El discurso sobre los jóvenes durante la pandemia muestra distintos planos siendo que cada uno toma visibilidad según la coyuntura. El primero se refiere a los jóvenes como víctimas de la pandemia, por el encierro, por no poder ir a la escuela, por no poder juntarse con sus amigos. El segundo hace foco en el pasaje de víctimas a victimarios. Los adolescentes son irresponsables, casi los únicos culpables de las olas del coronavirus, por las fiestas clandestinas, por las salidas, por los bares abarrotados. La estigmatización convivió con una victimización extrema. Ambos representan parte de una verdad deformada, atravesada por la simplificación y absolutización discursiva.
Estas dos narrativas convivieron este año y medio. Durante el verano tuvo más fuerza la segunda, y desde septiembre a diciembre del año pasado y a partir de febrero de este año, por el inicio del ciclo escolar, la primera.
El tercer plano de este discurso es el más reciente, y se enmarca en el año electoral. Tiene que ver con cómo la política interpela a los jóvenes, cómo puede lograr que se sientan representados, cómo puede lograr que se sientan parte y protagonistas de la sociedad. El discurso de Cristina Kirchner en el anuncio sobre el programa Conectar igualdad, puso en agenda esta dimensión del discurso. Como no podría ser de otra forma, la estrategia defensiva de la lógica mediática redujo esta problemática, poniendo el foco en las características de los referentes artísticos, si sus letras son machistas, si la computadoras fueron o no entregadas por el gobierno. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, también abordó esta problemática en el lanzamiento del Consejo Multisectorial de la Juventud. Señaló que “la Argentina no es ese país de mierda que nos quieren retratar. No lo es, es mentira. Esa idea destruye cualquier puente hacia el futuro. El destino para nuestras juventudes no puede ser Ezeiza”. Los medios de comunicación y algunos sectores políticos han generado una campaña para instalar esta idea. Esto plantea desafíos estructurales para el sistema democrático. La pandemia es el último paso, hasta el momento, de un proceso que lleva años de derrota cultural de la política como elemento transformador de la sociedad, donde la desigualdad y el egoísmo son valores centrales. Frente a esto, algunas organizaciones políticas han generado espacios interesantes de organización y militancia que intentan tejer lazos sociales, fortalecer la participación y el compromiso con el todo.
Vivimos momentos donde sectores sociales, y sobre todo una parte de los adolescentes manifiestan preferencias antidemocráticas. Como demuestra el proceso histórico, durante las crisis las derechas, la nueva, la populista, la libertaria, la liberal, ponganle el nombre que quiera, buscan, a través de un posicionamiento simplificador, salidas mágicas a los momentos complejos y críticos. La pandemia y la crisis económica que esta produce, es una oportunidad donde estos sectores encuentran una nueva construcción de legitimidad frente al fracaso neoliberal. Con un discurso anti sistema, anti vacuna, anti gobierno, muestran rasgos de rebeldía. Y puede ser muy efectivo, porque los jóvenes son los más afectados. El 57% de los niños, entre 0 y 14, son pobres. El desempleo de las mujeres jóvenes (entre 14 y 29 años) es de 24,9%, mientras que para los varones es del 17%. Esto es un fenómeno mundial, no solo pasa en Argentina. El “estudio sobre los efectos en la salud mental de niños, niñas y adolescentes por covid-19” de UNICEF , indica que el 50% de los y las adolescentes refirió sentirse triste y un tercio manifestó sentimientos de soledad. También la mayoría sienten incertidumbre frente a sus proyectos futuros, manifiestan que desean recuperar su cotidianeidad sin distanciamiento, en este sentido la autonomía y la libertades son dos valores que destacan. Frente a esto, el sistema político. Las políticas públicas de crecimiento económico, empleo, inclusión, integración y educación, son centrales para que nuevas generaciones no tomen la salida autoritaria y facilista. Mientras estas políticas se desarrollan, la puja simbólica es central.
La comunicación política (comunicación en redes, los discursos, la militancia en el territorio) deben ser parte de un todo coherente, con una tónica muy fuerte en los valores democráticos, la inclusión, el diálogo, el trabajo y cierta certidumbre para poder deslegitimar al discurso derrotista de las derechas y que los jóvenes se sientan parte de esta sociedad.
* Politólogo y docente