En el rosarino barrio de Pichincha, estratégicamente al lado del bar cooperativo con pizzas artesanales en la esquina de Rodríguez y Salta, hay una casa que por fuera se parece a cualquier otra casa antigua de la zona, con pisos calcáreos y de madera entablonada. Pero el que haya que tocar un aldabón en la puerta de calle Rodríguez marcada con la numerológica cifra 211 sugiere algo más. Esa puerta se abre a Jamaica Art Gallery, una galería de arte cuya principal preocupación no es vender, sino habilitar espacios a la expresión artística de vanguardia calificada.
Mujeres y niñes del barrio se arriman y son bienvenidos. La charla se arma en el patio cubierto entre sofás y banquitos, a cómoda distancia de una cocina con heladera generosa en refrescos. De 16 a 20 los días de semana (preferentemente con cita previa en Instagram @galeriajamaica) dos anfitriones reciben a las visitas: Manuel Brandazza, artista expositor hasta fin de este mes, y el galerista Fede Cantini, también artista plástico (quien está exponiendo obra propia no lejos de allí, en Diego Obligado).
Manuel Brandazza es reconocido en el mundo de la moda como uno de los diseñadores más originales en lo que va del siglo. Estudió Diseño de Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires, ciudad a donde llegó en plena eclosión del underground de los '80 y se maravilló con discotecas como Ave Porco, El Dorado y Bunker, espacios de libertad y diversidad a los que aportaría luego sus creaciones. Entre 2000 y 2005 trabajó junto al artista plástico Diego de Aduriz en una marca revolucionaria. Volvería al ruedo en 2010 con un desfile en bicicletas en Parque Thays. Su taller en el barrio Refinería de Rosario albergó producciones y eventos de colegas durante los primeros años de su estadía en la ciudad donde no se baila.
Al ingresar al taller Un triángulo y una calavera, que dirigen en Rosario Pauline Fondevila y Silvia Lenardón, Manuel se puso a dibujar. Seres que no se sabía bien si eran vegetales, animales o espíritus elementales de la naturaleza, como también formas antropomorfas no del todo humanas, sino más parecidas a deidades o demonios, comenzaron a surgir de las líneas que incansablemente trazaba con sus lápices. El dibujante hizo las paces con el diseñador textil y reemplazó el lápiz con la herramienta que mejor conocía. "Me puse a dibujar con la máquina de coser", recuerda.
Esta tendencia a crear sus propias técnicas y procedimientos, que es tan propia del arte contemporáneo, lo llevó a experimentar con otros modos de dibujar. Con Fede Cantini fueron a buscar barro del río Paraná, que Manuel Brandazza diluyó en agua, a modo de barbotina liviana. Con ese barro leve pintó unos fondos marrones que viene a regar todos los días con un pulverizador, para humectarlos. Hizo dos, en el patio de entrada. Allí dibujó, con gubias de grabado usadas como puntas para incisión, dos imágenes (expuestas entre redes de pesca reales, tejidas con el equipo de la galería) que tienen en común el motivo textil de la red de pesca.
Una es un autorretrato donde el cuerpo parece un mapa de África y el rostro es marrón, orgullosamente marrón. "Barro es autoestima", dice el artista. Otra es un círculo armado en el río con tres pescadores y una canoa, los clásicos temas del grupo Litoral del siglo XX pero trabajados en clave contemporánea de obsesividad minuciosa, para una obra efímera, que será borrada cuando termine la muestra. Un tercer dibujo en barro da título a la muestra, Muchacho del Paraná, en un grácil homenaje a la escultura de ese nombre por Lucio Fontana que se exhibe en el Museo Castagnino de Rosario. Los trazos tienen la seguridad de quien hizo de la figura humana la base de su otra producción, que se trata de vestirla. "Yo quería hacer un vestido de barro", comenta Manuel en relación con su muestra, cuya sala principal es un espacio mágico iluminado por el sol.
La obra homenaje a Fontana no se expone como original en la galería, sino en una reproducción de alta calidad para llevar gratis que detrás tiene impreso un bellísimo poema de Virginia Negri, escrito para la exposición. El sol de tarde ilumina desde la calle una sala completamente pintada con barro del Paraná (sujeto también al humectado diario), donde se despliega una instalación de pared, un friso continuo de aquellas figuras que Manuel Brandazza dibujó con la máquina, en seda blanca, rellenas de un material que las ablanda como adiposidades de un cuerpo maternal. "Barro y seda", resume el artista ante cada visitante.
La idea detrás de esa ambientación es la de un mundo subfluvial, como una visión de lo que habita el interior de esas aguas marrones. Por eso la belleza de las figuras tiene un leve toque siniestro, que evoca quizás el surrealismo selvático de Wilfredo Lam. Lo afro está presente a través de alusiones a las orixás del agua en el panteón yoruba afrobrasileño. El artista menciona a Iemanjá, diosa del mar, pero aquí cabe pensar más bien en Oxum, la orixá del agua dulce. En la charla se abre en un teléfono una fotografía de sus sacerdotisas danzantes, cuya piel morena vestida de sedas blancas entra en perfecta sintonía con esta obra de Brandazza.
Lo moderno se hace presente, recreándose los senos puntiagudos que evocan a cualquier conocedor de la música pop los corsés que Gautier diseñó para Madonna. Estos se integran formando figuras de sirenas de río en composiciones fragmentadas, cuerpos completos pero dislocados, como si los seres míticos hubieran descendido a un inframundo acuático en el que atraviesan la iniciación chamánica del desmembramiento (uno en sueños y visiones, por supuesto). El espacio aquí logrado, entre barro (tierra + agua), seda, madera y sol, mezcla primitivismo con futurismo, en el estilo ya característico de Brandazza, para un nuevo soporte. Peces, o el gran pez dorado al que se refiere el poema de Negri, fluyen inmóviles. La cercanía con el río y la isla es algo que Manuel admira de esta ciudad.
La charla se alarga mucho más allá de la caída del sol; amigues artistes van sumándose, con el saludo de puños entrechocándose y la épica de sus vacunaciones. La pregunta surge: ¿qué sos de Tacuarita Brandazza? Y Manuel cuenta la historia de su tío Angelito, hermano de su padre; de cómo los dos vinieron a estudiar a Rosario y del entrechocarse en su cabeza niña de esos dos significantes: el angelito guerrillero y flaco que a muy tiernos años fue secuestrado por fuerzas de ultraderecha en 1972, y continúa desaparecido. Manuel redescubrió la política desde otro lugar, el de las disidencias sexoafectivas y el del amor propio como resistencia posible ante el estigma social homófobo del HIV. Admira a las jóvenes generaciones trans y queer, su fluidez que sin necesidad de identidades duras se afirma en una relación amable con los cuerpos. Barro y seda.