En las comunidades circulan frases que expresan sentires populares, que se repiten como si fueran datos de la realidad; sin embargo y no obstante la adhesión con la que cuentan no es posible encontrarles fundamentación.
Algunas de ellas arrastran una fuerza imparable y son protagonistas de afirmaciones claves en el sentir de la población.
Si en los medios aparece alguna información que describe la aparición de un bebe abandonado en una estación de ferrocarril o la narrativa que describe la golpiza de la que fuera víctima un niño castigado por su mamá y reclamando intervención judicial por el hecho, la frase que surge en el saber popular es: ”esa mujer no tiene instinto materno”.
El instinto materno aparece como faltante cuando una mujer incumple con la dosis de amor maternal que se nos supone a todas las mujeres.
Es un instinto acerca del cual no caben dudas, si bien durante los últimos años hubo movimientos esclarecedores tendientes a ponerlo en duda y aun a negarlo. Pero persiste como supuesto base, como generalización cuando la mujer muestra algún destrato --real o imaginado-- hacia la propia cría.
Sepamos que es un instinto que tiene historia, a diferencia de los instintos habituales en los seres humanos que nos conducen a sobrevivir, comer, dormir, por ejemplo.
Badinter, una estudiosa del tema, escribía en 1983: ”El mito del amor materno no comienza en el siglo XVIII (...); en el siglo XVII y XVIII muchas mujeres se olvidaron de esta idea del instinto materno, negándose, por razones a menudo opuestas, a amamantar a sus hijos y garantizar su supervivencia. Es solo al final del siglo XVIII debido a razones económicas muy prosaicas que se coloca al mito en primer plano”.
La historia nos recuerda que en vísperas de 1870, Bouchard volvió los ojos hacia Prusia y consciente de la disminución de la natalidad rogó a las madres francesas que cumpliesen con su deber reproduciéndose y cuidando la supervivencia de los hijos. Bouchard pensaba en soldados para la guerra. Lo óptimo, apunta Lidia Falcón, una escritora feminista, "fue convencerlas que eso del instinto les gusta”. Teólogos, sacerdotes, médicos y la burguesía en general adhirieron a la idea de amor maternal como soporte de la subjetividad de la mujer: no podía faltar en ella como dato instintivo, o sea, como un hecho natural. De allí que las mujeres tenían la obligación, por naturaleza, de ser “buenas madres” que implicó, desde un primer momento, permanecer en la casa al lado de los niños.
Era inevitable que el amor materno como instinto fuese una apuesta clave para el patriarcado que llegaba sostenido por toda la mitología olímpica debido a los papeles fundamentales de los dioses masculinos. Por su parte, las diosas, escuchemos a Devereux, etnólogo erudito, ”las diosas no son madres particularmente sacrificadas: convierten a sus hijos en héroes de mamá para que enfrenten a sus esposos”.
El dato indiscutible resultaría ser que si el amor de madre es instintivo, ésa sería la garantía de que todos/as fuimos amados por nuestras madres, afirmación que la experiencia no puede demostrar. Insistir en el instinto implica insistir en una dedicación obligada a la dependencia de los hijos para cubrir todas sus demandas. Lo cual vuelve a conducirnos a la mujer dentro del hogar por extensión atenta a los deseos y necesidades del varón.
La gran trampa de la frase instinto materno resulta de su implicancia: sometimiento al varón y es ese eje el que logra que subsista no sólo la frase sino el saber popular aunque no se lo invoque actualmente como sucedía medio siglo atrás. Pero la idea está implícita en el inconsciente colectivo y en las pautas educativas que fecundan los aprendizajes de niñas y adultas. Parecería que el instinto materno solamente fuese una alegoría del amor que una madre puede sentir hacia sus hijos, que es una construcción sentimental y política engarzada en el deseo de hijo que una mujer puede llegar a construir.
La frase instinto materno resuena de manera importante, también imponente, en los discursos de quienes están convencidos de su existencia aun sin mencionarlo pública y verbalmente. Persiste como deseo y nostalgia humana del amor que siempre hemos necesitado de la propia madre.