El fascismo, el negacionismo y la estupidez caminan entre nosotros. Se extienden como un manto de lava. Llegaron para quedarse en esta región castigada por plagas de origen diferente. Jair Bolsonaro sintetiza las tres condiciones en un presidente. Las dos primeras están en su naturaleza. Es un remedo de Hitler y Mussolini. Muchos resisten la comparación por temor a caer en la banalidad del Holocausto. Es muy respetable. Pero en Brasil hay quienes no temen hacerla.
Michel Gherman, historiador judío nacido en Río de Janeiro, aporta algunos datos en una entrevista del periodista Bruno Bimbi para CTXT el 28 de junio de 2020: “Hizo una campaña en defensa de la ‘libertad’ de los alumnos para elogiar a Adolf Hitler en su redacción de la prueba de acceso a la universidad, tuvo declaraciones negacionistas en relación al Holocausto, expresó su admiración por el propio Hitler en diferentes discursos, apoyó a un candidato a concejal de su partido que se disfrazaba de Hitler…”.
Estos hechos reflejan una conducta de Bolsonaro que se mantiene en el tiempo. Antes de ser presidente y ahora. Habría que agregarle también su reivindicación de la dictadura brasileña, su racismo, misoginia, homofobia, ataques a los pueblos originarios de la Amazonia, su macartismo y las 3.151 mentiras que dijo en 896 días de gobierno hasta junio, según la agencia verificadora Aos Fatos. Componen un perfil. Dos adjetivos también definen cabalmente su política: ultraderechista y genocida, como la llama el ex presidente Lula.
A diferencia de esas condiciones que perduran inalterables en el presidente, sin arrepentimiento alguno ni disculpa pública, Bolsonaro muestra ahora otra faceta. Ya lanzado a hacer campaña electoral, intensificó sus comparsas motoqueras, sus viajes inaugurando obras y una impostada promoción de la campaña de vacunación. Aquella que ninguneó antes de que el país llegara a los 531.688 muertos que tiene hoy por el Covid. Esa metamorfosis arrebatada de sus actos de gobierno, es una muestra de cómo subestima al pueblo brasileño.
Una estupidez que además quedó descascarada con la manipulación que hizo y hace de la Copa América. Ya había sucedido en 2019 cuando dio “una vuelta olímpica” al estadio Mineirao en el entretiempo del partido Brasil 2-Argentina 0 (como la describió la AFA en su protesta por el mal arbitraje a la Conmebol). También cuando se dejó fotografiar con la Selección campeona después de la final con Perú en el Maracaná. Con el trofeo en sus manos, como si fuera el capitán del plantel.
Bolsonaro cometió su última estupidez -los medios la llamaron chicana- durante la Cumbre del Mercosur, el 8 de julio. Dijo: “Voy a adelantar el resultado: 5-0. Levanto la mano y digo 5-0”, mirándolo con una sonrisa nerviosa a Alberto Fernández, el presidente argentino.
Estas líneas se escribieron sin el resultado puesto de la final. Pero lo que más importa es que Brasil viene perdiendo por goleada desde que asumió este personaje tan desagradable.