¿Qué instantánea, qué escena tomar como vía de entrada a un libro que es muchos libros, casi una biblioteca borgeana en sí mismo? ¿Nora Catelli en París, fotocopiando el contenido de una valija con todos los diarios íntimos de la poeta Alejandra Pizarnik? ¿O el título de un poemario de Edgardo Dobry, El lago de los botes, escrito y publicado en la metrópoli hispana pero donde cualquier rosarino puede localizar, en filigrana, una visión del laguito del Parque Independencia? Las tensiones entre unas posibles literaturas nacionales, regionales y universales que Nora Catelli explora en Desplazamientos necesarios. Lecturas de literatura argentina parecen dejar fuera de campo la discusión local pero se deben a ella: a las aulas de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad de Rosario, donde la autora se formó, y de donde se exilió, para encontrarse con lo académico en Barcelona mucho después.
Historia viene del griego histos, tejido. Un entramado de discursos cierne su oro en esta imprescindible recopilación de ensayos, cuya coherencia radica en la ética de rigor académico en los estudios literarios que Adolfo Prieto, antes del segundo éxodo universitario, dejó planteada: indagar la relación de la literatura con la historia; atenerse a los textos. "El recorrido histórico de Catelli es, en sí mismo, una reorganización del canon crítico", celebra y resume Beatriz Sarlo en el prólogo. La serie de reseñas se cierra con la de Conocimiento de la Argentina, de Adolfo Prieto, a cuyo hijo Martín (director de la colección "pro tempore" de EDUNER) se dirige el agradecimiento al comienzo. La edición y la impresión, por la Editorial de la Universidad de Entre Ríos, son de una calidad gráfica notable. Dibujos de Juan Pablo Renzi a dos tintas, a tono con el azul de tapas y portadas, señalan en primer término ese instante de soledad y reinvención del migrante que Renzi representa mediante un rincón del cielorraso. Se reconocen los espacios y objetos de su pintura realista de la segunda mitad de los años '70 en estos bocetos que tienen la frescura sabia de sus conversaciones con Juan José Saer; cuyos ensayos, la zona menos comentada de su obra, son tema de uno de los trabajos del libro.
Lo que alguna vez estuvo unido, al alejarse, estira el campo común; no lo rompe. Esto que dicen científicos en los bordes de la ciencia nos es útil como metáfora de los "desplazamientos" del título. ¿Qué es una región? ¿Lo rioplatense, lo latinoamericano? Definir alcances es la tarea en una serie de ensayos que se abre con El escritor argentino y la tradición, de Jorge Luis Borges; se continúa con Borges, un escritor en las orillas, de Beatriz Sarlo, y se amplía en varios trabajos de Catelli reunidos en este libro que dialogan con ambos textos. Sarlo reconoce las expansiones que Catelli, con oficio de investigadora capaz de reponer nombres omitidos de contemporáneos, labra en dirección a lo político y a lo continental, donde se perfila una idea de extraña actualidad: la de América como reservorio de la cultura moderna que el fascismo arrasaba en Europa.
Dedicado a Jorge Belinsky, el libro se organiza en dos zonas principales: una de ensayos y otra de reseñas. Bajo el apartado "Literatura y psicoanálisis", dos trabajos abordan la polifacética figura de Oscar Masotta. Al final, una autobiografía breve, "Entre Rosario y Barcelona", sitúa en tiempo y espacio a quien escribe, y desde dónde. El exilio con Belinsky, en diciembre de 1975, sería la bisagra entre ambas ciudades. El libro se completa con una bibliografía de Catelli, quien produjo una obra teórica muy influyente en torno al concepto de espacio autobiográfico.
Los diarios de Pizarnik (tema de dos trabajos, uno donde se los compara con los de escritoras argentinas de otra clase social) y el Borges de Adolfo Bioy Casares (la "novela psicológica" que ambos aborrecían y que al fin uno escribió, con el otro como personaje, como sugiere Catelli no sin ironía) son algunas obras de la literatura del yo escritas en Argentina, o por argentinos, que Catelli trae al canon desde la minoridad a que las relegaba la crítica bajtiniana, tan adversa a las confesiones personales. También comenta el mencionado libro de Dobry, quien como ensayista (en otro texto al que se dedica un trabajo aparte) descolocó El payador de Lugones al leerlo desde Cataluña en relación con la poesía provenzal.
A la lista hay que sumar las novelas de Manuel Puig, que le despiertan a Catelli esta pregunta: "¿Cuántas lenguas literarias existen dentro del castellano?". Y las autorreferencias en la poesía de Juana Bignozzi, "esta vieja poeta que... mira escribir a los jóvenes", como la propia Bignozzi escribió en su último libro, Las poetas visitan a Andrea del Sarto. En medio de una joven generación de poetas argentinos encaminándose a la vejez sin dejar de practicar una "poesía de la mirada", retornaba al país Bignozzi, a quien podemos por nuestra parte aventurarnos a definir como poeta de la voz (y, en ese sentido, contemporánea extemporánea de la generación que hoy transita los slams de poesía y pisa los treinta).
Un rescate magnífico es el de la filóloga María Rosa Lida, mujer argentina y judía cuya inmensa erudición evoca como abrumadora la misma Sarlo. Traer al presente esa obra, situarla ante lectores, integra en forma vertebral la academia expandida que se resume en Desplazamientos necesarios, y que reconoce entre sus antecedentes aquellos otros dos inmensos proyectos realizados que fueron las revistas Punto de Vista y Diario de Poesía. Las dos salían en kioscos, les llegaban a Catelli y a Belinsky en el exilio (como ella misma relata) y continúan aquella cultura de los "grupos de estudio", que ella también evoca y se volvió necesaria en 1966, y peligrosa (pero no por eso interrumpida) entre 1976 y 1983.
Respuestas cosmopolitas, pero no por eso globalizadas, a la "cuestión de la literatura nacional", capaces de llegar y educar a todo tipo de lectores y de atravesar todo tipo de aduanas, fronteras y muros de claustros, sin renegar del humor cuando resulta desmitificador y saludable, son lo que Catelli trae al presente. Un querido espectro, por decirlo con la frase más trillada de Marx, recorre estas páginas. En la 282, se lee: "... el espíritu del tiempo.... se reconoce... en el modo en que el poema atrapa... la vivencia del presente. Esta vivencia, en la modernidad, se había expresado, como nunca antes, en su ligazón con la historia". Por decirlo con una alegoría de la misma autora, a la "membrana" teórica implícita que sustenta estas afirmaciones hay que buscarla en el filósofo Walter Benjamin, en su moderna noción de la experiencia del presente (Jetzeit) como punto de partida de la historia; pero Catelli deconstruye y reconstruye, en una de sus operaciones constructivas de lectura, el vínculo benjaminiano entre presente e historia, haciendo de ambos un mismo lugar, donde ambas categorías se implican mutuamente, generando ese Zeitgeist inefable.