Mediante un decreto pontificio el papa Francisco decidió poner límite a las celebraciones litúrgicas que los sectores más conservadores de la Iglesia Católica venían realizando amparados en decisiones de Benedicto XVI quien había autorizado de “modo extraordinario” la utilización de un antiguo misal preconciliar y el uso del latín en la misas. La determinación se puede leer como una reafirmación de la autoridad papal frente a la pretensiones de los sectores ultraconservadores del catolicismo, muchos de ellos identificados con las posiciones del arzobispo francés Marcel Lefebvre (1905-1991), excomulgado por su oposición a las reformas introducidas por el Concilio Vaticano (1962-1965).

La determinación de Francisco va en línea con su reafirmación de los cambios conciliares y deroga permisos concedidos por su antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI que habilitaron el uso litúrgico del misal preconciliar promulgado por el papa Pío V (1504-1572). En esta ocasión Jorge Bergoglio argumenta que la posibilidad abierta por los papas anteriores con la intención de “restaurar la unidad del cuerpo eclesial” ha sido aprovechada “para aumentar las distancias, endurecer las diferencias y construir oposiciones que hieren a la Iglesia y dificultan su progreso, exponiéndola al riesgo de la división”. Mediante la misma resolución el Papa impone la obligación del uso litúrgico de “la lengua vernácula” dejando atrás la utilización del latín, otra insistente reivindicación de los sectores conservadores.

La liberalización del uso de los misales preconciliares, en particular el promulgado en 1962, había sido otorgada hace 14 años por Benedicto XVI bajo la forma de "Rito Romano Extra-Ordinario".

El motu proprio (por propia voluntad) Traditiones custodes , una suerte de decreto pontificio, contiene una serie de normas que limitan severamente las posibilidades del ejercicio litúrgico siguiendo los modos anteriores a la reforma de 1970 que respondió al espíritu de renovación resultante del Concilio. En el texto resolutivo se hace una fuerte reivindicación de las reformas conciliares y en lo que respecta a la liturgia el Papa sostiene que los libros litúrgicos promulgados por Pablo VI (1897-1978) y Juan Pablo II (1920-2005) “en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”.

A lo anterior se suman otras restricciones para la celebración de liturgias especiales bajo antiguos ritos. En los casos que se consienten las mismas quedarán siempre sometidas a estrictos controles de los obispos de cada lugar, señalando en forma particular que no deben autorizarse nuevos grupos que usen “el misal anterior a la reforma de 1970” y para el caso de los ya existentes se debe “comprobar (…) que no excluyan la validez y la legitimidad de los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Sumos Pontífices”.

Si bien en una carta que acompaña su decisión Francisco sostiene que toma esta determinación después de una consulta a los obispos de todo el mundo, el motu proprio (por su propia voluntad) puede asemejarse a un decreto en un régimen presidencial. El Papa decide por su propia cuenta y bajo su directa responsabilidad, por razones que él mismo considera suficientes.

La medida ahora adoptada implica que la venia para la celebración según el rito preconciliar vuelve al obispo, “moderador de la vida litúrgica diocesana” y "es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las orientaciones de la Sede Apostólica". El obispo debe asegurarse además que los grupos que ya celebran con el misal antiguo "no excluyan la validez y legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Sumos Pontífices".

En su carta Francisco señala que las respuestas recibidas desde los países “revelaron una situación que me apena y preocupa” y que lo empujaron a tomar esta determinación. Entre otras cuestiones Bergoglio afirma que “me entristece el uso instrumental” del antiguo misal que “se caracteriza cada vez más como un rechazo creciente no solo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que ha traicionado la Tradición y la ‘verdadera Iglesia’ “. Explica además que toma la decisión “para defender la unidad del Cuerpo de Cristo” y debido al “uso distorsionado” de las medidas que autorizaron la vuelta a ritos antiguos.

La determinación de Francisco representa un duro golpe para las pretensiones de los grupos conservadores que habían logrado recomponer su espacio y su influencia durante el pontificado de Benedicto XVI, quien los acogió con el argumento de superar el cisma y recomponer la unidad de la Iglesia.

A partir de ahora las misas con el rito antiguo ya no se celebrarán en las iglesias parroquiales; el obispo determinará los templos y los días de celebración, las lecturas serán "en lengua vernácula" utilizando las traducciones aprobadas por las conferencias episcopales –lo que excluye el uso del latin- y el sacerdote celebrante será un delegado directamente designado por el obispo, quien además será responsable de verificar si es oportuno o no mantener ese tipo de celebraciones según el antiguo misal comprobando su "utilidad efectiva para el crecimiento espiritual".

A lo anterior se agrega que todos aquellos sacerdotes que sean ordenados a partir de ahora y pretendan utilizar el misal preconciliar "deberán presentar una solicitud formal al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización". Y quienes lo estén haciendo en la actualidad deberán pedir permiso a su obispo para continuar con este tipo de ritos.

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