El dinero en psicoanálisis tiene una función particular. Como pago de la sesión, su uso no corresponde al mero intercambio de un servicio por un honorario. El tiempo no puede comprarse. Recuerdo la situación de un hombre que, en cierta oportunidad, quiso hacer entrar su análisis en la serie de los bienes de consumo (se trataba de un hombre adinerado) y dijo “Si yo acá pago…”, y al que le respondí “¿Por qué pagás? Por algo seguro, pero no creo que sepas de qué cosa se trata; pero por mi tiempo no, vale más que una fortuna y no te lo doy a cambio de nada, sino porque quiero”.
Dar tiempo es dar lo que no se tiene. Siempre falta el tiempo, por eso dar tiempo es dar una falta y esta coordenada ubica de entrada la “oferta” analítica por fuera del circuito del capital, porque el analista ofrece amor antes que nada (o esa “nada” que es el amor). Por eso, desde el punto de vista personal, nunca armo mi agenda según un esquema preestablecido de “turnos” (ni siquiera sé cuántos pacientes atiendo), y así es que mis horarios suelen ser un desastre, pero ¿qué amor no lleva al enredo? De la misma manera, ¿por qué es un hábito hoy la “terapia semanal”, costumbre más próxima de la actividad capitalista que del tiempo que impone el análisis como experiencia y que cabe ir descubriendo vez a vez? Por mi parte, a muchas personas las despido con la pregunta: “¿Cuándo vuelvo a verte?” o bien la invitación: “Llamame cuando quieras”. Y si en algunos casos condesciendo al “horario fijo” es porque creo sería más penoso, o angustiante para esa persona, no tener pautado el encuentro (y será parte del análisis inscribir la ausencia del analista). Nunca tomo a mi cargo la próxima cita como algo necesario, porque el amor requiere la contingencia y el azar.
La relación con el analista es una relación amorosa. Como cualquier otra. Y a ciertos pacientes les empieza a molestar, en determinados momentos, el recurso al dinero para pagar la sesión. Sienten que ese amor se degrada (y por eso, a veces, incluyen algún otro presente para que el dinero no sea todo: desde una camisa, a un vino o bien un simple “Gracias” al despedirse). He aquí el caso del sujeto histérico, cuando la actitud del obsesivo es la contraria: ¡adora esa degradación! Y así busca rebajar el amor del que siente dependencia. Porque, ¿es posible recibir amor sin sentir dependencia? No es el paciente el que ama, sino el analista. Eventualmente puede ocurrir que el paciente desencadene una forma de amor (no sólo el enamoramiento) por el analista, pero en estos casos siempre se trata de una defensa contra el amor del analista.
¿Por qué muchos analistas dudan cuando sus pacientes les preguntan si los quieren? Este síntoma (la duda) es un modo de confirmar ese amor. Negarlo sería tonto, o bien otra forma de confirmarlo. Y mejor es que el analista sepa de qué manera ama a su paciente, para eso está su análisis, porque no todos los modos de amar son iguales. En efecto, si un analista hizo su análisis fue para poder amar con su falta, y no de manera posesiva (si es varón, conforme al deseo fálico reflejado en “querer tener pacientes”) o para hacerse un ser narcisista (si es mujer, de acuerdo con el deseo de ser reconocida como analista). Aquí la distinción no tiene nada que ver con la anatomía, y me recuerda la situación en que una mujer que se dedica al psicoanálisis e hizo numerosos análisis en su vida, me dijo, después de iniciar un análisis conmigo: “Estar con vos me gusta porque no se nota que sos psicoanalista”. Durante años había vivido atormentada por la intención de saber si su análisis era lo suficientemente analítico. Le pasa a muchos analistas cuando se analizan, por eso sus análisis casi no avanzan.
Ahora bien, es claro que su gratitud también era una defensa. Cuando un paciente me dice “con todo lo que te debo” es un verdadero problema. Ahí el análisis está sosteniendo una transferencia materna. ¿Quién sino la madre dice “con todo lo que hice por vos”? El análisis va a contramano de esa gratitud. Para eso es que es necesario el dinero. La función de éste en el análisis es parcializar la deuda que se siente con el amor del analista. Y es conveniente que esa deuda se pague con dinero, porque si no se paga por otro medios... Lo que no se cobra en dinero, se cobra en la transferencia. No me refiero solamente a la situación (que no es poco frecuente, y de la que se habla poco, en que el amor entre paciente y analista se realiza eróticamente) sino a casos igualmente frecuentes: un paciente empieza a derivar a su analista a otros amigos, familiares, etc. En efecto, esta derivación no es porque crea que uno es un buen analista (¡los buenos analistas no existen!), sino que es una manera de pagar la deuda imposible del amor.
Así puede entenderse por qué es necesario eventualmente el aumento del honorario. No se trata de una indexación de acuerdo con el movimiento inflacionario del país, sino que la modificación del honorario (que no es siempre un aumento, puede ser también bajarlos) tiene una lógica, basada en intervenir sobre la deuda con el analista. Pongamos otras situaciones: la de quienes a veces se van del análisis sin pagar, y vuelven un rato más tarde para darnos el dinero. ¡El dinero les quema en las manos! Porque si no pagan con dinero, entonces quedan capturados en el amor del analista que, si está en la serie materna, es incestuoso. Pagar es una puerta abierta a la exogamia. Por eso se entiende también que algunos pacientes no puedan soportar tener una deuda económica con el analista, ¡pero también que haya otros que lo necesiten!
Recuerdo el caso de un hombre que durante un buen tiempo no dejaba de incluir en el pago un billete falso. En la segunda entrevista lo advertí y en adelante ese engaño pasó a formar parte del tratamiento, no porque se lo dijera (preferí callar), sino todo lo contrario. No puedo dar muchos detalles, pero sí puedo decir que acepté su “moneda falsa” (con toda la ambigüedad de esta expresión significante) con la idea de que ése era su modo de reducir un tipo particular de ansiedad en la relación con el amor del otro, un modo de quedarse con la última operación, vigilar y controlar lo que necesitaba que fuera un intercambio injusto, pero ¿qué intercambio es justo?
En un análisis se analiza la posición del paciente respecto del amor del analista. Sus modos defensivos de responder a esta oferta gratuita (porque ¡todo analista trabaja gratis!), y su manera de realizar estas defensas a través del pago (que puede ser con dinero u otro equivalente). Se paga para que la deuda con el amor no sea insoportable, y donde esa deuda no se produce no hay posibilidad de un análisis.
El momento más importante de un análisis es cuando alguien ya no sabe para qué viene. Incluso a veces tampoco recuerda por qué vino, lo que demuestra que el análisis rehabilita el olvido. “Los neuróticos sufren de reminiscencias”, dijo Freud alguna vez. Y la capacidad de olvidar es un índice de la cancelación de represiones. Por eso cierto desprecio es un buen saldo analítico, en el paciente que ya ni siquiera recuerda para qué fue a un analista y, a veces, también considera que ya no lo necesita. La destitución subjetiva del analista implica, entre otras cosas, que pueda renunciar al reconocimiento. Porque si éste estuviera, ¡sería lo peor! Sería un uso narcisista de la transferencia, y la garantía de un análisis interminable. Cuando alguien ya no sabe para qué viene, empieza el análisis de la transferencia como síntoma y la posibilidad de un fin de análisis, o su interrupción.
* Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología por la UBA, donde trabaja como docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Miembro del Foro Analítico del Río de La Plata. Autor de Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina (Galerna, 2016).