La pandemia impactó de lleno en el trabajo que lleva a cabo el Centro de asistencia a víctimas de violaciones de derechos humanos "Dr. Fernando Ulloa" y que desde su creación hasta el 20 de marzo de 2020, funcionaba sobre la base de la compañía de cuerpo presente, de la mano en el hombro, del abrazo. Sin embargo, les trabajadores que lo sostienen lograron reconfigurar su tarea en clave remota, virtual, e incluso telefónica. "Seguimos siendo un aliado profesional y humano que da una compañía en el tránsito de revisión de una experiencia traumática en clave de testimonio”, aseguró su directora, Laura Sobredo, en una entrevista con este diario en la que repasó cuáles fueron los pasos dados para transformar el acompañamiento a testigos de crímenes de lesa humanidad que declaran como testigos en los juicios. “Confirmamos que el dispositivo funciona a pesar de no tener casi nada de lo que teníamos”, subrayó.
Sobredo llegó a la dirección del Ulloa, organismo que depende de la Secretaría de DDHH nacional, con un objetivo en la cabeza: recomponer. Es que el dispositivo de asistencia y contención a personas que sufrieron en su cuerpo al terrorismo de Estado de la última dictadura cívico militar eclesiástica, que funciona desde 2009, sufrió fuertemente el embate que el gobierno de Cambiemos aplicó a todas las políticas públicas vinculadas con el proceso de memoria, verdad y justicia. De manera directa redujo su plantel a la mitad: supieron ser más de 100 trabajadores, en su mayoría mujeres; tras el macrismo quedaron 48. Pero también lo afectaron de manera indirecta con la desfinanciación de programas vinculados a los juicios, como el Verdad y Justicia; la reducción de las querellas de la Secretaría de Derechos Humanos, el flujo de tratamiento de expedientes de reparaciones económicas.
Es que el Ulloa también está a cargo de certificar los efectos que la persecución, el secuestro, las torturas del genocidio imprimió en la vida de las personas como paso previo para acudir a las leyes de reparación económica que otorga el Estado. El otorgamiento de ese derecho estuvo paralizado durante la gestión de Claudio Avruj en la Secretaría, lo cual generó un enorme cuello de botella en esos expedientes, que se acumularon de a decenas. recién hace algunos meses que lograron retomar el flujo.
“El macrismo fue un primer impacto y cuando creímos que podíamos empezar a reconstruirnos, llegó la pandemia”, sostuvo Sobredo, que integró el equipo de psicólogues, asistentes sociales y demás profesionales acompañantes desde los primeros tiempos.
--La pandemia y la cuarentena impusieron un desafío al proceso de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad. ¿Cómo lo vivió el centro?
--Somos parte de ese proceso, así que de la misma forma. Fue todo un desafío. Fuimos parte de la insistencia de la Secretaría de mantener los juicios. Les sobrevivientes y querellantes insistieron mucho con la presencialidad a pesar incluso de que eso ponía en riesgo su salud. Sin embargo, supimos en el corto plazo que la presencialidad no iba a ser parte de esa realidad, que no contábamos con eso. Y para nosotros fue todo un desafío en ese sentido, porque la trayectoria del centro tenía todo que ver con una relación entablada con testigues, víctimas de la tortura de la última dictadura, de manera presencial. Así que cuando la posibilidad de retomar el proceso de manera virtual empezó a ser una realidad, presentamos una propuesta a los tribunales y encaramos la virtualidad con la convicción de que había que avanzar y a la vez con muchas preguntas respecto de cómo nuestra tarea se iba a poder concretar, cómo los acompañamientos serían efectivos. Lo único que sabíamos era que las personas que alguna vez sufrieron cautiverio se encontrarían en sus casas, encerradas, testimoniando, y nuestras trabajadoras y trabajadores en las suyas. Difícil.
--¿En qué consistió esa propuesta?
--Planteamos que debíamos ser parte de las audiencias, estar en las transmisiones. Que las y los testigos pudieran vernos desde sus casas. Pedimos que la estructura judicial se hiciera cargo de todo lo relacionado a la conexión de los y las testigos, equipos, señal, etcétera (es decir, que no fueran ellos y ellas quienes debieran hacer el esfuerzo de que el sistema funcione, que su relato llegue). Eso que pensábamos que se había perdido, la presencia, en realidad se transformó. Reconvertimos las entrevistas presenciales en videollamadas o llamados telefónicos, sobre todo llamados. Reforzamos los contactos anteriores a cada audiencia, que es un momento importante tanto como el testimonio en sí para que el dispositivo que ofrecemos desde el Centro funcione. Cada testigo está esperando el momento de su testimonio, algunos con más, otros con menos ansiedad. Unos quieren que suceda, a otros les incomoda. Entonces que aparezca una persona para ponerse a disposición suya, que preste su oído para sus necesidades y que se ocupe de ellas antes, durante y después del relato. Que encauce los inconvenientes que pudieran llegar a presentarse para que todo fluya. Eso que hacíamos antes de que la pandemia nos atravesara y transformara, pudimos sostenerlo. Logramos, sobre todo en el refuerzo de los contactos previos a cada audiencia testimonial, establecer un lazo con las y los testigos que acompañamos que les aseguró a esas personas que habría quien estuviera presente allí, para ellas, más allá de la imposibilidad de la presencialidad. Esa disponibilidad es la garantía de que la experiencia pueda ser reparadora en la medida en que se pueda y para que no haga mal.
--¿Y qué respuesta tuvieron?
--Se desplegó un mundo de resultados que estamos tratando de analizar, de recoger, y que nos sorprendió para bien. Algo que en el inicio parecía pura pérdida se reconfiguró. En el dispositivo del acompañamiento las aperturas más interesantes se consiguen al poder escuchar y el poder pescar con cierta agudeza lo que las personas necesitan. Fuimos con la presunción de que la pandemia nos había desprovisto de toda posibilidad de lograr eso hasta que un testigo le dijo a la trabajadora que estaba acompañándolo que verla a través de la computadora en la transmisión le aseguraba tranquilidad. “Yo quiero verte, porque si te veo y me ves, puedo hacerte una seña y entonces te vas a dar cuenta de si necesito parar o algo". Pudimos comprender que nuestra presencia era efectiva a pesar de que fuera a través de la virtualidad. Seguimos siendo un aliado profesional, pero también humano que da una compañía en el tránsito de revisión de una experiencia traumática, como lo es el encierro, la tortura, en clave de relato, de testimonio. En el antes y en el después. Confirmamos que el dispositivo funciona a pesar de no tener casi nada de lo que teníamos.
--La presencialidad es un aparte fundamental del proceso de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad: la presencia de un tribunal común y también de los responsables de esos hechos para escuchar lo que hicieron, el reclamo de Justicia, las condenas. ¿Cree que la virtualidad puede convertirse en la nueva normalidad? ¿Qué se pierde?
--Me parece importante, ante todo, recalcar la importancia que tiene el haber podido, no solo el Ulloa, sino todos los participantes del proceso de juzgamiento, los sobrevivientes y familiares sobre todo, sacar alguna producción fecunda en el marco de la adversidad. Es algo muy propio del proceso de memoria, verdad y justicia local: nunca darse por vencido. Luego, me parece importante trabajar para siempre recuperar lo mejor de lo anterior, lo que sigue haciendo falta, lo que sana, lo que hace bien. La pandemia es un hecho inédito, catastrófico, terrible, que nos atravesó de muchas maneras, que revolucionó todo y que nos va a dejar distintos. Pensemos qué de todo eso podemos controlar, qué queremos rescatar de este proceso. Hay personas que encuentran el momento de juicio como la llegada a una meta, porque trabajaron toda una vida para que así sea. Y hay otras que no forman parte de esa lucha, pero que aún así han sido víctimas del terrorismo de Estado, a las que les cuesta un esfuerzo enorme circular por esos momentos judiciales, esos edificios en donde otres encuentran reivindicaciones, enfrentarse a esa liturgia tan fría. Hay que escuchar a todos y tratar de respetar y de adaptar el proceso a cada una.