Un Festival Perdido, una historia velada. Como si buscaran huellas en la arena, y pudieran remontar los sedimentos del tiempo, dos mujeres vuelven sobre los pasos del Encuentro de Cine del Municipio Urbano de la Costa, que se hizo el 17, 18 y 19 de julio de 1981. Laura Haimovichi sabe que existió: ella fue su impulsora y organizadora. Con la cuarentena, le urgió documentarlo, se cumplen cuatro décadas y hoy parece una epopeya. No quería que pasara otro año sin recuperarlo. En la búsqueda, le recomendaron que se contactara con Silvina Tettamanti Otamendi, que vivió 23 años en el que hoy es el Partido de la Costa. Y ahora, juntas, encuentran aliades para reconstruir la presencia de Lucas Demare y de Eliseo Subiela, entre tantas figuras del cine nacional que encontraron en esos tres días el espacio para ver películas, debatir y hasta para caminar por la playa. “Estamos en una etapa que podríamos llamar de exploración arqueológica, porque estamos intentando conectarnos con todos los sobrevivientes que participaron del Primer Encuentro de Cine Argentino en el Municipio Urbano de la Costa”, dice Laura. A fin de mes, realizarán actividades en las redes sociales, se las puede encontrar en Instagram y en Facebook como El festival perdido. Lanzadas a la recuperación, planifican también un documental para iluminar aquel tesoro con las luces del ahora.
Entonces, Laura estudiaba periodismo en el Instituto Grafotécnico de Buenos Aires, ya que la carrera de Ciencias de la Comunicación estaba cerrada por la dictadura cívico militar empresarial y eclesiástica. No es capricho hacer visible cada capa de sustento de aquel régimen. Los padres de Laura eran actores independientes, el papá había trabajado en una película de Raymundo Gleyzer. El terrorismo de estado copaba la atmósfera. Un compañero que era de Mar del Plata le contó que había una posibilidad de trabajo. El diario Pionero estaba por abrirse, en Mar del Tuyú, el centro geográfico de un Municipio (hoy partido) que tiene 90 kilómetros de largo y muy pocas cuadras de ancho, desde la ruta 11 al mar. Laura tenía 19 años, un novio llamado Castor Díaz y la oportunidad de trabajar por primera vez como periodista. Allá fue, a un pueblo donde vivían 1000 habitantes y las casas estaban separadas por 30, 40 y hasta 50 metros.
El diario Pionero todavía existe. Laura recuerda que se fueron tentando con la oferta de salario y vivienda, al lado del mar. Néstor Picone, Carlos Comparato y Castor Díaz, que entonces era la pareja de Laura, se mudaron a ese pueblito fundado en 1945, con calles circulares y un óvalo en la playa que le daba un diseño urbano pintoresco. “Era una utopía, la posibilidad de ejercer mi profesión prácticamente por primera vez, vivía frente a la playa. Era un sueño, la verdad, era muy bonito todo, pero nosotros llegamos los primeros días de febrero, todavía estaba en pleno auge la temporada de verano. Yo ya me intuía que se venía la soledad y el invierno y el frío y ahí pensé que teníamos que hacer algo porque si no, nos vamos a pegar un embole bárbaro”, sigue Laura el comienzo de la historia. “El tema de trabajar en grupo, crear cosas colectivas, tiene que ver con la historia de mis padres”, sigue su recuerdo.
A fines de febrero, Laura le propuso a Jorge Guitelman, el director del diario, primero, que hicieran un cierre de temporada para los niños (ahora se diría les niñes). Se recuerda con megáfono, alentando a dibujar y llevarse recuerdos de la temporada. La actividad salió muy bien, y entonces, hizo otra propuesta: un encuentro de cine argentino. “No tenía la menor conciencia yo del trabajo que implicaba eso, porque tenía que venir a Buenos Aires y empezar a moverme, a buscar a la gente, buscar las películas. Entonces, me vine. Me dijo que sí, todo parecía sencillo. Visto desde hoy, la verdad es que no lo puedo creer”, cuenta desde su casa, en Buenos Aires.
Silvina no tenía idea de aquella historia y la convocó, justamente, su misterio. “El síndrome de embole que tuvo Laura en el primer invierno, yo lo tuve durante 23 inviernos. Nada más que estaba en un proyecto de familia, pero lo cierto es que no había un cine para ir, en invierno, no había donde llevar los pibes, nada. Deporte y nada más. Entonces, lo que uno quería hacer tenía que generarlo uno”, describe Silvina. Su experiencia en la costa fue posterior. “Alguien le dice a Laura que hable conmigo y a mí me sorprendió porque no tenía ni noticias de esa movida. Jamás escuché hablar de eso. Me generó una curiosidad tremenda porque… fue una risa. Un día salimos en Santa Teresita a tocarle el timbre a la peluquera, a la masajista, las personas que se podían llegar a acordar de eso. El dueño de los cines, que prestó las tres salas, no se acuerda”, cuenta Silvina desde La Plata, donde vive ahora. Laura suma a esa sensación: “No estaba en internet, hasta que nosotras nos juntamos, no había aparecido nada. Si no fuera porque hay realmente sobrevivientes de aquella época, sobre todo la gente del mundo del cine, el director del diario, mis compañeros, por momentos digo ¿esto ocurrió? Parece una invención. Y no, sucedió”.
No fue un sueño, aunque hay una ensoñación en el relato de Laura. Parece una escena de película. ¿Por qué el cine? Laura y sus compañeros eran “muy fans”. Iban a la Cinemateca Argentina y a cualquier lugar donde se pudiera ver cine de autor. Muchos años después, ese es un punto de contacto potente con Silvina. Encontrar películas por fuera del circuito comercial, era también resistir.
Corría 1981. La dictadura ahogaba, aunque empezaba a haber algunos intersticios. Silvina es abogada, muchos años después formó parte de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). “En el año 1981 ya los organismos de derechos humanos habían hecho todas las denuncias en el exterior, la APDH funcionaba a pleno, faltaba menos de un año para la guerra de las Malvinas, había venido la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Había efervescencia. Yo iba a la secundaria en ese momento, un colegio de la Universidad de La Plata, y nosotros ya estábamos hablando de reorganizar el centro de estudiantes”, pone en contexto histórico el Encuentro, hoy rebautizado como el Festival Perdido.
Pese a esas pequeñas grietas, el clima era opresivo. “En ese momento era paradójico porque había miedo, vos conocías a alguien y no sabías quién era, pensabas ¿será de los servicios? Pero por otro lado, esta propuesta, salió. Laburé mucho y mis compañeros laburaron mucho, tuve apoyos en Buenos Aires de mi familia, fuimos al Instituto de Cine, fuimos a la cinemateca, nos contactamos con Ricardo Wullicher, el director de Quebracho y también con Eliseo Subiela. Y en estos dos casos en particular, nosotros preestrenamos antes que en los cines comerciales”, sigue el recuerdo de Laura. La conquista del paraíso, ópera prima de Subiela, se vio en Mar del Tuyú. Wullicher les facilitó Misteriosa Buenos Aires, una película de tres episodios, inspirada en el libro de Manuel Mujica Láinez. Alberto Fischerman y Oscar Barney Finn eran los otros dos directores. Hoy, Barney Finn está interesado en desenredar el ovillo de esta historia.
De Wullicher, Laura recuerda que la conectó con “muchísima gente”. Y empieza una lista de nombres estelares. “Por ejemplo, Aída Bortnik, que fue después la guionista de La historia oficial. Ella estuvo también en el festival. Lita Stantic, que era la productora de María Luisa Bemberg. Una de las películas que dimos fue Momentos, de la Bemberg, feminista como toda su filmografía, más allá de que ella venía de una extracción liberal”, siguen sus recuerdos. “Dimos La guerra gaucha, estuvo Lucas Demare, y también estuvieron Amelia Bence y Ulises Petit de Murat, que fue el guionista de la película”, rastrea en sus recuerdos. “Me acuerdo de todos”, dice Laura y se frena porque la nota no podrá contener todos esos nombres. “Hay alguien que sí me gustaría nombrar, que es Simón Feldman, que nunca hizo un cine comercial y tenía a su hija desaparecida en ese momento. Simón estuvo”, subraya.
Además de películas, hubo espacio para otros intercambios. “Hicimos debates y mesas redondas, que esa fue como la parte más compleja, porque todo era abierto, todo era libre y gratuito y en ese momento existía el Ente de Calificación Cinematográfica, la censura. Cortaban las películas de una manera totalmente arbitraria. Y en estos debates se hablaba de la necesidad de la libertad de expresión, de que el cine tuviera recursos propios, que hubiera un desarrollo de la industria, de esta industria tan particular, al límite entre el arte y lo comercial”, sigue el recuerdo de aquellos tres días. “Creo que ese momento fue como una oportunidad de intercambio, de poder discutir sus problemáticas”, continúa la historia.
A Silvina le parecía insoslayable que este Encuentro se hiciera en las mismas costas donde, en 1977 y 1978, habían aparecido cuerpos de personas desaparecidas. “Cuando Laura me cuenta todo esto y el proyecto de hacer un homenaje, a mí lo que me parecía imposible de soslayar era lo dramático, lo siniestro de los encuentros de los cadáveres. Habían pasado dos años de eso. Pensá que aparecían cadáveres en la costa, que en principio no se sabían de quiénes eran, que podía ser un naufragio pero después no eran 2 o 3, eran 5, 7, 8, 20 en cada localidad, ya aparecían con manos atadas, cuerpos desnudos, golpeados, degradados. Después se abrió una causa en el juzgado federal de Dolores”, cuenta Silvina, que fue apoderada de APDH, y en ese carácter participó de los testimonios en causas por delitos de lesa humanidad. “Mucho después de aquella época se supo que estaban relacionados con la causa de la ESMA y provenientes de los tristemente célebres vuelos de la muerte”.
Silvina retoma la paradoja. “La costa tuvo una característica y es que, si bien fue creada en 1978 como municipio, los intendentes fueron civiles, no militares. Entonces, había mayor cuidado que en los pueblos donde intervinieron militares, como en el partido de General Lavalle. Creo que esa fue la grieta por la cual se pudo colar el Festival”, considera ahora.
La idea de rastrear estas huellas para revivir la memoria del Festival Perdido surgió cuando Laura se puso en contacto con sus compañeros de entonces. Se le hizo urgente recuperar aquella actividad que hoy parece espectral. “De hecho, Lucas Demare que es un prócer de la historia del cine argentino, se murió dos meses después del encuentro. Tenía más de 70 años”, sigue el hilo de esa recuperación. Ahora, están en contacto con el nieto de Demare, que vive en México y con el hijo de Subiela. Los dos colaboran con esta recuperación. Y Laura espera que alguno de sus compañeros organizadores se entusiasme.
Si bien estaban en contacto desde meses antes, el primer encuentro entre Laura y Silvina fue en Santa Teresita, el 24 de marzo de este año, en el Pasaje de la Memoria. “Ese lugar es justamente un homenaje a las víctimas aparecidas, los aparecidos. Y decidimos sacarle este velo al festival, poniéndonos en marcha. No me parece casual que la única mujer que estuvo en ese proyecto sea la que lo sostiene. No me parece casual que tengamos esa necesidad de recuperar la memoria y no me parece casual tampoco que nos muevan las emociones, que no garpan en este sistema, que son menospreciadas”, suma Silvina y enfatiza: “Menos mal que estamos nosotras que vamos trayendo generación por generación la memoria al presente y construimos otro tipo de historia”.
Tampoco es casual que Silvina y Laura participen, hoy, de colectivas feministas. “Silvina y yo nos conocimos hace unos meses. Venimos de experiencias feministas, distintas, pero con muchos puntos en común. Estoy en un colectivo que no tenemos ni nombre, pero somos madres de estudiantes secundarias de colegios públicos de la Capital que acompañamos a nuestras hijas adolescentes a los Encuentros en Trelew, en La Plata. Nuestras hijas nos están enseñando qué es el feminismo, nos llevaron a salir a la calle, luchar por la ley de despenalización del aborto, contra los femicidios, el Ni una menos. Y eso a nosotras, mujeres ya grandes, nos cambió la vida”, cuenta Laura.
Silvina milita en Mujeres Platenses Unidas, una experiencia nacida en el contexto del ballotage de 2015, “horizontal y asamblearia que en un primer momento se organizó para bancar la candidatura de (Daniel) Scioli y después siguió apoyando el movimiento nacional y popular como la avenida por la cual puede correr toda esta pasión política feminista, antipatriarcal”.
Esa puede ser también la razón por la que, además de contactarse con todas las personas que participaron del Festival, porque la intención es recuperar todas las experiencias, quieran homenajear a “las pocas mujeres” que estuvieron. Nombran a “Graciela Dufau, Aída Bortnik, Lita Stantic, Margarita Jusid y Marta Bianchi”. El trabajo de la memoria también es iluminar aquello que antes fue invisible, para ponerlo en evidencia.