Parte de una religión tiene varias acepciones. En la previa de una comilona, ocho comensales se sientan a la mesa a charlar y explorar el sin sentido. Comedia local cruzada por los modos que impuso la pandemia. Laboratorio teatral devenido en proyecto audiovisual autogestivo (la entrada para ver sus tres episodios se adquiere a través de la plataforma Eventbrite). Y, lo más notable, remake apócrifa de El asadito (Gustavo Postiglione; 2000). Eso sí, la lupa se aleja de un grupo de machos alfa rosarinos, y se posa sobre una fauna un tanto más joven y un pelín más diversa. De charlas triviales a la profundidad existencial, reflexiones sobre el arte puro, la fe y la televisión, de inducciones alienígenas a incesto, pasando por vínculos destruidos y el duelo por un padre golpeador. Sus responsables pusieron toda la carne y la verdura a la parrilla. También hay debates sobre si el maní es picada.
Más que en el chiste y el remate, la gracia está puesta en lo incómodo, como si un Larry David extraterrestre observara los usos y costumbres culinarios locales. Según sus hacedores, Parte de una religión germinó de la enorme lista de proyectos cancelados por la cuarentena. El objetivo de Santiago Gobernori y Mariano Rosales (guionistas y parte del elenco) fue el de reciclar el espíritu de un espectáculo que habían montado sobre tablas antes de la pandemia (Carlos en el centro). Y hay mucho teatro -y chistes sobre teatro- en esta pieza. Se reconoce a parte del staff de Cualca!, Mundillo y Por ahora (Julián Lucero y Julian Dorregger) junto a Alan Sabagh y Valeria Lois. Aunque el tono es menos nervioso que aquellos envíos. La directora es Lucía Valdemoros (Tarde Baby) quien registra una “conjunción de incongruencias que organiza el caos”, tal como dicen durante brindis.