Rodolfo Alonso falleció el 19 de enero de 2021, pero su poesía da vida, da ganas de vivir, ayuda a vivir: “Yo quiero ser / de los que aman la vida / de los que son la vida / candente inimitable”. La vida, como el amor, son dos de los temas centrales de su obra poética. En ese sentido, no es para nada extraño que su duodécimo libro de poemas se titule Señora Vida. Asimismo, es preciso expresar que la poesía ocupó, en muchos sentidos, gran parte de su vida y, hasta me atrevo a decir, que dedicó su vida a la poesía. Dicho de otro modo, su vida fue una defensa de la poesía (que, por otra parte, es el título de su quinto libro de ensayos). Con lo cual, constatamos que vida y poesía se hallan indisolublemente unidas en la palabra de Rodolfo Alonso. O, como él mismo explicó más de una vez, en consonancia con su pertenencia a las vanguardias artísticas del siglo XX, la poesía es considerada una “manera de vivir” (Tristán Tzara).
El amor, ya lo mencionamos, es otro de los núcleos de su poesía: “la que yo amo distribuye el tiempo”, “no morirán los ojos del amor” o “cantan las manos / de mi amor”. Se vuelve tan necesario como el aire para seguir existiendo y toma dimensiones metafísicas, universales, cósmicas: “Un día cualquiera volveré a amarte como en el gesto primero del mundo” o “el amor que hace girar al mundo / tirano de la muerte / bello y fugitivo”. El amor, pero también la comunión entre los humanos, en una intensa cooperación fraterna: “nosotros somos otros // somos el otro” o “…si te duelen / las cadenas / las manos de los otros”.
La naturaleza es otro de los temas que recorren su obra, su belleza y el peligro constante en que la coloca la voracidad del capitalismo neoliberal. En el poema El joven fresno dice, se puede leer: “Yo no acumulo / yo prosigo // Yo no seduzco / yo me doy // Yo no me exhibo / yo crezco”. De igual modo, se hace visible la naturaleza en un sentido metafísico: “El paraíso es un sueño animal” o “Un grillo / sostiene el Universo”.
Por otro lado, no puedo, aunque sea, dejar de mencionar la importancia que toman en su obra el lenguaje (su ensayo En el mar del lenguaje), la cultura popular (su poema Ángel Vargas) y la creación artística (“la voz que usa tu cuerpo”).
Su trabajo como traductor, que se dio y formó parte de su trabajo como poeta, tuvo como claro objetivo la defensa de la gran poesía, como la llamaba él mismo, a través de quienes, para él, son los grandes poetas de la humanidad: Pavese, Ungaretti, René Char, Sophia de Mello Breyner Andresen, Drummond de Andrade, Murilo Mendes, Manuel Bandeira, Paul Éluard, Apollinaire, Baudelaire, Dino Campana, Prévert, Saint-Poul-Roux, Mallarmé, António Ramos Rosa, Pasolini, Rosalía de Castro, Guido Cavalcanti, Montale, Umberto Saba, Valéry, Paul Celan, Pessoa, Ledo Ivo, entre otras y otros. Esta lista se ve completada con los poetas de lengua castellana que él admiraba y quería: César Vallejo, Miguel Hernández, Juan Gelman, Juan L. Ortiz, Edgar Bayley, Raúl Gustavo Aguirre, Quevedo, San Juan de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Manuel J. Castilla, Macedonio Fernández y Francisco Madariaga, entre otras y otros. Muchos de ellos y ellas fueron sus amigos y amigas.
Esta defensa de la poesía se torna, en varios de sus escritos, una defensa de la humanidad y del planeta (“Sin verde no hay futuro. / Ni presente posible” o sus poemas Razón de ozono, donde afirma: “A la placenta atmósfera / le criamos un cáncer”, y Velorio del glaciar: “tanta innoble / insaciable / avidez / de aridez”), que se encuentran en peligro debido a un sistema económico, político y cultural siniestro: el neoliberalismo. Al cual se opuso y criticó, en la palabra y en la acción, siempre: “El oro dictador / Seca avaricia / Agoniza las fuentes // El oro codicioso / Oso de usura / Ahorra hasta muerte”. Entre las innumerables citas que se podrían encontrar al respecto, en su libro de ensayos República de viento, publicado en 2007, escribe: “La sociedad de consumo, que a través de los grandes medios tecnocráticos de (in)comunicación se fue constituyendo en sociedad del espectáculo, se ha vuelto ahora físicamente planetaria, sutilmente seductora, amablemente compulsiva, espiritualmente invasora, confortablemente totalitaria. No necesita violentarnos con la fuerza física: nos rodea, nos envuelve, nos impregna”.
Por todo lo dicho, declaro que la poesía de Rodolfo Alonso nos da vida en un “duro mundo” donde “el bello amor / arrasará”.
* Artista plástico, escritor, periodista, y licenciado y profesor en Letras (UBA).