La autopista 25 de mayo se funde en una bocina que suena al unísono. Los autos avanzan, las banderas celestes y blancas flamean. Los brazos se agitan y distintos cánticos musicalizan con ritmo triunfal. El destino de la caravana es el Obelisco, lugar al que se autoconvocaron los argentinos para festejar la ansiada Copa América. Se rompió la larga espera de 28 años, llegó el día de gritar dale campeón y dar la vuelta olímpica. La conquista fue nada más y nada menos que contra Brasil y en el Maracaná. La exquisita definición de Ángel Di María por arriba de Ederson, dejó sin nada que hacer al arquero brasileño y los dirigidos por Lionel Scaloni, sin sobrarle nada y decididos a hacer oídos sordos a todos los pronósticos, anotó una página más en la historia deportiva del país.

Suenan bombos y el cielo de la avenida 9 de julio se ilumina por fuegos artificiales. Ahora sí que Cortazar no podría escuchar a Bartók. La estridencia de las cornetas se hace presente y las gargantas se rompen para cantar el clásico: “Brasil, decime que se siente/ Tener en casa a tu papá/ Te juro que aunque pasen los años/ Nunca nos vamos a olvidar/ Que el Diego los gambeteó/ Que el Cani los vacunó/ Que están llorando/ De Italia hasta hoy/ A Messi lo vas a ver/ La Copa nos va a traer/ Maradona es más grande que Pelé”. Algunos lloran, otros se abrazan, la cerveza y el fernet hidrata a los peregrinos. “Esto es gracias a vos, Diego. Gracias Dios”, dice uno, arrodillado en la calle y toma un trago de un vaso gigante de aluminio que tiene la cara de Maradona.

Cualquier sitio servía para celebrar y ver los fuegos artificiales. (Télam)

Las camisetas argentinas se agitan por los aires, el obelisco como testigo ante las ofrendas de la multitudinaria convocatoria. “Vení, vení, canta conmigo que un amigo vas a encontrar, que de la mano de Leo Messi todos la vuelta vamos a dar”, se grita con fuerza. Los semáforos se bambolean, tratan de resistir a los que le saltan encima sin parar. Un gran cartel luminoso que decora la avenida, esta vez no ofrece ninguna publicidad, tan solo transcribe lo que grita un pueblo entero: "Argentina campeón". El epicentro de la Capital Federal es una especie de gran boliche que refleja una postal de antes de la pandemia. “Pónganse los barbijos. La delta no festeja”, dice uno, medio en broma, medio enserio, a un grupo que se encima sobre una parrilla ambulante. “Hay choripan, bondiola y paty”.

La canción que le dedica Rodrigo a Maradona también se hizo presente. “Y todo el pueblo cantó "Maradó, Maradó"/ Nació la mano de Dios "Maradó, Maradó"/ Llenó alegría en el pueblo/ Regó de gloria este suelo”, fue una de las partes más coreadas de la noche. “Vamos a buscarlos a Ezeiza”, le dice Gabriel al amigo, quien después de una breve reflexión respondió: “Mejor quedémonos acá. Mira lo que es esto”. La cerveza vuela por los aires, los bombos acompañan el "dale campeón". Es el leitmotiv de este encuentro. El humo de las parrillas irrumpe como una leve niebla y por detrás se asoman chicos con mochilas que al pasar dicen que tienen cerveza fría y barata.

El himno nacional le pone el toque de seriedad a la reunión. Mientras las banderas se mueven de aquí para allá, algunos ponen su mano derecha en el corazón y como grito de guerra, acentúan la parte que dice “Sean eternos los laureles/ que supimos conseguir:/ coronados de gloria vivamos/ o juremos con gloria morir”.

Algunos se van, otros llegan. El objetivo es acercarse al epicentro del festejo. Al fuego de la ceremonia que no para de crecer al son de ovaciones para Messi y Maradona. Fotos, selfies, todos quieren guardar este momento para mostrarlo con orgullo. Ninguneado o no el fútbol acaba de regalar un instante de felicidad y los presentes quieren inyectarse un poquito de eso. Aunque sea por un rato. “Sé que todo es una puesta en escena para que unos pocos ganen plata, sé que las instituciones del fútbol son una cueva de mafiosos y entruchados, sé que ningún gol va a influir en lo que sí me atañe, y sin embargo, durante esas dos horas, nada me importa más que lo que está pasando allá en el verde, con un nivel de concentración y de tensión que ya querría para otras situaciones”, escribió Martín Caparrós en Ida y Vuelta, el libro de correspondencia futbolera que compuso junto a Juan Villoro.