Desde París
O vacuna generalizada, o tsunami viral. El Ejecutivo francés presentó en esos términos su filosofía de acción ante “el alza estratosférica”, como la llamó el portavoz Gabriel Attal, de los contagios con la covid-19 a lo largo de la última semana. Y este lunes activó su proyecto de ley para hacer obligatoria la vacunación del personal hospitalario, ampliar la imposición del pase sanitario en bares, restaurantes, centros comerciales y otros lugares públicos, y aislar a las personas positivas por diez días.
El proyecto de ley es complejo, plantea incluso problemas de constitucionalidad e incertidumbre jurídica, y en estos días choca con la oposición de varios sectores de la opinión pública que se han organizado para rechazar o boicotear las medidas. El fin de semana miles de personas se manifestaron en varias ciudades del país bajo el slogan “MACRON, TU PASE AL SANITARIO”. A un grupo de manifestantes se les pasó por la cabeza la barbaridad de ponerse una estrella amarilla como la que los nazis obligaban a usar a los judíos. A través de las redes sociales se organizó una estructura de información donde circulan los nombres de médicos que no obligarán a vacunarse y los bares y restaurantes que no exigirán el pase. El movimiento se consolida mientras el gobierno elabora la traducción legislativa del discurso del presidente Emmanuel Macron del 12 de julio. El Ejecutivo apunta a revisar el texto en un Consejo de Ministros, presentarlo el martes ante la Asamblea Nacional y el jueves en el Senado, para que sea adoptado definitivamente el fin de semana. No está garantizado. En el texto hay huecos jurídicos que podrían complicar su examen legislativo.
Las mutaciones imprevisibles del virus juegan con el calendario político, lo modifican cada semana y lo mismo hacen con el humor de la sociedad. Al día siguiente del discurso de Macron, 1.300.000 personas pidieron turno para vacunarse, cifra que superó los dos millones esa semana. El porcentaje de incidencia del virus pasó de 32,2 casos por cada 100 mil habitantes el 9 de julio, a 63,5 casos el 15. El gobierno corre contra el tiempo y contra una pandemia que modula su comportamiento. Por ahora, el movimiento de protesta no está articulado y no cuenta aún con la convocatoria suficiente como para hacer tambalear la estrategia oficial. En las manifestaciones que tuvieron lugar el fin de semana en París había, mayoritariamente, chalecos amarillos. Los anti vacunas son un grupo opositor multiforme compuesto por quienes asimilan la acción del Estado a un atropello (los chalecos amarillos), por quienes se oponen tajantemente a la vacuna y por aquellos que impugnan la extensión del pase sanitario. Entre ellos circulan figuras de los chalecos amarillos, anarquistas, soberanistas, alguna izquierda discreta y líderes de la extrema derecha como el número dos del partido de Marine Le Pen, Florian Philippot, quien falsamente se autoproclama “fundador” del movimiento anti pase sanitario.
Los antivacunas
A su manera real y disimulada el pase encierra una obligación. Macron dijo varias veces que la vacunación no sería obligatoria, pero el pase la torna una exigencia sin decirlo. Una manifestante, Martine, le dijo este sábado a PáginaI12 que ”la vacuna es un salto a lo desconocido. Conocemos un poco sus efectos a corto plazo, pero no a largo plazo. Es mi derecho no vacunarme. No acepto que hipotequen mi vida”. Otro manifestante que estaba a su lado gritaba enardecido: “Afuera la dictadura sanitaria. ¡Macron dimisión!”. Un grupo se acercó para explicar que “esta idea macronista va a crear una sociedad de culpables. Los que tienen el pase son buenos, los demás tóxicos y malos. No te obligamos a ponerte la vacuna, pero te sancionamos si no lo haces”. Martine Wonner, una diputada líder de los llamados “covido-escépticos”, salió a la calle gritando que “vayan a invadir las oficinas de los parlamentarios para decir que no están de acuerdo”.
El antivacunismo es un mejunje raro y por momentos grosero. A un grupo consistente de antivacunas se le ocurrió la subnormalidad mental de ponerse una estrella amarilla semejante a la que los nazis obligaban a usar a los judíos durante la ocupación de Francia en la guerra. Un sobreviviente de la deportación de los judíos a los campos de la muerte, Joseph Szwarc, de 94 años, emocionado hasta las lagrimas decía que utilizar una estrella amarilla con la frase “no vacunado” era algo “odioso”. La otra vertiente del movimiento anti no está contra la vacuna propiamente dicha sino contra el pase sanitario, los requerimientos que impone y la transformación del espacio público en una frontera llena de inspectores privados. Mozos o dueños de bares y restaurantes, personal de seguridad de los centros comerciales, de los supermercados, personal de los museos o empleados de los cines se convierten en supervisores. En este sector se sitúa el filósofo francés Gaspard Koenig, que opina que el pase sanitario apunta a proteger al individuo contra si mismo y por eso ”es ilegitimo”, tanto más cuanto que transforma a varias categorías socio profesionales “en policías”. La izquierda no cuenta mucho en este debate. Como suele ocurrir cuando hay una gran temática de sociedad que divide y confronta, la izquierda se muerde la lengua porque, como deslizó un socialista a este diario, ”este es un momento enredado. Si criticamos las medidas pasamos por antivacunas, y si las apoyamos nos ven como pro Macron”.
Por lo pronto, el Ejecutivo prevé que la utilización del pase se amplíe el 21 de julio para el ingreso a los centros o locales de distracción o espacios culturales y luego, a partir del primero de agosto, que se extienda a los restaurantes, cafés, centros comerciales y transportes de larga distancia. La vacunación será obligatoria antes del 15 de septiembre para el personal de los hospitales y otras profesiones. Esta obligación concierne a un millón y medio de personas, las cuales, si no están vacunadas, podrían no ingresar a sus lugares de trabajo e incluso ser despedidas. De aquí a esas fechas se esboza una batalla de ideas y de principios entre quienes cuestionan la legitimidad del Estado para imponer la vacunación y aquellos que optan por pensar que la vacuna, obligada o no, es la única formula para romper el embrujo sanitario del virus.