La enramada sigue seca. Entró el portazo y todo en él. Las rutas argentinas no son más que una montaña de escombros. Y los deshollinadores que escarban y lavan las letras siguen abundando. Soy uno más en ese entrevero. Ninguno se salva. Y no es la muerte que siempre queda lejos. Embobados por la escritura del dolor que parece amainar pero nos devuelve a la idiotez siempre.   

Aquí vivimos, en la llanura pelada. En una porción de la pampa, sí, pero llena de plazas y monumentos de santos colonizadores. No sabemos todavía cómo se pronuncian sus nombres. Y bendita la escuadra que traza un camino sin paradores directo a Belgrano. Es una sensación recta y extensa. Tan extraña y perturbadora como una amenaza.

El anillo del Capitán Beto, sigue sin aparecer en El jardín de los presentes. Y la órbita es colectiva.

El sol de la infancia vuelve, dieciocho minutos a más tardar. Y que venga con delivery de milanesas con puré. Pero no. Esa familiaridad ya la comimos con Pescado.

La historia sigue y va y viene con una tristeza inclasificable. Superior a lo normal. Una historia surrealista que trajo las cartas de Vincent a Théo, el mingitorio de Duchamp, la deformidad de la vida de Artaud y todas las lógicas inentendibles del sueño en Castaneda. Los recorrí a todos. No entendí una mierda. Tiempos juveniles y todo eso era demasiado para jugar en primera. 

Aparece la era digital y cambio los trapos por un casette en la feria americana. Un lustro después en a respiración, sólo me alcanza para dos discos compactos; Clics Modernos de Charly y el primero de Pescado. Una de cal y una de arena, como dos siameses perversos que se entienden de memoria.

Yo también me siento un resucitado después de la crucifixión. Todos cargamos con algún madero, aunque las velas se las termine llevando el Gauchito Gil. Y tranquila Maribel, que las sábanas ahora están bien planchadas. Y en el decorado de todo verlo pasar, está nuestro principio y fin. Aunque las modas cambien. Así que, por ejemplo, el peinado de esta dama que pasa junto a la ventana me explica que casi nadie lee la biblia. Tampoco a Onetti, que observaba el delta con la mirada flotante. Allí, cualquier sociólogo se hubiese hecho un festín. Tampoco importa que la ciudad sea tan chata como la de la pampa de la que robó un pedazo. Entonces Buenos Aires debe ser una ciudad virtual.

El mundo no necesita de arquitectos, porque cada gueto está a su medida. En la alborada, uno de paso silba Alma de diamante y sin darse cuenta traza con un compás, un agujero tanto o más grande que una laguna en la cabeza. Cada ciudad cifrada a lápiz se nos fue convirtiendo a todos en un diseño que todavía no figura. Aun así, las hojas de ruta parecen no alcanzar para reorganizar la ciudad en la escala exacta de la paranoia. Y seguimos sin entender. Seguimos muertos y Spinetta preso. En el medio, una gramática que escribe "abigarrados" con b larga y con v corta. Una es la de Borges y sus ojos llenos de cosas. La otra de Vallejos, que viene cimentado en vigas.

Acaso son vigas o fantasmas. O será el fierro del fantasma.

Están los aspirantes a estrellas de rock, están los músicos, están los artistas, y arriba Luis comiendo pan en silencio. 

Esta vez, los hijos de puta de siempre no estaban gritando; Viva el cáncer. Parece ser que justo se día, Dios no estaba trabajando.