En la mayoría de los textos que se están escribiendo sobre Horacio González durante estas semanas, o en las diferentes charlas por zoom, se alude a una sensación única. Una huella a la que necesariamente se nombra con palabras propias. Había algo de su generosidad que no se puede definir en una palabra y que en cada escrito aparece dicho con las sensaciones de quien lo recibió. Por ejemplo, esta frase que escribió María Pía López: “nos trató como iguales, nos hizo iguales, en cada palabra y cada escrito”. Por ejemplo, esta frase que dijo Federico Galende: “su inteligencia era como la música final de todas las cosas”. Leyendo cada uno de estos textos podemos conocerlo mejor. Su forma de ser y su obra se despliegan, aparecen cuestiones que en mi caso no sabía o que no me había puesto a pensar. Horacio fue un montón de cosas y no termino de saber qué fue para mí porque me enseñó de todo, incluido a saber que no es fácil saber y que hay otros que supieron algo antes, a los que hay que escuchar con atención.
Lo que me animo a decir es que esa generosidad estaba compuesta, entre muchas otras, de una intención de conformar amistades o colectividades que reunía para seguir conversando. "Sin nosotros no somos nada", dijo en su último día de trabajo en la Biblioteca Nacional ante sus compañerxs. Horacio vivió en esa forma del lazo político y amistoso; y la fomentó. Lo sabemos quienes tuvimos la posibilidad de leerlo, de compartir algo con él, de escucharlo conversar de casualidad o de asistir a sus clases. Son libros, palabras y gestos llenos de señales, pasadizos, alegrías, polémicas, datos, cautelas, paradojas, conceptos nuevos y desafíos. Siempre hay algo por decir sobre lo que nos conmueve y siempre no alcanza lo dicho, o lo dicho nos incomoda por lo que no supimos decir. Esa es para mí otra enseñanza de Horacio y probablemente una de sus premisas para la interpretación crítica.
Una vez le escuché decir esto en una clase, para contarnos qué era la sociología: "comprender la vida de la gente". Renegaba un poco de la sociología, pero a mí me gusta esa definición porque me acerca a entender un aspecto de su oficio cotidiano e incansable. De maneras muy variadas, con énfasis y entraderas distintas, pero siempre con la misma actitud: estar a la altura de una época y comprenderla con todas las épocas a la vez. De esa manera toda su tarea podía reunirse en ese punto y ya no importar si era ciencia, ensayismo, filosofía, crítica o juicio. Vivía para comprender la vida de la gente, cuando "la gente" era la vida popular, aunque también la razón estúpida de las jerarquías o las desigualdades, a las que combatía sin más. Esta forma, "sin más", la usaba conversando imaginariamente con quien la había acuñado, León Rozitchner, como para darle una fuerza concreta definitiva a lo que no necesitaba más que esa fuerza para quedar en el corazón como gracia o problema. "La gente" podía querer decir una nación, una publicidad, un decreto presidencial, el taxi, un personaje legendario, un legislador conservador, un latiguillo del panadero de la esquina, un dilema ético, la Historia, el cosmos, Borges, Mario de Andrade, Rosa Luxemburgo, Pedro de Angelis, Hanna Arendt, un barrio, una institución pública, la memoria emancipatoria, los mitos, el idioma, la cultura universal, un libro, una pintura o ciertas costumbres argentinas.
Todo este mes me la pasé mirando fotos y videos de Horacio, en actividades y encuentros diversos, en clases y mítines. Una me llama la atención: está en el bar de la esquina de Uriburu y Marcelo T de Alvear, seguramente con sus compañeros de cátedra y algunos estudiantes, después de dar una clase en la vieja sede de la Facultad de Ciencias Sociales. Detrás suyo hay una exhibidora de sandwiches o facturas y un poco más atrás, sobre la pared, un mapamundi. La materialidad del bar, lo que implica conversar, discutir, leer y pasar horas ahí, queda atravesado por el póster de lo universal, la representación de algo parecido a una forma de la totalidad que el propio Horacio siempre se encargó de poner en juego sin dejar de tomarla en serio. Me lo imagino viviendo en un lugar donde esos dos planos se compaginan para generar una predisposición, una paradoja, una razón crítica, que llegan hasta acá. Todo esto está presente en una pintura reciente de Daniel Santoro, una suerte de alegoría de la vida intelectual bulliciosa de la avenida Corrientes, con sede en el bar La Paz, donde González es uno de los protagonistas. Se me ocurre una imagen más: hace poco apareció un video donde Horacio lee una crónica en la Facultad Libre de Rosario, en 1992. Cuenta sus paseos por los bares rosarinos un sábado a la tarde y deriva sobre las transformaciones y las continuidades de las ciudades. Pero antes que eso comienza el texto recordando esto: un día estaban con David Viñas en un cafetín del centro y este le dijo, mientras miraba para el lado del mostrador, lleno de chucherías, carteles y objetos abigarrados: “Si somos capaces de explicar todo esto, podemos explicar todo.”
Para González, me parece, no había comprensión posible de uno mismo sin comprender en el mismo movimiento todo lo demás. Hacía eso bajo una tarea que las integraba: la amistad, la unión fraterna de personas distintas, el hecho colectivo. A veces haciendo revistas y a veces en un centro cultural. A veces de sobremesa y a veces en el aula. A veces en Plaza de Mayo y a veces en el bar. Su mundo era todo esto junto, combinado entre discusiones públicas y búsquedas que partían de un pensamiento sin ataduras pero sin alardes. Es ahí donde deja la marca de lo que nos toca para siempre. Deja sus ensayos, su tono y su estilo. Su forma y su estela. Deja, sigue dejando, está dejando. Los tiempos verbales se dan vuelta y se amontonan, como en un proceso barroco de comunidad entre todxs lxs que contamos con él, esto quiere decir muchísima gente. Incluso mucha que todavía no lo sabe. Incluso todo un país entero pensado como conflicto en el tiempo y en el territorio. Un país del mundo que queda en un lugar, que tiene sus ciudades, sus esquinas y sus bares. El tiempo en general, el recuerdo, el presente y lo que vamos a hacer, está marcado por Horacio. Eso significa que está acá.