En el mismo día en que se cumplieron 52 años del primer alunizaje, Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo y dueño de Amazon, viajó al espacio en un cohete que despegó de Texas, salió de la atmósfera y se remontó a la estratósfera como una fantasía menemista. La precoz aventura duró poco: sólo once minutos. “Gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon: ¡ustedes han pagado por esto!”, dijo en su conferencia de prensa tras haber aterrizado. Todavía no se había sacado el traje de astronauta, pero se había calzado un sombrero de cowboy. ¿Quiénes son las personas que permitieron que él vea al mundo desde arriba?
Según una investigación de Strategic Organization, una coalición de sindicatos de trabajadores, la empresa de Bezos es uno de los lugares más peligrosos física y mentalmente para trabajar. Sus empleadxs, que cobran sueldos mínimos sin beneficios ni derechos laborales, denunciaron que muchxs de ellos viven en vehículos, porque no tienen dinero para pagar un alquiler, y han alertado que, entre otras formas de maltrato y humillación, algunos han tenido que hacer pis en botellas de plástico porque no tienen permiso para ir al baño. Son monitoreados por cámaras e inteligencias artificiales que no descansan, y si algunx no cumple su cuota, no habrá un superior que lo despida: una app se encarga de eso. Él, por otro lado, hace en un minuto más dinero de lo que un trabajador promedio de EEUU hace un un año: casi 41 mil dólares, según fuentes de Business Insider.
Nomadland, la película que ganó el Oscar este año, registra algo de esta situación y expone la feminización de la pobreza impulsada, en parte, por estas dinámicas laborales. El film retrata la pobreza y la degradación de la vida de lxs trabajadores golondrina en EEUU: gente mayor que no puede acceder a una jubilación básica y que viaja alrededor del país en camionetas y trailers, como nómades modernos, persiguiendo trabajos eventuales y precarios para sobrevivir. La mayoría son mujeres que agotan sus últimas energías vitales en trabajos estacionales. Acarrean bolsas de papas, limpian baños en parques turísticos, hacen hamburguesas, empaquetan cajas de Amazon.
Fern, la protagonista, comienza su travesía en la “América Profunda” después de haber terminado su contrato temporal en un depósito de Amazon. Come comida calentada en un anafe, duerme con camperas y hace pis en un balde. La plata de la jubilación, sola, no le alcanza ni para sostener eso. Cuesta no empatizar con Fern, que lleva en el camino el recuerdo pesado de su marido, que murió en un accidente laboral. El frío en sus manos, el humo que sale de su respiración, sus cenas de caldos enlatados, su búsqueda de algunos momentos de disfrute, a pesar de todo, como forma de ejercer la dignidad, son cuotas de desolación que atraviesan la pantalla.
Era difícil que esta película no haya gandado el Oscar. Sin embargo, el viaje de Jeff Bezos, que es uno de los el villanos tácito de esta historia, fue aplaudido por millones de personas alrededor del mundo, sobre todo, en su país. Este fenómeno es, posiblemente, una radiografía de un Estados Unidos cada vez más polarizado tras el mandato trumpista. Es posible, de esta forma, que los votantes de Trump hayan encontrado en Bezos una nueva figura heroica y aspiracional con la cual identificarse: un multimillonario que encarna el mito de los líderes del post capitalismo, visionarios que empezaron en una oficina comida por los piojos para elevarse al estátus de semidioses todopoderosos que, realmente, sobrevuelan la Tierra. Hombres blancos que ven la intervención estatal como un palo en la rueda que frena el progreso (su progreso) y la innovación y por eso lo rechazan y alientan su desmantelamiento, incluso, posicionándose como una fuerza paraestatal.
Pero Jeff Bezos va un paso más allá. El lema de Blue Origin, su firma espacial, es “Millones de personas que viven y trabajan en el espacio en beneficio de la Tierra”. “Estoy haciendo esto porque creo que si no lo hacemos, eventualmente terminaremos en una civilización estancada, lo cual encuentro muy desmoralizante”, dijo en una entrevista en 2018 a Business Insider. “El sistema solar puede soportar fácilmente un billón de seres humanos. Si tuviéramos un billón de humanos, tendríamos mil Einsteins y mil Mozarts”. "Por cierto, creo que trasladaremos toda la industria pesada fuera de la Tierra, que se dividirá en zonas residenciales y de industria ligera. Básicamente será un planeta muy hermoso”, predijo. Pero no dijo para quién.
Su cohete también tiene tintes mesiánicos: es el New Shepard, nombre que homenajea al astronauta Alan Shepard, pero también significa “Nuevo Pastor”. La nave se elevó desde la “América Profunda”, la ciudad de Van Horn, Texas, una ciudad fronteriza en la que el 29% de la gente vive por debajo de la línea de la pobreza. "El viaje al espacio de Jeff Bezos costó 2,5 millones de dólares por minuto. Ojalá lo inspire a pagar una tasa de impuestos justa para que podamos financiar soluciones aquí en la tierra”, tuiteó ese día @Womensmarch.
Nomadland, como ya dijimos, fue una de las películas más comentadas por mostrar, justamente, cómo tantas adultas en edad de jubilarse pasan sus últimos años de vida viviendo en caravanas detrás de los depósitos de Amazon, en un loop infinito que las lleva de ciudad en ciudad hasta morirse desgastadas. En una escena, uno de esos trabajadores le dice a Fern, frente a una fogata en medio del desierto, que el sistema los usa, a ellos, como caballos: los hace tirar de un carro durante años, hasta que no pueden más y ahí los abandonan a su suerte. Ellos son la casta de los descartables, que muren en accidentes laborales y al día siguiente ya hay una fila de otros queriendo reemplazarlos; lxs viejxs que van quedando en el camino y no hay nadie que los reclame. Ellos son quienes hacen que Bezos pueda jugar a ser un cowboy espacial.
Como dice Mark Fisher, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Si para Jeff en un futuro, entre billones de seres humanos viviendo en el espacio, tal vez aparezca algún que otro Motzart, dos o tres Ensteins que hagan que su fantasía valga la pena, ¿quiénes serán los otrxs? ¿Quiénes serán las billones de mujeres desechables que lo harán posible? ¿Vivirán, trambién, en trailers? ¿O en los restos que queden de la Tierra? ¿Podemos pensar otro mundo posible donde la feminización de la pobreza no sea la combustión que permite a los multimillonarios elevarse por los aires?