El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, sumió al empobrecido país caribeño en otro de sus recurrentes escenarios de incertidumbre. Este sábado un equipo de la policía colombiana llegó a Puerto Príncipe para apoyar las investigaciones del magnicidio. Hasta el momento fueron detenidas 20 personas (13 de ellas colombianas) y otras tres murieron durante tiroteos con las fuerzas de seguridad, por lo que aún hay cinco sospechosos con paradero desconocido. En sus primeras declaraciones públicas desde el ataque Martine Moïse, viuda del mandatario haitiano, sugirió que quienes estuvieron detrás del crimen "no quieren ver una transición en el país".
Pero más allá de investigar las motivaciones que llevaron a que Moïse recibiera doce balazos en su casa, se vuelve necesario considerar la historia de Haití, una excolonia francesa que nunca pudo librarse por completo de la injerencia de las grandes potencias y organismos internacionales como la ONU. "Este magnicidio puede provocar un nuevo desembarco de tropas norteamericanas, puede haber un levantamiento popular, un consenso nacional para formar un gobierno capaz de pacificar el país... Es difícil saberlo. Estamos en un momento de confusión enorme", asegura en diálogo con Página/12 Henry Boisrolin, coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina.
Una historia ligada al yugo opresor
Aunque fue la primera colonia de Latinoamérica y el Caribe en independizarse (1804), Haití sufrió desde su nacimiento el acoso extranjero, empezando por la desorbitada deuda (valuada en 150 millones de francos) que exigió Francia para reconocer al nuevo país. Ya independizada, Haití sufrió un importante boicot internacional por parte de las potencias que veían al país como una amenaza para sus sistemas esclavistas. En 1915 Estados Unidos, aprovechando una de las reiteradas crisis haitianas, intervino militarmente para proteger sus intereses económicos y geopolíticos y mantuvo ocupado el país hasta 1934, aunque persiste una fuerte influencia hasta el día de hoy.
Era sabido que cualquier intento de rebeldía le costaría caro a Haití. Bárbara Ester, socióloga e Investigadora en CELAG, lo demuestra con un ejemplo: "La dictadura de los Duvalier duró 29 años y nunca fue cuestionada porque garantizaba la estructura de negocios, mientras que el gobierno de Jean-Bertrand Aristide, que exigió a Francia el pago de una indemnización en el marco de los festejos del bicentenario de la independencia, fue derrocado".
"Papa Doc", "Baby Doc" y después
La segunda mitad del siglo XX estuvo dominada en Haití por el clan Duvalier. François, conocido como Papa Doc, mantuvo una brutal dictadura desde 1957 a 1971 apoyado en los "tontons macoutes", su milicia personal. Tras la muerte de François Duvalier llegó el turno de su hijo Jean Claude, Baby Doc, convertido en presidente vitalicio a los 19 años.
Tras una serie de cortos gobiernos provisionales, en 1990 el sacerdote salesiano Aristide fue elegido como el primer presidente democrático del país, aunque no tardó en ser derrocado por un golpe militar. Cuatro años después fue restituido por una intervención del ejército estadounidense y terminó su mandato en 1996 después de disolver las fuerzas armadas. De nuevo jefe de Estado desde 2001, Aristide se vio otra vez obligado a dejar el poder en 2004 bajo presión de Estados Unidos, Francia y Canadá, y en medio de una insurrección popular.
La llegada de la ONU
Durante esos años el país quedaría bajo el control de las Naciones Unidas, que desplegó alrededor de diez mil cascos azules y policías internacionales. Sin vueltas, Henry Boisrolin califica de "nefasto" el rol de la ONU en el país caribeño. "Una de sus últimas intervenciones disfrazada de ayuda humanitaria denominada Minustah (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití) estuvo en el país de 2004 a 2017. Violaron a niñas, mujeres y jóvenes e introdujeron el cólera, una enfermedad que no existía en el país, matando más de 30 mil personas", sostiene este profesor universitario afincado en Argentina.
Con el trasfondo de una presencia cada vez más fuerte de los organismos internacionales se sucedieron nuevos gobiernos democráticos. René Préval reemplazó a Aristide y al día de hoy sigue siendo el único líder haitiano que terminó los dos mandatos autorizados por la Constitución. El excantante Michel Martelly fue electo presidente en 2011 y restauró las fuerzas armadas luego de 16 años de abolición. Ya en 2015 un desconocido Jovenel Moïse irrumpía en la escena política.
La era Moïse
Jovenel Moïse nació el 26 de junio de 1968 en la localidad de Trou-du-Nord. Su padre era mecánico y agricultor y su madre costurera y comerciante. Llegó a la política representando a la elite agraria gracias a su rol como dirigente de Agritrans, una empresa bananera del nordeste nacida al calor del despojo de miles de hectáreas campesinas. Su sorpresivo cambio de rubro se atribuye en gran medida al expresidente Martelly, quien lo eligió para representar a su partido, el neoliberal Tèt Kale (PHTK).
Elegido en un proceso electoral plagado de sospechas que debió repetirse un año después, Moïse se comprometió a terminar con la corrupción en Haití. Al poco tiempo la justicia local denunció varios hechos ilícitos como el desvío de millones de dólares de la alianza Petrocaribe: la propia empresa del presidente, Agritrans, fue una de las beneficiadas.
Bárbara Ester explica el trasfondo de esa iniciativa de cooperación: "En 2018 para agradar a Estados Unidos Moïse rompió relaciones con Venezuela y reconoció a Juan Guaidó, aun siendo Venezuela uno de los países que más ventajas le otorgó, por ejemplo con el programa Petrocaribe que otorgaba petróleo a precios blandos y obras de infraestructura con el excedente. Esta salida disparó el precio del combustible". La cosa se puso peor un año después cuando estalló lo que, para la socióloga de la UBA, "fue el mayor escándalo de corrupción por un monto que representaba un cuarto del PBI haitiano".
Otro aspecto que no puede obviarse en el balance de la última presidencia haitiana es la aparente conexión entre Moïse y las bandas criminales. Ese vínculo fue investigado profundamente por organismos de derechos humanos y Boisrolin no duda de su existencia: "Se han visto bandidos desfilando en las calles, dando conferencias de prensa y exhibiendo sus armas, haciéndose responsables directos de masacres mientras el presidente nunca decía una palabra de eso".
El profesor Boisrolin advierte que, además de "ganar" mediante fraude las elecciones, Moïse jamás cumplió sus promesas de campaña. "Este hombre dirigía el país mediante decretos. Había impuesto una dictadura y el pueblo haitiano está en contra de toda forma de dictadura", afirma.
El futuro inmediato de Haití
Si bien este viernes el presidente del Senado Joseph Lambert fue proclamado por sus colegas como "presidente interino", nadie se anima a aventurar lo que pueda pasar en Haití en los próximos días. "Este momento debe ser de consenso para evitar la ocupación del país y derrotar un nuevo golpe de Estado. Hay que formar un gobierno de transición y ruptura con ese sistema de opresión neocolonial", sostiene Boisrolin.
Mientras en las calles de Haití se respira una tensa calma, vuelve a emerger el fantasma de la injerencia internacional. Para Ester esas "ayudas" nunca terminan saliendo bien: "Lo más trágico de la situación es que legitime o cree la falsa sensación de que se necesita una nueva ocupación militar extranjera en Haití. Esto es precisamente lo último que necesita el país porque es la principal causa de sus males".