No importa si la historia del primer título de Lionel Messi en la Selección argentina, que es también el abrazo a una Copa otra vez después de 28 años, iba a concretarse con el estómago revuelto, los nervios en la boca y las pulsaciones a mil. No importa si la victoria más esperada para el que lleva la 10 y la cinta iba a llegar cifrada y difícil, justamente el sello que caracteriza al juego del rosarino. El fútbol es eso, también, y más si enfrente está el poderoso Brasil de Tité, al que solo fue capaz de ganarle la lujosa Bélgica en cuartos de final de Rusia 2018, el último partido oficial que había perdido. El fútbol es eso que quiso gambetear a Messi durante sus buenos años, olvidándose que era el mejor jugador del mundo.
El rosarino llegó a Brasil desde Europa, en plena pandemia, decidido a ganar la final. "Es el momento de dar el golpe", había dicho. Estaba preparando su gambeta más magistral. Esa que hizo volar a hinchas que querían ver a su capitán levantar esta Copa más que festejarla ellas y ellos mismos, aún cuando nunca habían visto a Argentina campeón.
Su tímida voz lo dijo siempre: “Mi mayor sueño es conseguir un título con la Selección”. Y el título llegó. Porque Messi ofreció su mejor fútbol en Brasil. Y también cuatro goles y cinco asistencias, para los 12 gritos del equipo de Lionel Scaloni. La noche de la consagración mimética de Messi y Argentina fue todo lo tacaña que podía ser una definición en la final contra el local en el Maracaná. El rosarino no pudo lucirse porque el escenario fue disputado, peleado, ríspido, de victoria sacrificada, de clásico sudamericano, ese al que el 10 le aportó fútbol cuando pudo y, cuando no, la entrega que siempre tuvo, hasta robando cinco pelotas importantes.
Un resbalón, al final, le negó su gol. Pero eso tampoco importa. Porque Messi, que siempre conmovió corazones, también lo hizo en esta Copa América. El suyo incluido, que desbordó de alegría y lágrimas apenas el uruguayo Ostojich pitó el final. Las emociones de verlo besar la Copa se mezclaron con el quiebre de un maleficio en el Maracaná.
En la Copa América que la Conmebol quiso jugar como fuera y donde fuera, Messi inventó con su fútbol una burbuja, la más grande que se pudo ver en la pandemia de coronavirus: una capaz de suspender, por un mes, la nostalgia de 28 años de sequía de un pueblo futbolero, y de inventarse sonrisas en medio de los tiempos más tristes, asegurándose de contenerlas a resguardo entre partido y partido, inflándola con sus pulmones, su mente y su zurda cuando fuera necesario.
Esa burbuja de alegrías iba a sobrevivir pasara lo que pasara en el Maracaná, pero Messi la selló con su magia y también como el capitán de un equipo que se abrazó solidario, con las atajadas de "Dibu" Martínez para pasar a la final y con un partidazo de Rodrigo De Paul -el socio elegido de Messi- como signos de un trabajo colectivo que fue creciendo en Brasil y no tuvo fisuras en el día que era el más importante. El fútbol quiso gambetear a Messi durante sus buenos años, pero se olvidó que estaba desafiando al mejor jugador del mundo. Pues se lo recordaste esta inolvidable noche de justicia en el Maracaná, Leo. Festejá. ¡Sos campeón!