Gambas al dedillo
No es el modo más convencional de reconciliarse con un padre ausente, pero ciertamente ha servido a la fotógrafa y arquitecta croata Sara Perovic para zanjar el hacha de guerra. “Todo comenzó cuando mi mamá me dijo que se enamoró de papá por sus irresistibles piernas”, cuenta la artista con residencia en Berlín, que ha dedicado una serie al completo a las atléticas gambas de su viejo, entrenador de tenis que pasaba más tiempo con la raqueta que en el hogar. “Durante mi niñez en Pula, nuestro pueblo, la única forma de estar cerca suyo era acercarme a las canchas y jugar; llegué a odiar el deporte”, confiesa Perovic, autora de My Father's Legs, al que considera “un experimento conceptual, tanto emocional como práctico”. El trabajo, reconoce, le ayudó a comprender mejor la afición de su progenitor, a la par que le ha permitido analizar bajo una nueva lupa años de tensiones. “Es la manera que encontré para reflexionar sobre nuestra relación, pero de una forma liviana, sin matices dramáticos”, explica sobre lo que, al final del día, parece un catálogo de piernas. “Al dar con un manual de tenis para zurdos escrito por mi abuelo, también tenista, en 1984, que es el año en que nací, me topé con cantidad de fotografías de papá que ilustran distintas posiciones de la disciplina. Aquello, sumado a imágenes del archivo familiar, fue el puntapié de este proyecto”, señala la mujer que no solo se detuvo en registros pasados: yuxtapuso viejas piezas con nuevas, de su novio, al que hizo posar cual avezado deportista, practicando un revés o un saque imaginarios, entre repeticiones y variaciones. Freud se haría un picnic, obviamente... “Dirigir cada escenificación se sintió como una toma de poder. Centrarme en piernas masculinas, una tras otra, trastoca el punto de vista clásico, donde el cuerpo femenino es el cosificado”, suma Sara, que se apura a aclarar, por si las mosquitas: “No, no soy fetichista”. Dicho está.
Que en paz descansen
“Puede que sus vidas hayan sido imaginarias, pero el dolor que trajeron sus muertes ciertamente fue real”, reza el texto introductorio de 2D Afterlife, curiosa muestra de arte que invita a penar colectivamente el injusto, inesperado, prematuro fallecimiento... de personajes del manga y del animé. “En mi memoria, se sienten como personas de carne y hueso, casi miembros de mi familia. Por eso es que me decanté por un estilo lo más realista posible al momento de tomar el pincel”, ofrece la joven artista Jinnipha Nivasabut que, a modo de sentido pésame, pintó 50 retratos al óleo de héroes y heroínas caídos, también algún que otro villano memorable. Por cierto: incluyó además esta tailandesa de 22 años un pequeño estante debajo de cada cuadro, que oficia de altar, amén de que aficionados puedan dejar ofrendas, desde flores hasta gaseosas, conforme es costumbre en su cultura. Así, porque aún lloran cantidad de personas la trágica muerte de Sasha Blouse, querida soldado de élite de la historieta nipona Attack on Titan (escrita e ilustrada por Hajime Isayama), acompaña a su pintura... una papa. Sí, sí, el tubérculo, que recuerda su voraz glotonería, por el que fue apodada “La chica patata”. “Ningún fan desconoce que a ella la volvía loca ese alimento; normal que alguien haya acercado una papa a esta suerte de santuario, para homenajearla”, clarifica una visitante de 19 pirulos, que reconoce haber estado “devastada” cuando Sasha fue asesinada. “Ver su retrato de alguna manera calma el malestar”, suma esta adolescente en duelo sostenido, chocha por contar –al menos, momentáneamente, hasta el 3 de agosto en el Palette Artspace de Bangkok– con un sitio digno para guardar luto, en compañía. “Me alegra no ser la única que siente un apego profundo a estos personajes”, expresa Nivasabut, que ve su muestra como una especie de funeral para conmemorar la “vida” de quienes desaparecieron definitivamente de mangas como Naruto, Demon Slayer, One Piece, etcétera.
Ups
Se viene hablando desde hace un tiempito de la tendencia en alza de “la moda de alquiler”, una alternativa que se pretende más económica y sustentable, permitiendo vestir al último grito sin detonar ni el bolsillo ni el planeta, visto y considerando que –como es sabido– la industria de la pilcha es una de las más contaminantes de la Tierra. A tal punto el estallido que el propio Ralph Lauren se ha subido a la ola, anunciado la firma el pasado marzo la puesta en marcha de “The Lauren Look”, servicio para rentar prendas, previa suscripción. Pues, al parecer, sería peor el remedio que la enfermedad, de dar por buena la palabra de un equipo de científicos finlandeses que evaluó el impacto ambiental de cinco formas distintas de poseer y descartar ropa, incluido el reciclaje, la reventa y el mentado alquiler. Acorde a su trabajo, compartido por la publicación nórdica Environmental Research Letters, tirar prendas es incluso mejor que arrendarlas, en términos ecológicos. Explican los especialistas que el costo ambiental que se oculta detrás de esta última variante es peliagudo, en tanto implica los envíos, la limpieza en seco, el embalaje, sumamente perniciosos. Para empatarle a la reventa, agregan, tendrían que replantear su logística las empresas en pos de ser más respetuosos con el planeta. En última instancia, determinaron lo evidente: de momento, la forma más sostenible de consumir moda es comprar menos artículos y usarlos el mayor tiempo posible. “De ninguna manera estamos disuadiendo a las marcas de pensar variantes”, se ataja Anna Härri, coautora del artículo, pero destaca “que es importante darse cuenta de que el reciclaje y el alquiler generan significativamente más emisiones que la reventa o simplemente usar la ropa el máximo rato posible. Esto solo pretende ser una información más para que la industria evalúe cómo mejorar de cara al futuro”. A considerar.
¿Una porquería?
Edimburgo, la capital de Escocia, puede jactarse de detentar gloriosas panorámicas, gracias a sus torres, castillos y monumentos medievales, además de bondades neoclásicas, que hacen las delicias de cualquier persona que aprecie las vistas descollantes que ofrece esta “Atenas del norte”, como fuera apodada siglos atrás. De tan facheros, dos de sus distritos, The Old Town y The New Town, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por Unesco en los 90s. La gloria, empero, podría haber llegado a su fin. Una nueva incorporación al paisaje urbano ha irrumpido, y está probando ser un dolor de muelas para vecinos que vituperan con tirria, al sentido grito de: “¡Han desfigurado el horizonte!”. Detrás de la indignación generalizada hay un edificio en avanzado proceso de construcción, el inminente W Hotel, que abrirá sus puertas el año próximo, para inri de quienes viven en el distrito comercial y residencial de St. James. En verdad, una cruz para tutto edimburgués, que entiende que ya no hay escapatoria frente a un bodoque visible desde cualquier ángulo de la urbe, del que básicamente critican su aspecto. Sucede que el edificio parece un montoncito de estiércol y no, no es ningún eufemismo. Hay acuerdo en que recuerda muchísimo... al emoji de la caca. Por supuesto, la firma londinense detrás del proyecto, Jestico + Whiles, tenía otras referencias como inspiración, de ninguna manera escatológicas. Citan desde cáscaras de naranja hasta diademas de alta costura, desde cintas ondulantes hasta rollos de papel (de imprenta, no baño, vale decir). Sin ir más lejos, para uno de los orgullosos arquitectos detrás del diseño, James Dilley, “es expresivo, alegre, debería poner a la gente contenta”. Un pronóstico evidentemente errado, en tanto solo unos pocos están felices con el hotel en ciernes, y no por motivos benevolentes. Y es que no faltan los graciosillos que se matan de risa frente a la iniciativa, e incluso han lanzado la paródica campaña “Pit Googly Eyes Oan The Jobby”, petición que ruega que se agreguen ojitos saltones a la fachada, para que la semejanza con el emoticón fecal sea lo más cabal posible. Otros es tomarse a broma el asunto son los creadores de la cuenta de Twitter Golden Turd Hotel, que además de rebautizar sardónicamente a la estructura, se mofan que da calambre, e incluso se regocijan por haber conseguido que el pasado año ganase el título al peor edificio del mundo, edición 2020. “No podés pulir una deposición, pero sí recubrirla en bronce”, las fulminantes palabras de la prensa, que cuenta que el hotel es solo la punta de un iceberg que, en sus casi 160 mil metros cuadrados, albergará tiendas, restaurantes, cines, apartamentos premium, estacionamientos subterráneos. Complejo el complejo, digamos.