Ojo virgen. Ese es el término que eligen dos chicas jóvenes, paradas en el pasillo de una sala independiente porteña, a la espera de que comience una función, para graficar qué les representa volver al teatro. “Estamos en una. Es un flash. Venimos hablando de eso desde que nos subimos al bondi. Es muy raro: pareciera que es como la primera vez”, expresa Lara Arrabito. Su amiga, Nicole Crespo, suma: “Venís con el ojo virgen, con esta sensación de encontrarte con los cuerpos y la energía de lo que suceda. Es un momento de descubrimiento”.
Desde que comenzó la pandemia de coronavirus, Nicole y Lara, veinteañeras ambas, de Avellaneda, no pisaron un teatro. Ahora con gesto placentero --y aliviado, también-- disfrutan de una copa de tinto en la previa de El corazón del mundo, de Santiago Loza, dirigida por Lautaro Delgado Tymruk, en el Espacio Callejón. No es que antes no hayan tenido oportunidad: hubo algunas salas abiertas entre noviembre y abril. A partir del 18 de junio el Gobierno volvió a habilitar los teatros. “No es que antes tenía miedo --precisa Lara--. Cuando dije ‘vuelvo’ se volvió a cerrar todo. Y después me tomé mucho tiempo en elegir qué ver. Perdí el ejercicio.”
El entusiasmo de las chicas, estudiantes de teatro, se esparce incluso más allá de la función: una sensación conocida por cualquier amante del arte, y de la presencialidad del arte, para usar un concepto muy de la época. Nicole y Lara todavía no vieron la obra pero ya piensan en el después. En el momento en que las fichas de lo visto caen; en la conversación con el acompañante acerca de lo visto. En tiempos pandémicos, en la proyección de este otro ritual, no aparece una cena afuera como podría haber sido antes. “Por protocolo podríamos, pero seguramente vayamos a mi casa. Fue este el espacio de salida. Después buscaremos introspección”, sentencia Lara, firme.
El coronavirus arrojó su sombra sobre diversas actividades presenciales. En el caso del teatro --quizá porque sin cuerpo no existe, y es precisamente el cuerpo el que estaba enfermando o expuesto al riesgo-- el impacto fue especialmente fuerte. Muy pronto los telones bajaron, y también muy pronto comenzó a circular en los medios y en la sociedad la idea de que la teatral sería la última actividad que volvería al ruedo con cierta normalidad. Mejor dicho, los espectáculos culturales, en general.
Pero este domingo 11 de julio de 2021, a un año y cuatro meses de que la vida cambiara hasta quién sabe cuándo, para la función de las 20.30 el Espacio Callejón, ubicado en Almagro, tiene prácticamente todas sus butacas ocupadas. Con distancia y aforo limitado, claro, pero ocupadas. Una imagen un tanto más prometedora que la que entregó el período entre noviembre y abril, a pesar de todas las dificultades que hay en el camino para el sector (ver recuadro). En la página de Alternativa Teatral, donde compraron las entradas, Nicole y Lara se encontraron con varios espectáculos con localidades agotadas. Pareciera que, de a poco --y quizá a la luz de la vacunación--, aquella sombra comienza a disiparse.
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“Les pedimos que apaguen sus celulares. No los silencien porque pueden generar interferencias.” A este habitual mensaje antes del apagón por parte de quien da sala, ahora se suma una exigencia: “les pedimos que por favor permanezcan con el tapabocas puesto durante todo lo que dura el espectáculo”.
La comunidad teatral está hace tiempo intentando demostrar que es seguro ir al teatro. Busca recuperar la confianza del público. En el Espacio Callejón, al espectador se le toma la temperatura y además tiene que llenar una planilla con sus datos personales. “No se le exige esto a ningún otro aspecto de la vida. En los bares entrás derecho. Es de una seguridad tremenda. Dejar el teléfono, el documento, todo lo demás para que te avisen si hay un contacto estrecho es espectacular”, remarca el actor William Prociuk.
William, Lautaro --que además de director es actor-- y Ezequiel Rodríguez están desarmando la escenografía de El corazón del mundo. Es muy curioso: la pieza fundamental es una estructura de vidrio grande en la que se proyectan imágenes, y que separa a los intérpretes del público. “Una mascarilla gigante. Increíble, de avanzada”, bromea Ezequiel. Más allá del chiste, es cierto que la pandemia es tan envolvente, tan invasiva, que dota a cualquier objeto o texto de una significación indisoluble del contexto. Además, esta obra de Loza, de la mano con el título que la presenta, es existencial, mística; la puesta, en absoluto realista, acompaña. “En este momento de fragilidad e incertidumbre se modificó o se amplió el sentido de la obra. Le dio otro espesor a lo que estábamos contando”, analiza el director.
Esta es la segunda función desde la nueva reapertura. Lautaro reconoce que tenía "incertidumbre" e incluso "miedo" de la respuesta del público. “Por suerte se están agotando las localidades. Aunque puede ser que el domingo que viene vengan cinco… por ahora la gente se está animando”, dice. El corazón… ya había reestrenado este año, pero tuvo que interrumpir las funciones. Cierre-apertura-cierre-apertura: Lautaro analiza el impacto de esta cronología. “Me daba miedo el desgaste del público, porque generar el boca en boca en el teatro independiente no es fácil, requiere su tiempo. Esta intermitencia produce un corte en el lazo. También en lo grupal: tenía miedo por cómo iba a estar el grupo para volver, por sus ganas. Pero estamos re contentos”, concluye. Lo viven como una "fiesta", al menos mientras dure. También, como un momento de "resistencia".
Ven la obra personas que habían comprado su entrada en abril y la tenían "en espera", como María José Grande (28) y Constanza Sorribas (21). “Es raro no poder ver los teatros llenos. Esto de las divisiones, de los asientos”, plantea Majo. Las mujeres jóvenes son mayoría esta noche fría y de llovizna en el Callejón.
En primera fila se sienta un matrimonio. Los dos están cerca de los 50 años. Esta es su primera salida no sólo desde que comenzó la pandemia. Es su primera salida en dos años, desde el momento en que él padeció un ACV. Para colmo, también tuvo Covid. “La pasamos hermoso. Y ahora nos vamos a comer”, celebra Mónica Corominas, quien disfrutó mucho de la previa. De vestirse. Maquillarse. Ponerse "aritos". Su esposo, Gustavo Alvarez, quien se mueve con bastón, expresa: “Estoy muy contento de salir otra vez y que vuelva un poco la normalidad. Estoy podrido de estar adentro de mi casa”.
Mosquito Sancineto está entre el público. Aunque tenga barbijo es muy fácil reconocerlo por el color eléctrico de su pelo. “Estoy feliz de saber que estamos recobrando esta tradición. Es la primera vez que me animo a ir a un espacio cultural y tenía la duda de si iba a haber gente. La buena noticia es que confirmé que sí, y me hizo sentir bien”, dice. El próximo paso es “regresar al escenario”. Prepara un espectáculo para septiembre, Euforia, un cabaret de improvisación. “Vamos a explorar nuestra explosión. La explosión de todo lo que hemos contenido y guardado este año y medio”, anticipa Mosquito.
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Es noche de jueves, y en El Tinglado, de Almagro también, llama la atención que haya bastante movimiento. Lo hay en toda la zona, más tarde en los bares cercanos, colmados. El coronavirus alteró la fisonomía del piso del hall; sus huellas toman la forma de unos calcos amarillos y negros para circular con distancia. Sentada sola en un banco, en la previa de la función, está Edith, una mujer de 59 años que prefiere no decir su apellido.
Antes de la pandemia ella iba al teatro, de mínima, una vez por semana. Es una “fan”. Por eso en noviembre, sin miedo al contagio, ya estaba metida en las salas. “En no poder ir al cine o al teatro es donde más sentí el rigor de la pandemia. Puso de relieve lo importante que es”, explica. No se llevó bien con el streaming: es de las que piensan que teatro y streaming van por carriles separados. Además, estando en casa todos los días, haciendo teletrabajo, lo que menos quería en su tiempo libre era mirar una pantalla.
Edith es la única en todo El Tinglado que está sola. La rodean ante todo parejas. No quiere discutir sobre “títulos y carteleras” con nadie. Pero ahora esto le trae una dificultad inesperada. El mundo de la cultura en pandemia no está hecho para gente sola: hay muchos espectáculos que no ofrecen localidades para una sola persona. Venden la burbuja para dos. “No puedo pagar dos entradas; no llegué a tanto. Además, los precios cambiaron. Y el singular es el apestoso. Te ponen en la punta, atrás… lugares horribles. No hay lugar para la singularidad. Me parece injusto. Alguna vuelta le tienen que encontrar”, se queja Edith. Por esta razón se desespera buceando en las carteleras virtuales. En medio de la charla con esta cronista, una chica se acerca y toma la temperatura a ambas.
Algunas de las sillas grises de la sala están atravesadas por cintas negras: son las que no se pueden ocupar. Las hay libres de a dos y de a una, para suerte de Edith. La inclusión de este elemento nuevo a la platea --las cintas-- produce un pequeño efecto de desolación. Y subraya la paradoja. La sala estuvo llena, pero con apenas el 30 por ciento del aforo. "Uno se pregunta dónde está la gente", dice Gaby Almirón, uno de los actores de 30 aniversario, al terminar la función. Y dice otra cosa que refleja el aspecto más duro de este regreso. Pero alguien tenía que decirlo.
Está y se lo nota “feliz”, pero la sensación es contradictoria porque muchos espacios del off siguen cerrados. Y ve colegas "peleándola para ver qué hacen mañana", evaluando “si salen a vender una cosita”. “El teatro no volvió”, sentencia Gaby, todavía inmerso en la escenografía del bodegón que atiende su personaje cocinero, debajo de los banderines de un cumpleaños que se festeja en la obra.
A Solange Verina algunes la recordarán por su participación en Chiquititas y Cebollitas. Fue en el marco de esta última tira televisiva que conoció a Andrés Vicente, actor y productor de 30 aniversario. No vino al teatro sólo por gusto. También siente que se trata de "acompañar a los actores y directores", en sintonía con las palabras de Gaby. Es que ella vive los obstáculos pandémicos en carne propia; se le suspendieron "como cinco obras". Aunque la Covid la tiene "traumada" y ni se le ocurre salir a cenar después --está junto a su pareja, Federico--, considera que vale la pena volver a ser espectadora.
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Al comienzo de la pandemia una de las incertidumbres que surgían era qué ocurriría con los cuerpos sobre el escenario (¿habría distancia entre los actores? ¿Sería un mundo de unipersonales? ¿Qué tipo de materiales pariría la pandemia?). En este punto, hay una coincidencia entre obras tan distintas como El corazón… y 30 aniversario. En ninguna hay distancia entre los intérpretes. “Es muy difícil hacer una obra así”, opina la actriz Daniela Nirenberg. Ella en un momento fue contacto estrecho. Se aisló y se suspendieron las funciones. Terminó dando positivo de Covid. “Al primer síntoma, ante todo la vida. Nuestra y de los compañeros. Es responsabilidad individual”, agrega.
Con estas condiciones de aforo no se llega a recuperar lo invertido, detalla el productor. Luego, al unísono, el elenco postula: “El teatro off rinde nada hoy. Es una cuestión de amor".
El panorama en cada circuito
De acuerdo a un relevamiento realizado por la Asociación Argentina del Teatro Independiente (ARTEI), apenas la mitad de los espacios de ese circuito pudo volver a abrir sus puertas tras las medidas del 18 de junio. Y sólo el 24 llega a realizar más de dos funciones semanales. Por estos motivos, la asociación, que agrupa a gestores de un centenar de salas porteñas, considera que la reapertura es de momento "un hecho simbólico". Para Mosquito Sancineto, sería necesario que el Estado fomente la "difusión" de los trabajos del sector alternativo. "El público tiene que enterarse tanto de lo que hace la figura comercial como la del teatro independiente", opina.
"Hay más optimismo en esta segunda reapertura", señala, por su parte, el empresario Carlos Rottemberg, en torno a lo que está pasando en el circuito comercial. En este ámbito se está trabajando con el 18 por ciento de las butacas ocupadas. "En otro momento no podría ser otra cosa que pesimismo. Hoy es optimismo porque las primeras cuatro semanas del año pasado, cuando se abrió en noviembre, arrojaban un 6 por ciento de ocupación. Se siguen agregando títulos. Estamos apostando a que la cosa vaya in crescendo", analiza Rottemberg, de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y Musicales (AADET). La vacunación devolvió al público de mayor edad a los teatros. "Encendemos las marquesinas incluso de salas que todavía no abrieron porque se trata de seguir mostrándonos que ante la tragedia sanitaria la comunidad artística tiene que poner su cuota para recuperar el tejido cultural y los puestos de trabajo", concluye.
El asesor de Contenidos, Programación Artística y Producción del Teatro Nacional Cervantes, Sebastián Blutrach, adhiere a lo manifestado por Rottemberg. “De las vueltas que hemos tenido es mucho más satisfactoria, con un público más mayor empezando a circular a partir de la vacunación y los protocolos cumpliéndose sin grandes problemas de aislamientos y contagios. Seguimos con los hisopados y los cuidados”, expresa. Detalla que la AADET hizo un acuerdo con el gobierno porteño para que los elencos y el personal de las salas comerciales se hisopen cada 15 días, algo que también se hace en el TNC. Además, en el Colón los trabajadores de la cultura se pueden hacer tests de manera gratuita.
En el Cervantes hubo tres funciones a sala llena de Reinas abolladas (de Victoria Varas, con dirección de Azul Lombardía) y cuando Blutrach conversó con este medio estaban por lanzarse a la venta las de Teoría King Kong, de Virginie Despentes, en versión de Alejandro Maci. “Se van a acabar rápidamente”, estima Blutrach. El dueño del Picadero comenta además que allí se están haciendo funciones de martes a domingos. La cantidad de espectadores se duplicó en relación a abril. Aún así, es la mitad de la época prepandémica.