La Colección Fortabat acaba de inaugurar “Quiero ser luz y quedarme”, la primera gran muestra de Santiago García Sáenz después de su muerte, hace 15 años.
El pintor falleció a los 50 años, de VIH, y en vida, tal como recuerdan los curadores de la exposición, Pablo León de la Barra y Santiago Villanueva, se lo consideraba como un artista religioso e ingenuo.
En las conversaciones que tuve con Santiago García Sáenz y las visitas a su taller, durante los años noventa y primeros dos mil, él me decía que prefería pensar el arte y la vida como continuidades y conciliaciones, como si un artista se continuara en otro; una elección de estilo, en otra; una etapa en otra y así siguiendo, al modo de postas que se pasan y se toman. Más que situarse en el conflicto o las rupturas, situaciones para las que él imaginaba espacios de conciliaciones, García Sáenz prefería pararse en la estabilidad como parte de una secuencia de variaciones y modulaciones continuas. Cuando le pregunté cómo enfocaba su trabajo, contestaba que lo hacía desde la memoria, especialmente desde la memoria visual, y a eso le sumaba un conjunto de “pulsiones”: erótica, popular, religiosa, pero siempre desde la memoria, tanto en sintonía social como desde una perspectiva individual, según fuera el caso.
Su pintura delicada y candorosa, sus cielos tornasolados, esos rayos y relámpagos que irrumpen iluminando la escena; los cuerpos, los cristos, las citas pictóricas, los paisajes, la arquitectura sacra, buena parte de los elementos que conforman su obra, provienen en gran parte de sus convicciones religiosas. En sus trabajos anida el deseo, la fe, la culpa, el (auto) castigo, el dolor, la redención y, sobre todo, la luz, en sus sentidos metafórico y literal. En este punto, los curadores sostienen que la tensión entre luz y oscuridad responde al modo que el artista tenía de conciliar su religiosidad con sus deseos.
El sustrato religioso es la estructura fundamental de su figuración, al modo de una ficción articuladora, arraigada en el gusto por lo popular, el barroco latinoamericano, su itinerario de vida y el contexto en el que le tocó jugarse por el arte: la dictadura, la postdictadura, su pertenencia (y tensiones con lo) familiar, su educación religiosa; su denuncia de la intolerancia; y también su valoración de la apertura y continuidad democráticas; finalmente el VIH, que padeció en soledad. En su obra el artista también dejó registro pictórico de su contexto, con picos trágicos, como en sus cuadros de 1982 sobre la guerra de Malvinas o lo que pintó luego del atentado a la AMIA.
La exposición se divide en diferentes núcleos que dan cuenta del destape de los años ochenta en Buenos Aires, la búsqueda de una identidad latinoamericana, la intolerancia sexual y la martirización, el padecimiento del VIH y la presencia de la naturaleza como espacio de libertad, bienestar y redención.
Hay toda una secuencia autorreferencial, autobiográfica en sus cuadros, que podría pensarse como un diario personal contado en clave pictórica. Del mismo modo, la nocturnidad supone una búsqueda del encuentro con otros cuerpos, pasado también por el filtro religioso y que también es un momento de riesgo. Por otra parte, en varios de los retratos hay citas de obras que formaban parte del patrimonio familiar.
Los mártires que pintó García Sáenz evocan una respuesta religiosa respecto del dolor y la intolerancia. En los laberintos y trampas de la fe, el martirio y la flagelación suponen refugio y consuelo.
"Los cristos en los enfermos" es una serie que evoca la epidemia de VIH, los contagios y muertes durante los años noventa y, por otra parte, también remiten a una interpretación de los heridos durante la guerra contra Paraguay: las figuras de los cristos se multiplican en tiendas de campaña o habitaciones.
Si en parte los espacios urbanos podían generar tanto la búsqueda erótica como la intolerancia y la violencia, las escena de la selva misionera funcionan como un espacio paradisíaco, de bienestar, de cruce de culturas: un barroquismo selvático para la coexistencia, donde confluye la búsqueda de lo latinoamericano como pertenencia.
La serie “Te estoy buscando América” se compone de relatos, mitos, indigenismo, paisajes y búsqueda identitaria. Allí el barroquismo resulta de la convergencia conciliatoria entre la matriz de los pueblos originarios, la influencia española y las culturas de las sucesivas oleadas de inmigrantes.
* En la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141, Puerto Madero, hasta el 10 de octubre.