“El día que volaron la AMIA estaba durmiendo a 20 cuadras. No sé por qué estaba en casa, tenía 8 años, iba al colegio. Me acuerdo de que me asusté mucho, vibró todo el departamento. Abrí la puerta de la habitación de mi mamá, que estaba tomando mate, y le dije: ‘Tengo mucho miedo, ¿me puedo acostar con vos?’. Empezamos a ver las noticias en la cama, toda la secuencia me aterrorizó. Veinte años después, me llaman para hacer el homenaje, no lo puedo creer”. El que recuerda y retribuye es XXL Irione, que por entonces era tan sólo Juan Manuel. Hoy es uno de los “viejos jóvenes” que tejieron el paño del rap local y se remonta al lunes 18 de julio de 1994. Acaba de lanzar “Porque tenemos memoria exigimos justicia”, sencillo en colaboración con La Bomba de Tiempo a pedido de AMIA, para recordar a las 85 víctimas fatales del atentado contra la mutual judía, que continúa impune 27 años después.
“Estaban tratando de reclutar a un artista urbano que se pudiera copar y fuera realmente de la mano con esto, sin pretensiones millonarias. Y esto lo hice porque realmente lo siento, lo disfruté muchísimo”, explica el músico, que en sus dos décadas de trayectoria había estrechado lazos con artistas de distintos géneros como El Pepo o Dread Mar-I, pero jamás con un grupo de percusión como el que codirige Alejandro Oliva.
“Lo primero que pensé cuando estuve ahí fue: ‘Guau, no estoy laburando con Wos, ¡es con el papá de Wos!’. Para mí, alto respeto -dice-. También, por mi edad, estoy más para laburar con el padre de Wos que con él mismo. Es loco que no haya referentes, como si el género se hubiera inventado ayer con una sesión de Bizarrap y no hace 45 años, apenas James Brown mezcló ritmos con Afrika Bambaataa. Soy joven y soy de los artistas más viejos. Cuando les digo que tengo 20 años de carrera, no lo pueden creer. ¿Dónde estaba yo? No era el momento del género tampoco, pero ahí estuvimos, aguantando los trapos en los ’90, rapeando en la Bond Street, en Cemento. Benditos los que pudimos llegar”.
Ya en 2013, cuando lanzó Antifama, XXL Irione reafirmaba su deseo de permanecer en la senda del rap callejero, suburbano, laburante. Hoy conserva esa premisa y alterna la cara artística con su trabajo en una termoeléctrica del sur del conurbano, la zona donde nació y actualmente vive. Se entusiasma con el concierto que va a dar el 8 de agosto en el Teatro Broadway junto a Fianru (“Estamos en la época justa, del mejor rap nacional, expresado por gente como él y como yo, que tenemos años en esto y todavía estamos frescos”, apunta), una ocasión ideal para presentar su último sencillo, “Morir solo”.
“El rap real es el que se hace para no venderse y se termina vendiendo igual. Y ‘Morir solo’ es eso. Confío en que algún día va a tocar el momento del rap y ahí yo me quiero parar y que todo el mundo diga: ‘Este tipo estuvo ahí siempre’. Podría ponerme a hacer reggaetón y las cosas que hacen todos para no perder seguidores, pero no. Los artistas se vuelven locos, hoy no comen si no tienen seguidores. Si mañana no me escucha nadie más, no me va a pasar como a Tanguito con ‘La balsa’, voy a poder hablar por mí, saber que morí en la mía”.
-¿Qué puede hacer la música ante una situación límite como la de la AMIA?
-La música es un transporte. Podés usarla para volver ciegas a las personas, para dirigir un mensaje o para armar una revolución. Con los años he notado que la música sí es responsable por las acciones de la gente. Van a decir que no, pero yo lo he visto, cuando me mandan mensajes contando que lo que hago los sacó de la depresión. ¿Quién no estuvo bajoneado y puso Nirvana? Te sentís refugiado. Transporta sensaciones, energía, es un mensaje que prevalece a lo largo del tiempo. Creo que, en este caso, AMIA recurre a la música para luchar contra el olvido y la música que suena hoy es la urbana, que va desde el rap de Cypress Hill hasta L-Gante. En el medio hay un abanico increíble.
-¿Creés que las influencias de la cumbia y el reggaetón pueden estar modificando al rap argentino?
-No sé si lo están modificando. Sí veo que los pibes que quieren comer de esto salen de rapear en la plaza y se ponen a cantar reggaetón. El 90 por ciento de la gente está corriendo detrás del conejo de oro, que son eso y los pasitos para TikTok, todo un hueveo del que no soy parte. No entiendo a la industria, me parece una mierda. Yo hago mi música, manejando lo que creo que soy. Si me llama gente seria como AMIA para laburar con La Bomba, significa que no estoy tan loco.
-Hace poco dijiste que muchas veces los sueños no se cumplen. ¿Te parece peligroso cómo se proyecta el estrellato en la industria?
- Es una mentira que distrae a los pibes de lo que realmente importa. Lo que importa es a veces más sencillo que lo que soñás. Es tu vieja que te banca, tu novia, tu amigo, tu amiga, tus abuelos. He visto que bajan línea: “Vine acá a cumplir mi sueño, tuve que dejar atrás a toda mi familia”. ¿Vale la pena hacer eso por fama, por gloria, por cumplir un sueño, hasta que terminás a los 40 años deprimido en un psicólogo? Uno nace y se muere solo, pero la vida la transita con un montón de gente. A veces los sueños no llegan. Andá a buscarlos, pero disfrutá del paisaje. Hay pibes que de la noche a la mañana construyeron la casa del género urbano desde el techo, entonces no les queda nada más. No saben lo que es ir abajo. ¿Qué va a pasar cuando les toque caer?
-Si tuvieras que explicar tu vida en el rap por etapas, ¿cómo lo harías?
-Serían tres. Una de aprendizaje y calle pura, vandalismo, droga. La segunda, de elegir si quería eso para mi vida. La tercera es la que vivo hoy: recordar y tratar de no perder la sensibilidad con la calle. Los rockeros suelen olvidarse; los primeros discos terminan siendo los mejores, después se copian a sí mismos. Tengo otra forma de ver la vida de la que tenía a los 18 años. Hoy tengo 35, mi primer disco lo saqué a los 17. Me divierte presentarme a gente nueva. La música me ha dado la posibilidad de tomar una cerveza con Botafogo o de grabar con Dread Mar-I, y yo disfruto de todo eso.