¿Qué haría una persona si se encontrara con su doble? ¿Cómo reaccionaría frente a una versión distinta de sí mismo? Hay una extraña y ambiciosa novela que intenta responder esta cuestión: “Todos los vuelos tranquilos se parecen, pero cada vuelo turbulento lo es a su manera”. El 10 de marzo de 2021 un avión procedente de París aterriza en Nueva York, después de atravesar la tormenta del año. Tres meses más tarde, un avión idéntico, con los mismos pasajeros y la misma tripulación, vuelve a aterrizar en la misma ciudad. En La Anomalía (Seix Barral), ganadora del premio Goncourt 2020, el más prestigioso de la literatura francesa, Hervé Le Tellier, escritor y matemático miembro del grupo Oulipo –un taller de experimentación al que pertenecieron Raymond Queneau, Italo Calvino y Georges Perec-, indaga en el “desdoblamiento” del avión, con los mismos viajeros en dos momentos distintos, pero también explora los avatares de esos pasajeros duplicados a través de ocho personajes.

Le Tellier, miembro del Oulipo desde 1992, podría suscribir lo que postula uno de los personajes, porque el propio escritor francés tiene su doble en la novela: Victor Miesel, un autor cuyas ventas nunca han superado unos pocos miles de ejemplares. “El mundillo literario le parece un tren grotesco en el que unos listillos sin billete se cuelan descaradamente en primera, con la complicidad de unos revisores incompetentes, mientras en el andén se quedan los genios modestos (una especie en extinción a la que no se hace ilusiones de pertenecer)”. El éxito de La Anomalía, un best seller inesperado, anómalo -valga la redundancia-, ha impactado en Le Tellier, con una extensa obra que combina poesía, teatro, novela y relato, que hasta entonces era muy minoritaria. Como la mayoría de las obras literarias, más allá de su calidad. La visibilidad del premio Goncourt y el fenómeno en sí del tema y la trama de la novela disparó las ventas a un millón de ejemplares, una cifra inaudita que convirtió al libro de Le Tellier en el segundo más popular de la historia del Goncourt después de El amante, de Marguerite Duras.

“Queremos respuestas para todo lo que nos angustia, por insignificante que sea, y necesitamos encontrar la manera de pensar el mundo sin poner en entredicho nuestros valores, nuestras emociones, nuestras acciones”, reflexiona uno de los personajes de La Anomalía. “Un buen ejemplo es el cambio climático. Hacemos oídos sordos a lo que dicen los científicos. Generamos sin parar carbono virtual a partir de energías fósiles, ya sean virtuales o no, calentamos la atmósfera, ya sea virtual o no, y nuestra especie, ya sea virtual o no, se extinguirá tarde o temprano. Nada cambia. Los ricos confían, absurdamente, en salvarse ellos solos, mientras los demás se limitan a esperar”.

El escritor francés cuenta por Zoom que está escribiendo relatos cortos. “Sé que no voy a escribir una novela los próximos seis meses porque tengo muchas entrevistas y actividades en torno a La Anomalía, que se está traduciendo a cuarenta idiomas”, dice Le Tellier en la entrevista con Página/12. La idea de la novela surgió hace más de tres años. Entonces pensó la posibilidad de escribir un relato sobre el encuentro de un escritor con su doble; pero pronto le pareció que la idea era pobre y decidió que era mejor que la confrontación con el doble se abriera hacia otros personajes.

-¿Por qué el tema del doble sigue suscitando tanto interés?

-El doble es un tema tan antiguo como la identidad; desde que nos preguntamos acerca de la identidad queremos saber quiénes somos. En la filogénesis del cerebro, esta pregunta es la primera que se le hace al niño como al gato cuando está enfrente a un espejo: quién es el sí mismo. El gato puede dudar de quién está enfrente, pero el niño llega pronto a reconocerse a sí mismo. En la literatura, desde Narciso hasta el doble de Dostoievski o los cuentos de Borges, es un tema que está omnipresente. Yo me lo planteo de una forma distinta porque mis duplicaciones, mis clones, tienen la misma historia, los mismos sentimientos, pero con unos meses de diferencia; hay 106 días de diferencia; entonces tenemos una situación que es muy similar y muy distante porque podemos cambiar mucho en 106 días.

-¿Cómo reaccionaría como escritor si se encontrara con su doble? ¿Qué aspectos no podría negociar?

-Lo que no podría negociar es algo muy íntimo, el sentimiento hacia otra persona. La pregunta fundamental consiste en qué es lo que está en el universo que si lo pierdo con él se va una parte importante de mí. La intimidad es lo innegociable, pero también lo que tiene que ver con el sentimiento exclusivo. Se puede compartir un padre o una madre; se puede compartir un hijo o una hija. La pregunta está orientada más bien sobre la relación amorosa; es una cuestión de civilización. Tal vez en un mundo donde se planteara la cuestión de la propiedad de otra forma habría otras respuestas.

-Una de las hipótesis que aparece en la novela para explicar la duplicación es que los humanos somos una simulación informática de una civilización más desarrollada. ¿Simulación y ficción serían sinónimos?

-Sí, son dos sinónimos. La simulación plantea dos cuestiones: la virtualidad del mundo y la similaridad del mundo simulado en la novela. En La Anomalía me interesó exponer una situación que fuera vertiginosa tanto para los protagonistas como para los lectores. La novela plantea la pregunta sobre la realidad de un mundo que nosotros creemos que es biológico y material; no tenemos ningún censor que nos diga lo contrario. Yo retomo la hipótesis de Nick Bostrom, un filósofo sueco de la universidad de Oxford, que plantea tres posibilidades. Una de las posibilidades es que podríamos ser simulados, podríamos ser realidades virtuales que vivimos en un mundo virtual. Me interesaba ver cómo la existencia de los personajes se hace creciente a medida que avanzamos dentro de la ficción. La existencia de estos personajes es tan virtual como la existencia de amigos lejanos. Si un amigo se va al otro lado del Atlántico, tiene el mismo grado de existencia como Madame Bovary, si la acabamos de leer. Es una postura casi estoica; podemos tener amistad con los muertos, con gente que ha desaparecido; siguen siendo nuestros amigos y eso es algo absurdo. Pero también podemos tener relaciones con desconocidos, por ejemplo mi relación con Perec, que fue miembro del Oulipo, a quien no conocí personalmente. Sin embargo, Perec es mi amigo; cuando escucho su voz, siento emoción. Lo raro en este mundo es que no necesitamos que algo sea tangible para poder tener cierta sensibilidad.

-En la novela, Víctor Miesel se pregunta por qué escribir a la sombra de Perec. ¿La pregunta por escribir a la sombra de Perec se la hizo usted como escritor?

-Yo no escribí a la sombra de Perec porque lo descubrí después de haberme formado, a los 22, 23 años, y él se acababa de morir, en el 82. Lo descubrí cuando leí La vida instrucciones de uso. Yo me formé con Italo Calvino, con Borges, con Romain Gary y Boris Vian... Yo vivo poco a la sombra de Perec. No existe una idea más estúpida en literatura que tener miedo a las influencias; hay lecturas que generan una huella muy intensa, pero esas obras crean más bien un eco, algo más profundo que está dentro de nosotros, algo muy íntimo, una forma de la literatura que tenemos adentro sin haberla encontrado todavía en la realidad. Es más una cuestión de eco que de influencia. Pero al mismo tiempo sé que estoy mintiendo porque la imitación, el deseo de hacer lo mismo, tiene importancia. Cuando era niño, escribía cuentos imitando a otros autores... Me contradigo, pero lo asumo (risas).

-¿Qué ecos de Perec encuentra en su obra?

-Yo escribí una novela, Les amnésiques n’ont rien vécu d’inoubliable (Los amnésicos no han vivido nada que no sea olvidable) y tiene un guiño al libro de Perec, Je me souviens (Me acuerdo), que cuenta recuerdos colectivos de su época. En Perec siempre he admirado su capacidad de escribir novelas basándose en juegos de mesa como el ajedrez o el juego de damas. Siempre me ha gustado leer a Perec y aprendí a jugar el juego del Go. Lo que me gusta en Perec es su arte de la estructura.

-Hay un personaje en la novela que se pregunta para qué sirve saber y dice que siempre es preferible la oscuridad a la ciencia. Este planteo tiene resonancias incluso entre esa minoría de médicos que han negado la existencia de la pandemia, ¿no?

-La ciencia es superior a todas las oscuridades. Durante la pandemia se enfrentaron los científicos, pero es la lógica misma del paradigma científico. La ciencia es confrontación, es elaboración de protocolos, es validación o refutación de hipótesis. La oscuridad impone un pensamiento único; la diversidad dentro de la ciencia es algo normal y nos enseña a ser modestos y entender que la vacuna con ARN mensajero puede traer muchos beneficios en aspectos muy sorprendentes.

-En “La Anomalía” se recuerda un discurso de Albert Camus de 1945: “la humanidad se encuentra ante su última oportunidad”. ¿Hoy se podría decir exactamente lo mismo: que la pandemia está poniendo a la humanidad ante su última oportunidad?

-Yo creo que es exagerado decir que es la última oportunidad. Siempre hay oportunidades, aunque en algún momento llegará la última. Tal vez ahora no estemos tan lejos de esta última oportunidad por la sobrepoblación mundial, el consumo excesivo y el calentamiento global. Me parecía interesante retomar este discurso porque ya tiene 75 años y fue un discurso fundador de un escritor muy comprometido. Este discurso lo quise poner en la novela en boca de alguien como Emmanuel Macron, un personaje que está muy lejos de Camus. El discurso de Camus es magnífico y remonta a un momento en que la humanidad descubrió por primera vez que podría ser destruida.

-El hecho de que sea matemático, ¿incide en la forma en que organiza su escritura y construye sus novelas?

-Yo fui matemático y así como te podés olvidar de andar en bicicleta hoy en día puedo decir que soy un pésimo matemático. La Anomalía necesitaba un tipo de estructura y una coherencia fuertes; necesitaba validación científica porque trata temas científicos. Si no hubiera tenido una formación científica, matemática, de cualquier forma hubiera necesita crear la estructura que tiene la novela. Tal vez tengo una inclinación natural hacia relatos que evitan la fábula, el cuento de hadas, para acercarse más a principios materialistas. Pero la matemática no me fue de mucha ayuda en esta novela porque el relato es muy fluido y el sistema narrativo bastante sencillo.

-Cuando el Oulipo surgió, el contexto cultural respecto de las tecnologías era muy distinto al avance tecnológico de hoy. Entonces no había Internet, Zoom, redes sociales. ¿Qué significa experimentar en literatura en el siglo XXI con el nivel de tecnología que tenemos?

-Es una muy buena pregunta porque es verdad que la tecnología acelera la creación. Sin embargo, crear formas nuevas no significa construir cosas que vengan de Internet o de algoritmos. Internet permite jugar con los poemas de Raymond Queneau, con los Cent Mille Milliards de Poèmes, y habilita una escritura intuitiva a partir del principio de una frase. Por ejemplo, se puede simular un discurso de Donald Trump a partir de la frase “Corea del Norte tiene armas nucleares”... y el algoritmo escribe el resto del discurso en el estilo de Trump. Yo creo que la inteligencia artificial podrá escribir poemas que no se podrán discernir de poemas escritos por humanos. He visto un Tik Tok en que los espectadores no podían distinguir entre un poema escrito por una inteligencia artificial y un poema de Emily Dickinson. Lo cual también quería decir que los espectadores habían olvidado a Dickinson. Es difícil evaluar cuál es la contribución del ser humano a la creación literaria, fuera de la influencia informática. Yo creo que todavía es posible crear formas nuevas. En el Oulipo seguimos admitiendo a nuevos miembros jóvenes que saben manejar estas tecnologías y que todavía escriben textos que están muy lejos de poder ser emulados por una máquina. Aunque estoy seguro de que algún día las máquinas crearán cerebros simulados perfectamente por computadoras.

-¿Una inteligencia artificial podría reproducir la ironía que hay en “La Anomalía?

-Vi una película de Christopher Nolan, Interestelar, y la computadora de la nave es muy irónica hasta tal punto que lo cansa al astronauta y le pide reducir su nivel de humor al veinte por ciento. El humor es algo que se puede programar, aunque por ahora no se pueda.

 

Borges y Cortázar, las piernas del Oulipo

“Borges es un escritor de la enciclopedia que tiene un humor muy raro. La escritura de Borges es sabia y lúdica”, afirma Hervé Le Tellier (París, Francia, 21 de abril de 1957), escritor, matemático y crítico literario que ha colaborado en la prensa escrita en Le Monde y en radio France Culture, entre otros medios; también ha sido editor de los escritores Raymond Queneau y Georges Perec. “Borges está en mi panteón”, subraya el escritor francés y menciona que hace unos años escribió una pieza cómica de teatro que es un homenaje al autor de El Aleph, titulada Yo y François Mitterrand. “Los dos escritores más cercanos al Oulipo son Borges y Cortázar; sin duda son nuestras dos piernas latinoamericanas”, advierte el escritor francés, autor de la novela No hablemos más de amor (2009), la única que estaba traducida al castellano antes de La Anomalía. Y recuerda que el Oulipo tiene a dos escritores hispanoblantes entre sus miembros: el español Pablo Martín Sánchez (traductor de La Anomalía) y el argentino Eduardo Berti, “dos escritores a los que les auguro un gran futuro”, pronostica Le Tellier.