La belleza cura, contagia, transforma. No se puede sacar racionalmente de una cabeza aquello que no ha entrado en ella de forma racional. Dicen que todo es cuestión de perspectiva, por eso es mejor no perderla. Inglaterra tardó 54 años en darse cuenta.
Este domingo alcanzó su primera final en un torneo internacional desde el Mundial de 1966. Una fiesta tardía con triste final. Demasiado tiempo para tanto prestigio. Quien lo iba a decir. El “fútbol húmedo” -niebla, lluvia, barro, campos inundados- saliendo desde el fondo con el balón controlado. Durante mucho tiempo fueron rostros sin definir que bailaban en el vacío de un fútbol primitivo, grotesco, de pelotazo largo, en busca de algún cabezazo aislado, de algún contragolpe efímero. Así la recordábamos. Hasta hoy.
A Inglaterra le ha cambiado la cara la inmigración. El aporte creativo de futbolistas foráneos que han provocado el enriquecimiento de la competición inglesa. Le han aportado talento, y la interpretación necesaria de que los objetivos ambiciosos se construyen desde la posesión. Este aporte solidario de belleza sumado a la intensidad y al ritmo natural del fútbol británico han transformado la Premier League en la mejor competición internacional. Y su Selección se ha contagiado. Pudo ganar el partido. Su primera parte fue un tsunami de expresividad ofensiva. La pasó por arriba a la selección “azurri”.
La segunda parte fue otra cosa. Se desdibujo en la presión, en la intensidad. Italia, poco a poco, fue apoderándose del control del partido para convertirlo en un escenario de dominio absoluto. Con un matiz más para el análisis. Esta Italia tampoco renuncia a la posesión del balón. La busca, la pide, la necesita. La quiere para construir, para crear. Para juntarse alrededor de Insigne, de Chiesa, de Verratti, de Inmobile. También se pudo llevar el partido antes de los doce pasos. Los dos nos dejaron un tsunami de belleza futbolística.
Ya no vivimos para el asombro. Los fantasmas se van diluyendo por el camino. Las doctrinas conservadoras se desvanecen. La “furia” española, el “catenaccio” italiano y el pelotazo inglés ya no se reconocen. Esto hace suponer que hoy se gana con la pelotita. Como el fútbol nuestro, el de hace 60 años, el de toda la vida.
Italia se llevó la Eurocopa y se sube a la esperanza para seguir soñando. Encontró la eternidad en un instante. Los dos ignoraron sus orígenes para perseguir la belleza. Esa emoción que te atraviesa el alma.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979