Sé que me interesa la letra A porque es una flecha que apunta al cielo.
Sé que un visitante es un espíritu encarnado que visita la tierra.
Sé que hay felicidad, pero que también hay dolor y que el dolor limpia el espíritu del visitante.
Sé que la canción es un arma para luchar para que el pasaje por la tierra no sea tan doloroso.
Sé que vivo en Paso del Rey por los colores de los amaneceres y atardeceres, y por el aire, que es aromático y puro. Que hay árboles frutales, calles de tierra y muchas aves.
Sé que ser padre es una entrega corporal completa, un ida y vuelta terrible, celestial, una relación no perecedera. Y que elaboro plegarias por el equilibrio entre los deseos y potencias de mi hija.
Sé que Don Juan dice que en el camino del guerrero los hijos son un agujero en la energía y que, por eso, los brujos no tienen hijos. Pero también sé que hay que ser brujos y padres al mismo tiempo.
Sé que todos somos el enviado.
Sé que el hoy tiene que ver con el ayer.
Sé que estoy contento de no haber sido terriblemente masivo durante el menemismo porque lo masivo era cómplice de la entrega.
Sé que no estoy acá para salvarme, que no puedo estar bien cuando la mitad de la gente está mal, que no puedo tener un Honda Civic si cuando salgo a la calle no sé de dónde va a venir el piedrazo.
Sé que no me gustan las elites ni ser un artista de culto.
Sé que soy contradictorio.
Sé que lo popular es un equilibrio.
Sé que las bandas de culto son las bandas que se drogan mucho y su público también.
Sé que el artista de culto por excelencia es Nick Cave.
Sé lo que es subir a un escenario después de estar seis horas tomando merca.
Sé que el objetivo de Don Cornelio era morirse.
Sé que Los Visitantes fue una banda de culto hasta el ‘94 y que si hubiéramos seguido drogándonos hubiéramos sido masivos.
Sé que el rock es muerte joven: Morrison, Hendrix, Janis Joplin, Keith Moon, Tanguito, Miguel Abuelo, Luca.
Sé que los que se matan están buscando algo.
Sé que la vida también tiene otras cosas.
Sé que quiero llegar a los 80 para escribir una novela. O a los 70.
Sé que escuché compulsiva, obsesiva y fanáticamente a los Beatles.
Sé que mi mamá me mandó a estudiar guitarra porque me escuchaba todo el día tocar el bombo.
Sé que desde el ‘81 milité en el PC, que en el ‘83 terminé la secundaria sin recibirme de técnico químico y ya entonces supe que me llevaba cuatro materias para siempre.
Sé que conozco todos los edificios y oficinas del micro y del macro centro porque trabajé de encuestador durante un año.
Sé que vendí comida casera con un amigo por Cabildo, y que mirábamos a las viejas de guita con ínfulas de pibes chorros y pensábamos: “Si agarramos a una, no laburamos por un año”.
Sé que cuando murió mi viejo, en 1990, trabajaba de lunes a sábados de 6 a 18 en una fábrica de Pompeya y que ganaba 250 pesos. Y que en el ‘92, cuando nos contrató Trípoli para grabar Salud Universal, trabajaba en una empresa de lentes franceses y mi jefe me dijo: “Pandolfo: lentes o música”.
Sé que con Andrés Calamaro conocí el submundo del reviente. Que tiene un corazón inmenso y una sensibilidad superior. Que por Espiritango compartí su época más sana en Madrid y que fue glorioso.
Sé que ahora tenemos 30 temas nuevos y que necesitamos discográfica.
Sé que hacer música rioplatense es asumir que estamos en guerra.
Sé que la política puede ser el arte de organizar el afecto y que lo más parecido son los piqueteros.
Sé que tuve un abuelo italiano anarquista al que no conocí.
Sé que las hortalizas se plantan con luna en cuarto menguante para que crezcan para atrás y con pocas hojas.
Sé que mientras tenga una guitarra criolla le voy a dar de comer a mi hija.
Este texto fue publicado en Radar el domingo 11 de mayo de 2003.
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