Las pestes producen su propia racionalidad. Fuimos arrojados a las pantallas, sin mediaciones. De repente, comprendimos que éramos frágiles y vulnerables ¿Cómo relacionarnos con lo familiar cuando nos habían convencido de que la vida estaba afuera? Intercambiando de manera maníaca WhatsApp, mirando un video en YouTube, buscando la foto adecuada para subir a nuestra historia en Facebook que solo durará veinticuatro horas. Son cinco minutos, pero la vida ya no es eterna y todo termina volviéndose paisaje. Oscilamos entre la inmediatez y el llame ya.
Un artículo de hace unos meses en El País de España dice: “Las tecnológicas agigantan su dominio en plena pandemia. Apple, Amazon o Microsoft emergen como grandes beneficiadas del cambio de hábitos durante el confinamiento. Y, al referirse a Elon Musk, el cuarto hombre más rico del mundo, la nota agrega: “Por delante solo tiene a Jeff Bezos (Amazon), Bill Gates (Microsoft) y Mark Zuckerberg (Facebook): un póker de magnates tecnológicos que juntos suman casi 500.000 millones de dólares”.
Hoy, las plataformas se colocan como un sistema de producción global, extrayendo permanentemente los datos que producimos en los espacios digitales. Pero ¿qué es lo que les venden estos gigantes digitales a sus anunciantes? El conocimiento de la subjetividad de usuarias y usuarios. Porque una dimensión del problema es la convivencia y a veces los conflictos que se producen en el pasaje de la comunicación broadcasting propia de los medios masivos (que generaba una relación punto – masa) a la comunicación digital en redes (que genera una relación punto – punto) pero otra -que queda invisibilizada- son los efectos que suponen la eliminación de la distancia entre emisor y receptor, entre oferta y demanda.
Para Freud, “el amor y el odio conviven en nuestros pechos al mismo tiempo”. Y esas tensiones no se resuelven dialécticamente entre las pulsiones de vida y de muerte. Sin ilusión de porvenir en amplias franjas etarias, en medio de la pandemia, el neoliberalismo elabora su estrategia de movilización constante de emociones racistas, xenófobas y discriminatorias, que interpelan de forma desigual a importantes sectores sociales. Primero lo hacen en las redes y, luego, en la tele, instalando una narrativa de odio y desencanto.
El racionalismo de la modernidad y, sobre todo, el desplazamiento de la religiosidad – más allá de cómo se configure- por el dios ciencia no pudieron evitar que -desde lo no dicho- creciera el territorio de las emociones. Las redes retroalimentan ese fenómeno y, a través de metáforas y metonimias, lo reinscribe en su estrategia de odio y ruptura del lazo social.
Es posible que ese ejercicio no tenga una consecuencia lineal en los modos en que se formula el voto. Pero acerca de lo que no hay duda es que si no salimos de esta encrucijada global no solo la agenda sino las preguntas que nos haremos estarán encuadradas por lo que habilita o desecha el mundo digital. Cada época tiene su modo comunicacional predominante y las transiciones dejan desórdenes y restos que no siempre son rescatados en tiempo y forma. Por otra parte, la pandemia también trajo una revalorización del Estado y el interés por lo público. Ellos son quizás -a nivel macro- buenos ordenadores para establecer una reconfiguración de los escenarios. Hay que dejar de lado la fantasía de que el buscador de Google fue el resultado de emprendedores que se juntaron en un garaje. Cuando la verdad es que fue un proyecto financiado por la National Science Foundation, incluso podríamos decir lo mismo de Silicón Vallery que –al menos en sus inicios- fue una iniciativa de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de los Estados Unidos, más conocida por su acrónimo DARPA.
Entonces, ¿qué hacemos con las banderas en un contexto donde además de la pandemia el macrismo logró instalar una matriz anti política que, en lo subjetivo, les habla a muchas de nuestras certezas? Es necesario encontrar significantes que ordenen el tablero nuevamente. Hay que salir a buscar a los desamparados, los resentidos, los nostálgicos, los que susurran, incluso a aquellos que ya no tienen ninguna expectativa. Alojar al otro es eso. Si queremos terminar con la grieta del odio, hay que darles voz y visibilizar los dolores que produjo esta catástrofe. No podemos responder al uno a uno que nos propone permanentemente la derecha solamente con protocolos o los datos sobre la cantidad de vacunas recibidas. Me viene a la memoria un párrafo del poema escrito en abril del ´73 por Paco Urondo, desde la cárcel de Villa Devoto: “Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja “.
* Psicólogo. Magister
en Planificación de Procesos Comunicacionales.