Ningún director técnico de la Selección Argentina de los últimos 20 años ha tenido el apoyo del plantel con el que cuenta hoy en día Lionel Scaloni. A falta de rodaje y experiencia en el cargo, sin un pasado relevante como futbolista ni un discurso seductor, supo ponerse a los jugadores de su lado, con el mismísimo Lionel Messi a la cabeza, a partir de un par de virtudes de puro sentido común: cercanía, predisposición a escuchar, buen manejo del día a día y códigos generacionales compartidos. Scaloni tiene 43 años y no marca distancias que otros entrenadores, mucho más expertos y de mayor autoestima que él, suelen refrendar en el trato cotidiano, en el vestuario y en la cancha. Habla lo preciso, ni mucho ni poco pero claro. Y, por lo que parece, llega, convence.
El abrazo estrecho y sincero que Messi le dio poco después de la consagración del sábado ante Brasil y los cánticos referidos a "la Scaloneta" que le reconocen en el armado del equipo fueron la prueba de una identificación entre el técnico y sus jugadores que no ha sido moneda corriente en la Selección. Alfio Basile en su segundo ciclo, Sergio Batista en su breve y frustrado paso y Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli en la tormentosa previa del Mundial de Rusia de 2018 tuvieron que lidiar con planteles ariscos que, liderados por Messi y Mascherano, los miraron con lejanía e indiferencia y que, sin faltar a su compromiso profesional, se autogestionaron sin tomarlos en cuenta. José Pekerman por sus antecedentes al frente de los seleccionados juveniles, Diego Maradona por el aura de su nombre y su figura y Alejandro Sabella por su pragmatismo, tuvieron algo más de suerte a la hora de relacionarse con ellos.
Scaloni llegó con un pecado de origen: había pertenecido al cuerpo técnico que Sampaoli llevó a Rusia y se quedó cuando todos se fueron. El presidente de la AFA, Claudio Tapia, le pidió que tome a su cargo, junto con Pablo Aimar, un seleccionado juvenil que debía participar del torneo de L'Alcudia en España. Y como lo ganaron, le reclamó otro favor: que dirija al seleccionado mayor en las tres ventanas de amistosos internacionales programadas a fines de 2018. Lo hizo a su manera, sin experiencia pero tampoco sin ponerse nervioso. Con el atrevimiento y la convicción suficientes como para dar de baja a una generación desgastada que llevó el peso de la Selección durante casi diez años y abrirle las puertas de un vestuario conflictuado a jugadores nuevos, sin tanto peso en la espalda y dispuestos a convivir con Messi desde la admiración y el respeto.
Así fueron apareciendo, desde el primer partido ante Guatemala en Los Angeles el 7 de septiembre de 2018, nombres que ya forman parte del elenco estable de la Selección: Germán Pezzella, Nicolás Tagliafico, Leandro Paredes, Giovani Lo Celso y Exequiel Palacios participaron de ese amistoso inaugural. Lautaro Martínez y Rodrigo De Paul debutaron un mes después frente a Irak en Arabia Saudita y Messi recién se ensambló en una noche para el olvido: derrota 1-3 ante Venezuela, el 22 de marzo de 2019 en Madrid. Desde el principio de su ciclo, primero como técnico interino y luego como definitivo tras la anterior Copa América de Brasil en 2019, Scaloni tomó decisiones y las sostuvo en el tiempo, rodeado de un equipo de colaboradores con más historia que la suya (Roberto Ayala, Walter Samuel y Pablo Aimar) a los que escuchó y escucha con atención y le sumó el aporte cada vez más influyente del videoanalista Matías Manna, a quien rescató del equipo de Sampaoli.
Tal vez allí esté una de las razones de la identificación del plantel con Scaloni: los que están son sus jugadores, sus apuestas, aquellos por los que dio la cara. Después vinieron otros como Guido Rodríguez y Nicolás González. Hasta llegar a los últimos: Emiliano Martínez imponiéndose a Franco Armani como arquero titular y Cristian Romero afirmándose como primer marcador central. Ayala y Samuel lo adoptaron como propio al zaguero cordobés, lo trabajan aparte, le hablan todo el tiempo y tienen sus razones: lo ven jugando las próximas tres Copas del Mundo. En el medio, sorprendieron algunas determinaciones: Juan Foyth y Lucas Ocampos fueron titulares en las Eliminatorias, pero no estuvieron en Brasil y Lucas Martínez Quarta perdió tanto terreno que ni siquiera fue al banco en los últimos dos partidos.
Quedó dicho: no es Scaloni todavía un estratega de peso y va aprendiendo sobre la marcha el oficio de plantear los partidos y tomar decisiones rápidas en pleno juego. Hizo mejor los cambios ahora que en 2019. Pero a nadie eso parece importarle demasiado. Los jugadores, desde Messi hacia abajo, valoran todo lo otro, lo que parece accesorio pero no lo es tanto: su perfil bajo, su manera serena de convivir sin competir con ellos y la forma en que logró integrar a los nuevos con aquellos que, como el propio Messi, Otamendi, Di María y Agüero, vienen sobreviviendo juntos en la Selección desde 2008.
Roto el maleficio de los 28 años sin ganar títulos, Scaloni afrontará desde ahora nuevos desafíos: clasificarse al Mundial de Qatar (quedan 12 fechas) y estabilizar un rendimiento del equipo sin tantos altibajos. Sin tantas diferencias entre primeros tiempos ambiciosos y segundos tiempos angustiosos. Debe el técnico definir una identidad y acaso, no retocar tanto la formación entre partido y partido. Pero nada es imposible de hacer cuando mira a su alrededor y no ve una lucha de egos desmadrados sino simplemente un grupo de futbolistas dispuestos a jugarse la vida por él.