Esteban Javier Badell Acosta tiene 53 años, muchas canas en su pelo corto y problemas para dormir. “Todavía me despierto tres o cuatro veces en la noche, a veces tengo que levantarme para chequear que esté todo bien”, dijo ayer en el cierre de su testimonio ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata en el juicio por los crímenes de las Brigadas. Sumó “desilusión general” y “desconfianza total” como respuesta a la consulta de la querella del colectivo Justicia Ya, sobre las consecuencias que la última dictadura cívico militar dejó en su vida. Esteban y su hermana presenciaron el secuestro de sus padres y vivieron casi una década bajo la violencia física y simbólica de uno de sus tíos y, también, el represor que los entregó.
La vida de Esteban y de su hermana cambió rotundamente el 28 de septiembre de 1976, cuando un grupo de personas de civil rodearon la casa donde vivían junto a sus padres y una señora, en City Bell. Estaban durmiendo ya, cuando comenzó a escuchar ruidos. “Abrí, Badell”, escucha al otro lado de la puerta. De un momento para otro, ya están adentro. Prenden la luz y ve “a un tipo de civil con una ametralladora apuntándonos, diciéndonos que nos quedáramos callados. A la señora le decía que se quedara boca abajo, silencio que te mato, le decía”. Al padre, Esteban Benito Badell, le pidieron que diga “dónde están las armas”; a la madre, María Eliana Acosta, que se cambie. Revolvieron y rompieron todo. Se llevaron al matrimonio y ellos, la señora y los niñes, se quedaron.
“Esta señora no sabía qué hacer. Mi hermana lloraba y yo con una impotencia terrible. Aterrado. Nos quedamos dormidos”, contó. María Eliana era chilena, “desde siempre militante socialista”, definió su hijo. En Argentina se unió al PRT-ERP, donde también militaba Esteban Badell, con quien se casó. Tuvieron a sus hijos en 1967 y 1969. Meses antes de “caer” en La Plata, sufrió un allanamiento en Santiago de Chile, última vez que viajó a ver a su familia. De su casa de City Bell se los llevaron al centro clandestino de detención conocido como Pozo de Arana. Esa noche también secuestraron a Julio Badell, hermano de Esteban y también militante del PRT-ERP. Ambos trabajaban en la Policía de Buenos Aires. Sus cuerpos sin vida fueron entregados a la familia entre una y dos semanas después de la noche del 28 de septiembre. Por testimonios de sobrevivientes, se sabe que fue la Brigada de Investigaciones de Quilmes (conocida como el Pozo de Quilmes) el último destino en donde vieron a María Eliana con vida.
La complicidad
Al día siguiente del secuestro, la señora que estaba con ellos llevó a los hermanos Badell a la casa de una tía paterna, casada con Evaristo Tadeo Rojas, efectivo de la Policía bonaerense. “Llegamos abrumados y empezamos a contar lo que había pasado. Él se estaba afeitando. El tipo ni se inmuta, es como si le hubiéramos dicho ‘salió el sol’”, recordó Esteban. La familia Badell recibió a los dos días el cuerpo de Julio Badell. Esteban aseguró que “lo entregaron muerto, pero por el testimonio de un policía arrepentido supimos luego que lo habían tirado del tercer piso de la Jefatura de Policía de La Plata, aunque en las noticias salió que había sido suicidio”. La ventana de donde lo tiraron correspondía al despacho del genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz.
Al velorio de Julio no dejaron que fueran “los chicos”, sostuvo el hombre en su testimonio. Pero sí al de su papá, cuyos restos entregaron a la familia dos días después. En esa despedida vio a Tadeo Rojas “quebrarse ante el cajón y decir ‘estos hijos de puta me cagaron, me prometieron que me lo iban a entregar con vida’”. Por testimonios, Esteban pudo saber que su papá murió mientras lo torturaban, en Arana.
Años después, se animó a preguntarle a Rojas directamente si había sido cómplice de los hechos. Resumió el diálogo: “Le dije que algo sabía sobre lo que pasó. El tipo me mira y me dice que sí, que tengo razón, que era policía y solo cumplía órdenes. Me aseguró que mi mamá estaba muerta, pero que no sabía dónde. Y que me iba a averiguar”.
Años de abuso
Semanas después del velorio de su padre, Esteban y su hermana volvieron a la casa donde había ocurrido todo. Es que Rojas, su esposa –hermana de los Badell asesinados– y sus hijos la convirtieron en techo propio, luego de que “la familia entera” se repartiera los muebles y quemaran los libros que habían pertenecido al matrimonio de militantes del PRT-ERP. Esteban solo pudo rescatar El Principito.
Desde entonces, sus días y los de su hermana se convirtieron en un calvario. “Nos pegaban con palos y con correas, nos insultaban. Éramos discriminados, nos dejaron dos años durmiendo debajo de la mesa del comedor con frazadas. Mi tía nos decía ‘esa comunista subversiva, esa puta de mierda’ en relación a mi mamá, como si le echaran la culpa de lo que había ocurrido con mi papá y mi tío Julio”, indicó Esteban. Confirmó algo de eso leyendo la correspondencia entre Rojas y su abuelo materno –de la que supo años después–: “En una carta, Tadeo Rojas le dice a mi abuelo que ellos se harían cargo de nuestra educación cristiana ya que las ideas de mi mamá comunistas habían hecho que mataran a sus hermanos”, reprodujo.
“Nosotros queríamos irnos a Chile, la pasamos muy mal, mi hermana peor”, destacó Esteban. Paula, su hermana, declaró largamente antes que él, pero solicitó que su testimonio sea reservado, sin difusión. Rojas y su esposa consiguieron la tutela de los entonces niñes en 1978. Para eso, primero, tuvieron que presentar un certificado de defunción de María Eliana. Esteban dijo durante su testimonio que vio dos: “El primero decía ‘muerta en enfrentamiento’, pero en el Registro Civil figura otro, que dice ‘muerta por ahorcamiento’, está firmado por Bergés y tiene como domicilio el de la Brigada de Investigaciones de Quilmes”. El represor José Antonio Bergés fue médico policial y tuvo injerencia en el Pozo de Quilmes.
El cuerpo de María Eliana Acosta, no obstante, jamás apareció. La familia chilena intentó, por lo menos dos veces, ir a buscar a los hermanos Badell a la casa de la familia Rojas. Primero fue una amiga de su madre y luego su abuelo. “Nosotros recibíamos esas visitas, nos ilusionábamos, pero después de un día para el otro se cortaban. Nos sentíamos totalmente abandonados”, contó Esteban. Lo que ellos no sabían era que en ambas oportunidades, la mujer y el abuelo fueron amenazados por Rojas y patotas de civil para que dejaran de insistir. Vivieron allí hasta 1985, cuando por pedido de la familia materna, Abuelas de Plaza de Mayo posibilitó su localización. Desde entonces viven en el país trasandino.
En esos años, además de los abusos sufridos, también vieron cosas que confirman la participación de Rojas en el terrorismo de Estado. Como aquel día en que “este señor llegó con un bebé envuelto en una manta” a la casa, donde su esposa le “hizo un escándalo, que lo quería para ella, que se lo dejara, que era suyo”. “El tipo se enojó mucho, le sacó el bebé de los brazos y le dijo: ‘Éste no. Si quieres uno, vamos a buscar otro, pero este no’”, relató Esteban, entre algunos episodios que le parecieron “raros”. Otra cosa que le extrañó fue la visita que no pudieron concretar, él y otros “primos” a “una de las comisarías donde trabajaba Rojas”. Solía llevarlos “de paseo” a sus “lugares de trabajo”, pero a ésta –no recordó cuál– no pudieron ingresar. “Nos mandó de vuelta al auto, pero yo me escabullí por aquí, por allá hasta que por una ventana vi que tenían adentro a una persona atada a una mesa, que luego encendieron la radio y un motor”. Rojas falleció impune.