Hay noticias que no te las crees. Las volvés a leer. Las repasás. Las cuestionás. No puede ser. Es imposible. Se las han inventado. Esta no. Esta es real. De piel y huesos. Shoji Morimoto, licenciado en física de 37 años, se alquila por horas en los juegos olímpicos por no hacer nada, solo compañía. Renueva su actividad después de que en 2018 se anunciara en twitter y en el diario nipón Mainichi Schimbun con un poderoso aviso clasificado. Literal: “Alquilo una persona que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Solo debes pagar 100.000 yenes (85 dólares), gastos de transporte, comida y bebida. No hago nada, solo compañía”, publicó.
Con la soledad como abismo emocional de nuestro tiempo, se encontró de inmediato con un aluvión de ofertas de trabajo. Clientes recelosos de ir solos al hospital, al cine, al dentista, a la compra; de asistir a un recital de música, a un partido de su equipo favorito. Pidió una excedencia en su trabajo, y se volcó de lleno. Prepara un libro con sus experiencias, algunas de ellas de una excentricidad extravagante. Como cuando fue contratado como falso espontáneo jubiloso por un maratonista de espíritu endeble necesitado de ser arropado durante el transcurso de la carrera. O cuando se convirtió en parte de un gran “bulto” humano, muy emotivo, en la despedida de una “amigo” imaginario en una estación de tren.
Sus redes sociales no descansan, y no dejan de crecer. Hace unas semanas se ha vuelto a promocionar: “Alquilo compañía para los Juegos Olímpicos. Sin restricciones de horario. No hago nada. Gastos de transportes, comida y bebida gratis. Solo compañía”. Uno se imagina a Marimoto escuchando con serena calma las observaciones olímpicas de una anciana apacible mientras saborea plácidamente una taza de té templado frente al televisor. O desentrañando las normas ocultas de los deportes incluidos por primera vez en los Juegos -el skateboarding, el surf, la escalada y el sofbol- a un viudo nostálgico perdido en realidades paralelas y necesitado de afecto a borbotones.
La soledad dibuja fronteras invisibles. Formas de vida huérfanas, de orfandades infinitas. A veces, simplemente, uno no puede con la vida. Por eso Japón acaba de crear un Ministerio de la Soledad, y el Reino Unido una Secretaría de Estado para la Soledad. Luces y sombras de lo que somos. De la necesidad de cobijo, del derecho a la fragilidad. En este mundo descarnado, vigilado, examinado, espiado, adoctrinado, controlado e hipercomunicado, nos dirigimos como ciegos ambulantes hacia la dantesca neurosis de la soledad impositiva. Esa soledad profunda que aglutina, desapacible, todos los dolores de la humanidad.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón Mundial Tokio 1979.