Había que apagar la luz para sumergir en las tinieblas del genocidio a una población indefensa. Había que apagar la luz hace 45 años y dejar hacer a los grupos de tareas con el apoyo del emporio Ledesma. Había que apagar la luz en Libertador General San Martín para escarmentar a quienes se oponían al régimen cívico-militar simbolizado en dos apellidos: Blaquier y Videla. Había que apagar la luz para desaparecer, torturar y robarles sus bienes a 400 jujeños que hoy son memoria viva y tienen quienes hablen por ellos. Había que apagar la luz y sentirse más impunes. “Siempre fue para mí una nube oscura. Recuerdo los libros tirados al suelo, todos los placares vacíos en el piso, las alacenas revueltas, las camas desarmadas y los colchones dados vuelta”, dice ahora Silvana Castro, testigo y víctima directa de la Noche del Apagón.
“Quedé inmóvil, absolutamente asustado. Mi madre Olga, a media cuadra y desde la vereda de casa gritaba y me decía que no me mueva, que me quedara quieto. En medio de esa oscuridad me di cuenta de que solo había luz en la fábrica Ledesma, que estaba en plena cosecha”, recuerda Ricardo Arédez, hijo de Olga, una militante entrañable, y de Luis, el intendente radical que quería cobrarle impuestos al ingenio azucarero.
La historia que cuentan Silvana y Ricardo no quedó estancada en una foto fija, amarillenta y olvidada. Como hubo y todavía persiste la impunidad del poder, del feudo de los Blaquier, las voces de protesta se replican en marchas, actos y los conversatorios que imponen la virtualidad y la distancia entre Jujuy y Buenos Aires. La resistencia de los caminantes comenzó el 10 de diciembre de 1982, desde Libertador General San Martín a Calilegua, el pueblito vecino que en aymará significa mirador de piedra. Ahí y en El Talar también los dejaron a oscuras.
Ricardo Arédez
De aquellos secuestrados entre el 20 y el 27 de julio de 1976, 113 pertenecían a la compañía y 33 continúan desaparecidos. Veintitrés en Ledesma y diez en Calilegua. Por estos delitos de lesa humanidad se procesó a 23 militares y también a Carlos Pedro Blaquier y su exgerente Alberto Lemos. A estos últimos la sala IV de la Cámara de Casación les dictó la falta de mérito en marzo de 2015. El tribunal consideró que desconocían cómo y por qué se utilizaron las camionetas de la fábrica para secuestrar personas en Ledesma y su zona de influencia.
Silvana y Ricardo eran dos adolescentes de 16 años cuando los sorprendió el golpe de Estado. A ella la detuvieron cuando se produjo la llamada Tarde de los Lápices, el 15 de septiembre del 76. Se la llevaron junto a otros compañeros de la Escuela Normal de Ledesma. Su padre trabajaba en la empresa que antes como ahora es una compañía omnipresente en la provincia. Pero no la que se ve en 2021: una corporación azucarera, papelera, citrícola, ganadera y de energías renovables que no abona el impuesto inmobiliario urbano porque su predio figura como ejido rural.
Silvana Castro (en el centro)
“La semana de los apagones mi papá trabajó en el turno noche. Él entraba a las 21, hasta las 5 de la mañana. Mi casa era cerca de la fábrica y el iba y volvía caminando. Los que entraron a nuestras viviendas eran policías provinciales, agentes de civil, gendarmes disfrazados de personas comunes, todos varones los que yo vi, que entraron a golpear y romper. Ellos sabían cómo sembrar el terror. Conocían muy bien las casas y a sus habitantes, sabían a dónde iban a meterse y por qué lo hacían”, recuerda Castro, quien como Ricardo fue testigo en el juicio.
Arédez memoriza con precisión quirúrgica la Noche del Apagón. Retoma lo que pasó en aquel instante que Olga, su mamá y madraza de Plaza de Mayo, le gritaba desde su casa: “En la puerta de esa camioneta de la que bajan los que me piden el documento, estaba el logo de la empresa Ledesma. Nuevamente vi una camioneta más el 24 de marzo de 1976 a las 3.30 de la madrugada cuando tocaron el timbre de la casa de mis padres y se llevaron a él detenido. Esa también tenía el logo de Ledesma y la manejaba Juan de la Cruz Kairuz”. Tiempo después, Ricardo se enteraría por Hugo Condorí --dirigente sindical y testigo clave en la causa de la Noche del Apagón, fallecido en 2016-- que el conductor de aquella camioneta era policía y, en sus ratos libres, ayudante de campo del recordado Angel Tulio Zof, entrenador del club Ledesma e ídolo de Rosario Central.
Castro supo pronto que a un apagón lo continuarían otro, y otro. “Las noches subsiguientes cuando se cortaba la luz ya sabíamos qué iba a pasar así que nos quedábamos con mis hermanos juntos en un sillón y esperábamos. Tenían una obsesión por los libros: todas las bibliotecas eran revisadas papel por papel y tiraban todo al suelo con violencia”. Al tercer allanamiento de su casa en Florida 701 de Libertador General San Martín, a Silvana la secuestraron para llevársela a la comisaria 9ª de San Pedro. Ahí funcionaba un centro clandestino de detención y tortura. Ella cursaba el cuarto año del secundario. La subieron a un Ford Falcon sin identificar. Un símbolo emblemático de la represión ilegal.
De aquel paisaje crepuscular de Ledesma queda la chimenea humeante del ingenio, el bagazo de caña contaminante al aire libre, la Rosadita, esa mansión de los Blaquier amurallada y rodeada de palmeras --símil de la que se levanta en Balcarce 50-- y la plaza del pueblo donde Olga Arédez daba vueltas sola con su pañuelo blanco en tiempos difíciles. “Muchas casas fueron vendidas y antes todas eran propiedad de la empresa. El hospital ahora es público, la estatua de la plaza fue reemplazada por otra y la enorme Santa Rita de flores fucsia de la plazoleta frente a la iglesia ya no está más”, describe Silvana, lúcida testigo de época y de un presente cruzado por la pandemia que a Ledesma le saturó el cementerio de cadáveres.
La convocatoria a los actos evocativos por la Noche del Apagón esta semana --tanto en Jujuy como en Buenos Aires-- incluye un recordatorio de sus organizadores: “Esa impunidad de ayer es la que garantiza las injusticias de hoy, vulnerando los derechos de los trabajadores y las trabajadoras del ingenio, que se ven obligados a concurrir aun cuando los protocolos para el cuidado por el covid-19 no se cumplen. Esa impunidad de ayer es la que garantiza la injusticia de hoy, cuando una empresa como Ledesma es multimillonaria pero Libertador General San Martín es un municipio que no cuenta con los recursos necesarios para tener un cementerio adecuado para enterrar a sus muertos en pandemia”.
Este jueves 22, entre las 14 y 16, la Plaza de Mayo será escenario de una muestra fotográfica que recordará el 45° aniversario de la tragedia en Ledesma. Sobrevivientes, militantes, dirigentes sociales y sindicales brindarán testimonio de sus luchas por una Justicia que no avanza y se niega. Un día después, el 23, a las 18, se realizará el conversatorio sobre la Noche del Apagón. Participarán el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla, la docente de la Cátedra Paz y Justicia, Ana González, Martina Montoya del Centro de Acción Popular Olga Marquez de Arédez (Capoma), Paloma Martínez, abogada de las causas de lesa humanidad en Jujuy, más Silvana Castro y Ricardo Arédez, aquellos dos jóvenes estudiantes cruzados por el miedo que llegó cuando se apagó la luz. Un miedo que no los paralizó, como lo demuestran sus propias vidas.