¿Sólo es cuestión de que empezó formalmente la campaña electoral? ¿O de que ésta, como tal vez ninguna, atravesará cualquier límite?
¿Cómo puede ser que se asentara, o buscase instalar, que el país vive una instancia dramática porque los rusos no cumplieron en tiempo y forma con el despacho de la segunda dosis de Sputnik V?
La segunda pregunta refuerza un tercer o primer interrogante, acerca de cuál es, por fuera de los núcleos duros, el peso de esas agitaciones tremendistas.
Justo el día en que se lograron los 40 millones de vacunas y con más de la mitad de los argentinos inoculados con al menos una dosis, a la oposición se le ocurrió que una carta de la asesora presidencial Cecilia Nicolini, al Fondo Ruso de Inversión Directa, es representativa de mareo, impotencia o, directamente, perfidia oficial.
Si se toca el extremo de atender estupidez semejante, puede contemplarse que el Gobierno debería cuidar mejor las filtraciones propias y circundantes.
Y hasta ahí.
En tiempo récord, inédito, la ciencia obtuvo vacunas para combatir un bicho terrible. Se suscitó, y continúa bien que ¿aminorada?, la guerra geopolítica de países centrales y laboratorios. Se hizo lo que se supo y pudo, en medio del desafío ecuménico de lograr dosis.
Argentina consiguió asistencia de un “maldito” con históricas credenciales científicas, al no haber forma de allegarse otras opciones. Hubo incumplimientos universales de compromisos establecidos. Y cuando una funcionaria no hace más que reclamar por lo contratado, le cargan al Gobierno haber admitido, a través de ella, que se equivocó o, peor, que nos jodió ex profeso.
Desmentido por la evidencia de que no hay peligros sustanciales, de que está en marcha la producción local, de que nadie quedará desprotegido, la muestra es alrededor de a qué está dispuesta la oposición. Y sus servicios, de prensa o a secas.
¿O alguien imagina que la publicación de ese correo pudo tener otra causa que la de interferir y perjudicar el arribo de dosis pendientes?
No se trata solamente de horadar al Gobierno, aun con herramientas ilegítimas. Es, derecho viejo, el intento de boicotear la lucha contra el virus.
Entonces, sí: bienvenidos al verdadero tenor de la campaña.
Si es por la presentación formal, los nombres y ubicaciones en las listas de precandidatos no provocaron sorpresas.
Hace ya unas semanas, colegas de medios oficialistas y opositores apuntaban exactamente las mismas especulaciones, trascendidos, seguridades, dudas, repartos, subidas, bajadas, zancadillas.
También rigieron los tradicionales comentarios cualunquistas, a la Violencia Rivas, en torno de que la dirigencia política (y más en específico la gubernamental) funciona en una órbita distinta a la del conjunto de “la gente”.
Como si cumplir con los plazos institucionales y presentarse a elecciones fuese el motivo de que no se arreglen los problemas perentorios. Como si el objetivo consistiera en arrojar las urnas por la borda en lugar de, justamente, aprovecharlas para (intentar) mantener o cambiar las cosas.
Dicho sea de paso, para quienes abrevan en esa lógica de destemplanzas en cola de cajero: cuando Casa Rosada intentó avanzar con el propósito de eliminar las primarias, en abril y en función pandémica, la oposición desató un escándalo. Y después armó otro al proponerse correr un mes las fechas previstas, hasta que se consensuó al cabo de largas negociaciones.
Cerrado el paréntesis, de ninguna manera hacían falta las concreciones nominales para ratificar lo estructural de aquello que está en juego.
Menos que menos se requiere de habilidades futuristas a fines de pronosticar renovadas intentonas de desestabilización cambiaria, entre otras delicias.
Ni en el decisivo territorio bonaerense, ni en la suma de las provincias, ni en Buenos Aires, hubo designaciones imprevistas. Podrá ser obvio, pero, de acuerdo al recurrente ensimismamiento periodístico que se consagró a si se colocaría a mengano o desplazaría a sutana, quizá no esté de más reiterarlo.
En el oficialismo se privilegió dar una muestra firme de unidad entre lo que --a las apuradas, no exentas de verdad o verosimilitud-- se denominan las patas cristinistas, albertistas, massistas, sindicales y sectoriales.
Sólo a quienes creen que la política es romanticismo descriptivo podría ocurrírseles que la precondición no era, es y será que el peronismo o panperonismo permanezca unido.
Los números electorales son arrolladores respecto de qué sucedió cuando se intentaron alternativas divisionistas.
Nada de eso significa que no haya tensiones internas, cuyo grado de complejidad, a veces, responde fielmente a la realidad; otras, más o menos; y en lo que sobra o prevalece, a operetas de la oposición, como la que quiso convertir un correo a los rusos en una encrucijada nacional.
Que existan diferencias de táctica entre los Fernández; Kirchner y Kicillof; La Cámpora y los movimientos sociales; los intendentes del conurbano y el gobernador; los gobernadores y los Fernández, no es igual a que se tiran platos por la cabeza, ni a que los diálogos están cortados o heridos de gravedad, ni a que todo eso no tuviera retorno.
Del lado de enfrente, analogía: ni que con la postulación de Facundo Manes los radicales hayan pegado un gritito de acá estoy y aunque sea clavame el visto; ni que los Pro manifiestos metieran el orgullo bonaerense de Vidal en renacida pertenencia porteña; ni que los cordobeses se bandeen en la apasionante disputa entre los chistes de Luis Juez y los recitados de Mario Negri, modifica que en esencia ideológica y política son indiferenciables.
De yapa, pero igual de elemental, los libertarios de la derecha sólo podrían ser un problema de votos restados a la derecha oficial, a negociar para las generales del 14 noviembre o más adelante. El trotskismo vuelve a concurrir dividido. Florencio Randazzo no cesa su militancia por reaparecer únicamente en los años impares, como señaló la exquisita ironía de Mario Wainfeld. Y más luego, también costumbrístico, hay platos voladores para todos los gustos.
Qué tanta vuelta. Nombre más o nombre menos, heridos menos o entronizados más, es invariable que se juega un modelo u otro.
Una tentativa de mayor inclusión social, con fuerte presencia del Estado por ahora dentro de los límites que permite la victoria neoliberal, o un retorno a lo que ya sabe por experiencia, certeza o intuición.
Por último y a propósito de diferencias vertebrales, que engloban a los cándidos capaces de dibujar distancias entre lo que sigue siendo la alianza entre cambiemitas Pro y cambiemitas radicales, sería un descuido inmenso no destacar la intervención de Silvia Sapag, senadora nacional neuquina, en el último pleno de la Cámara alta.
Sapag comenzó advirtiendo que el cambiemita Lousteau tiene 50 años, que chico no es, que desempeñó distintos cargos (incluido el ocupado durante el kirchnerismo, vamos) y que, por tanto, cabe inferir su conocimiento de lo que es la ambigüedad en el uso del lenguaje.
Quiero saber si el señor Lousteau compara lo incomparable y si su mira es disminuir la intencionalidad de la dictadura o mostrarnos tres veces peores que la dictadura, le dijo Sapag.
Quiero saber, le dijo Sapag, si los aviones que tiraban gente al mar son los mismos que traen vacunas.
Quiero saber si es lo mismo picanear penes, vaginas, llagas, y armar camastros metálicos para la tortura, que buscar y conseguir mayor disposición de camas en terapia intensiva, le dijo Sapag.
Quiero saber, le dijo Sapag, si quedarse con Papel Prensa a punta de pistola y tormentos es lo mismo que darles ATP (a los trabajadores) de Clarín y La Nación.
Quiero saber si desaparecer personas, violar presas, tener esclavas sexuales, es lo mismo que legislar por la identidad, el aborto o el cupo laboral transgénero, le dijo Sapag a Lousteau y a la conciencia de quienes puedan decir o pensar algo siquiera parecido a lo que expresó el cambiemita.
Y encima se lo dijo, nos lo dijo, tranquila. Sin alzar la voz. Sin ningún arrebato.
Lousteau, y sus compañeros de bancada, y el arco opositor completo, se quedaron mudos. Enteramente mudos.
No es necesario caer en psicologismos para percibir el derrumbe estupefacto de todos ellos.
Ante la consulta periodística, en su entorno, en el de Lousteau que sí es el mismo de quienes llaman a defender los valores de la República, remitieron a “no vamos a decir nada”.
Estuvieron bien, porque efectivamente no hay más nada que decir.