El niño al que tratan de “mentiroso, maricón y gordo” se viste de novia para encarnar a Eva Perón en el colegio. Roberto se para frente al curso, y en su mente convierte al aula y el bullying en un teatro antiguo donde canta embelesado y cautiva. Así comienza Maricón perdido (estreno de HBO Max el 22 de julio), la mezcla de fantasía y realidad con la que el español Bob Pop revisita su propia historia. Un enjambre que incluye su temprana salida del closet, la relación con una madre al borde de un ataque de nervios, los años de la transición ibérica, folladas en saunas y parques con nombres falsos hasta encontrarse a sí mismo. “Yo mismo querría saber cuánto hay de ficción en mi vida, lo que pasó, lo que me imaginé, no lo sé y me divierte, la miniserie va de eso: cuánta ficción necesitamos para contarnos, sobrevivir y entendernos”, confesó su creador en una conferencia de la que participó Página/12. La miniserie también se emitirá por TNT (los primeros tres episodios el jueves 22 a las 22 y los tres restantes el jueves 29 en el mismo horario).
Maricón perdido resulta tan singular y extravagante como lo es su máximo responsable. Escritor, crítico de moda, bloggero, columnista de tevé, un inclasificable que se sirve de este formato en pos de un objetivo. “Siempre he trabajado mucho con la reconstrucción de quién soy. Esto no lo he vivido como una terapia ni como un reabrir heridas sino como una gozosa posibilidad de usar mi material, contar una historia lo más universal posible, con la que estoy feliz y espero que conmueva”, asegura el artista y polirubro nacido en 1971. La entrega, entonces, antes que una biopic en un sentido estricto podría equipararse con los modos y licencias de la denominada “literatura del yo”. “La vida viene muy mal editada e iluminada, y la ficción me sirve para poner las cosas en su sitio”, amplía el guionista.
Los períodos hilvanados sin pausa son tres: la preadolescencia, la primera adultez y su presente. El primero y el siguiente son los que ocupan mayor tiempo en el relato (lo interpretan Gabriel Sánchez y Carlos Rodríguez). Mientras aquel prioriza el vínculo con su madre (Candela Peña), el otro indaga su exploración sexual y personal a fines de los ’80 y primeros ’90 bajo los códigos de la Chueca madrileña. Sin embargo, ambos están cruzados por la temática de la marginación, la hostilidad al distinto y la ilusión como refugio. La última etapa se reserva un recurso bastante disruptivo en lo que refiere al protagonista y voz narradora: el propio Pop se encarna a sí mismo. En este caso, el exposé incluye su raid en los medios, el día a día conviviendo con ELA y hasta un cameo de Pedro Almodóvar. “Es mi referente y mi maestro, cuando dije que tenía esclerosis múltiple en televisión él estuvo a mi lado, me ha ayudado a explicar y tener una voz para el relato”, señala.
La puesta en escena juega un rol fundamental en la miniserie. Los inserts musicales (“Lets Dance”, de David Bowie; “Do You Really Want to Hurt Me”, de Culture Club), el padre ausente y violento fuera de campo, la estética y referencias metatextuales funcionan como vehículo de su inconsciente. ¿El pop le salvó la vida a Bob? “El pop tiene una doble vertiente muy interesante. Nos sirve como refugio y escondite. Pero cuando eres un raro te conecta con otros como tú. Te permite tener ese espacio donde no te sientes tan solo. Es un ancla con un mundo que sirve para no sentirnos tan expulsados y nos acoge. Y además el pop nos enseña algo muy importante a no tomarnos demasiado en serio”, dice quien justamente ha elegido a esta cultura como mote. Las licencias del relato, el pastiche como religión, lo inherente al colectivo gay, el vistoso viaje retro, enlazan a Maricón perdido con otra gran producción española reciente como Veneno (también parte de HBO Max). “Creo que eso tiene que ver con un tipo de relato LGBTQI+. Necesitamos huir y utilizar la máscara como evasión de la vida que nos ha tocado. La fantasía es parte de nuestros mecanismos de resiliencia”, cierra Pop.