Un adolescente de 14 años se recupera en un hospital de San Juan luego de haberse intoxicado con pastillas que tomó cuando jugaba a La Ballena Azul, según anunció en un mensaje de WhatsApp en el que escribió como despedida “Adiós a todos. Los amo”, informó la familia del chico. Minutos antes había puesto “Jugando al juego la ballena azul”. Y se supo de una chica en La Plata que se hizo cortes en un brazo. Son los primeros casos que se conocen en el país sobre el juego virtual que ya generó preocupación en varios países, como Chile, Colombia y Brasil. 

Sobre el juego, la doctora Roxana Morduchowicz, autora del libro Los chicos y las pantallas, contó: “Acabo de volver de Chile, adonde fui para una charla sobre los adolescentes y las tecnologías. Todas las preguntas que me hicieron, tanto padres como docentes, versaban sobre La Ballena Azul”.

El juego recibe su nombre de una conducta muy particular de los cetáceos a los que alude. En algunas situaciones, por causas que los científicos no pudieron dilucidar todavía, esos animales se dirigen a las costas y se varan voluntariamente. Es la única especie (aparte de la humana, por supuesto) que “se suicida”. 

La Ballena Azul se difunde a través de grupos cerrados por Facebook o WhatsApp. El organizador le envía al chico un mensaje invitándolo a unirse al juego, o mejor, desafiándolo a hacerlo. Una vez que el adolescente acepta, se le van planteando retos que van de lo más liviano a lo más grave. “Los mensajes les llegan a los chicos a las 4.20 de la madrugada. Los agarran medio dormidos, en una situación muy vulnerable. Al principio, les exigen hacer ciertos dibujos, o ponerse a mirar películas de terror o escuchar música que les manda el organizador”, cuenta Morduchowicz. “Los desafíos se van poniendo cada vez más peligrosos y el último (son cincuenta) es tirarse desde un puente. Y los chicos sienten que no pueden abandonar el juego porque los amenazan con hacerle daño a la familia. Les exigen además mandar fotos o pruebas de que cumplieron las pruebas que les van imponiendo y los amenazan con colgarlas en la red, así que los chicos no se atreven a salir del juego.”

Para proteger a los chicos, la doctora aconseja: “En líneas generales (además de las cuestiones básicas como no publicar datos personales y no citarse con nadie que se conozca sólo desde la red), no hay que equipar la habitación de los chicos con tecnología. Celulares, tabletas, computadoras, todo eso debe usarse en los ambientes comunes, donde la familia circule. Si se conectan en los cuartos, los chicos tienen más horas de uso y más soledad, y entonces los riesgos se intensifican. Además, hay que tener en cuenta que los jóvenes juegan, estudian, se informan, se relacionan entre sí a través de la red. Entonces, tan importante como preguntarles cómo les fue en la prueba de historia es preguntarles qué vieron en Internet, a qué jugaron, si vieron algo que les gustó mucho, si quieren mostrarnos algo de lo visitaron. Y es fundamental que le cuenten a algún adulto si algo en Internet los asustó, los angustió, les molestó. Internet es una herramienta maravillosa si se la usa de forma segura, pero también hay gente con malas intenciones. Y los chicos tienen que tener claro eso”.