El último sobreviviente del boom convoca como si fuera una estrella de rock. Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, debería haber dialogado ayer a la tarde con el escritor chileno Jorge Edwards, Premio Cervantes, en la Feria del Libro. Pero lo que sucedió, para sorpresa de muchos, fue más bien extraño o curioso, según como se lo mire. A esa mesa se incorporó el empresario farmacéutico y poeta Alejandro Roemmers, que no figuraba en el programa de esta charla que versaría sobre una elástica cuestión: la influencia de la literatura en los valores humanos. El dueto inicial devino un asimétrico terceto. Para colmo de males no funcionaba el WhatsApp, que en estos tiempos es casi igual o peor que quedarse sin luz. “La extraordinaria revolución de las comunicaciones ha cambiado la vida de una manera que las generaciones anteriores no pudieron siquiera sospecharlo. ¿Qué va a ocurrir en este mundo en que las pantallas llegan a todos los rincones del planeta? ¿Qué va a pasar con la lectura? ¿Va a seguir existiendo la lectura en papel o va a pasar a ser la lectura un monopolio de las pantallas?”, se preguntó el escritor peruano para precisar, a continuación, que la literatura que se escribe para las pantallas es distinta a la que se escribe en papel. “No es casual que los libros exijan una participación intelectual del lector. Las pantallas exigen un tipo de comunicación que anula el esfuerzo intelectual para llegar al gran público. Si la cultura deja de ser esfuerzo intelectual, deja de cumplir uno de los papeles esenciales que tiene en la vida de las naciones. El espíritu crítico puede empobrecerse y llegar a desaparecer”, alertó Vargas Llosa.
Más de 650 personas escuchaban al escritor peruano en la sala Jorge Luis Borges. El Premio Nobel de Literatura recordó que en la novela 1984 de George Orwell –“esa pesadilla totalitaria” que ha resucitado por obra y gracia de Donald Trump– “los libros han pasado a estar enteramente purificados; se ha eliminado todo lo que pueda significar preocupación o desánimos porque los libros deben ser comunicadores de aquellas informaciones que interesan a los poderes”.
“Yo creo que hay una cierta dependencia de la pantalla y los poderes”, conjeturó el escritor. “Los libros son un gran placer. Yo recuerdo lo que significó aprender a leer a los 5 años. Esa operación mágica de viajar por el espacio y por el tiempo me hacía vivir experiencias que jamás hubiera podido tener en la vida real. Mi vida se enriqueció y experimentó una diversidad que jamás hubiera ocurrido sin la ayuda de los libros”. De esa pasión por la lectura nació su vocación de escritor. “La buena literatura desarrolla en nosotros un espíritu crítico, la sensación de que el mundo está mal hecho y no es suficiente para aplacar nuestras exigencias y apetitos”, subrayó el autor de grandes clásicos de la literatura latinoamericana como Conversación en la catedral, La Casa Verde y La tía Julia y el escribidor.
Vargas Llosa aseguró que hay “una amenaza muy profunda” de manipulación de la opinión pública. “Los instrumentos de manipulación están ahí y podrían conducir a esa humanidad que festeja la revolución audiovisual de nuestro tiempo a sentar las bases de un control absoluto de los gustos, de los disgustos, de los entusiasmos del gran público frente a las instituciones”, reflexionó el escritor y planteó que esta preocupación debería formar parte de la educación porque “la lectura va quedando cada vez más marginada” para las nuevas generaciones. “Cada vez se publican más libros, pero no son los libros de la gran literatura, sino libros que representan lo opuesto y que tratan de parecerse más a las pantallas”, comparó el Premio Nobel de Literatura. “No soy un pesimista. No creo que la revolución de las comunicaciones va a acabar con la literatura, pero la literatura hoy representa mucho menos en la vida de las naciones que en el pasado”, aclaró el narrador y ensayista que considera que es imprescindible “una educación que prepare no sólo espectadores, sino también lectores”.
Edwards, que se definió como un optimista “moderado”, comentó que en su juventud existía algo que se llamaba la derecha y la izquierda, y partidos de centro. “Hoy la división entre la izquierda y la derecha es borrosa. A veces la extrema izquierda suele unirse con la extrema derecha como en Francia”, aseguró el Premio Cervantes. “No se puede decir que la política de un hombre como el presidente (Nicolás) Maduro es de izquierda porque eso sería insultar a la izquierda, que tiene su historia”, afirmó el polémico escritor chileno de 85 años, autor de novelas como El peso de la noche, Los convidados de piedra y El inútil de la familia, entre otros títulos. “Frente a la barbarie, la cultura, la lectura, la inteligencia, la reflexión son valores esenciales que no podemos abandonar por ningún motivo. Yo no abandono nunca la pasión por la palabra escrita, por la palabra impresa, por el libro, por las bibliotecas”, enumeró el narrador y ensayista chileno. “Apretar un botón y saberlo todo es una falsa cultura; el pensamiento humano avanza descubriendo territorios ignorados”.