación.
Todo es material de disputa en Hacks, y al mismo tiempo cada uno de esos terrenos se convierte en escenario del humor. Las diferencias de clase, la crisis ambiental, los abismos generacionales, el suicidio, la sexualidad, el calor, los Rollls-Roysce, los pimenteros. La relación entre ambas excede lo laboral, se enreda con los conflictos de Deborah con su hija, a quien llevó en su juventud por giras y adicciones, se entremezcla en el desencuentro de Ava con sus padres, a quienes envía dinero pero de quienes apenas recibe problemas y reproches. Pero también ofrece un posible espejo en el que ambas se reflejan y se descubren, se hacen compinches en un memorable día de spa y gomitas de marihuana, se contagian de una atracción eléctrica y ambigua, de emociones verdaderas, de aventuras inesperadas. No solo son dos comediantes intentando sintonizar con su época, no perder el humor en los momentos difíciles, equilibrar su humanidad y su ambición, sino dos mujeres que aprenden su mutuo respeto y admiración, que sacan la cabeza ante las mismas adversidades, que hacen de la comedia su ventura y resurrección.