A partir de la mención periodística respecto a que Cristina Fernández de Kirchner estaba leyendo a Marcelo Diamand, volvió a surgir entre economistas el debate respecto a si su pensamiento se encuentra vigente o por el contrario se trata de un enfoque perimido.
Marcelo Diamand nació el 19 de septiembre de 1929 en Polonia. En 1946 llegó a Buenos Aires, junto a su familia, escapando de las penurias de la guerra. Al poco tiempo su padre logra consolidarse en la industria electrónica local como productor de radios. Mientras tanto, Marcelo termina sus estudios secundarios en dos años para luego recibirse en la universidad de ingeniero industrial.
Una vez finalizados sus estudios, se dedicó de lleno a integrar la industria familiar, donde desarrollan las radios Tonomac y, de esta forma, logran consolidarse como una mediana empresa con importante prestigio local y que incluso llegó a exportar a varios países de Latinoamérica. Diamand falleció el 20 de junio de 2007 habiendo dejado un profundo legado en la historia del pensamiento económico nacional.
Fue desde su lugar de empresario industrialista y preocupado por los avatares económicos que su empresa debía atravesar, que Diamand comienza a estudiar economía como autodidacta. Una vez inmiscuido en los temas económicos encuentra que las principales corrientes de pensamiento económico no tienen relación alguna con la realidad económica que se desplegaba en el país. En especial la ortodoxia neoclásica, a la que encontraba como aplicable en muy pocos casos y sólo en economías capitalistas desarrolladas.
Por eso comienza a desarrollar un esquema de pensamiento económico basado en la realidad de América latina, pero fundamentalmente en el contexto económico y social de la Argentina.
Teoría y realidad
Como el propio autor explicitara, esta disociación entre la teoría y la realidad se debe a que las naciones periféricas, así como importan modas, tecnologías y hábitos de consumo, importan también ideas. Y como es claro, estas ideas provienen de los países más adelantados de forma que poco tendrán que ver con los problemas que enfrentan los países exportadores primarios en proceso de industrialización.
El mayor problema, según Diamand, radica en que estas teorías ajenas a la realidad nacional eran abrazadas con tesón por la clase dirigente. Tales posturas desembocaron una y otra vez en políticas económicas que, invariablemente, fracasaron en su supuesto objetivo de desarrollar la economía argentina.
Diamand, desde su rol de industrialista pero fundamentalmente desde su lugar de dirigente sectorial, desarrolla un sólido modelo económico a partir de los problemas que enfrentaba el país. Desde dicha perspectiva, Diamand identifica un problema que afecta a la totalidad de los países subindustrializados, cuyas exportaciones y relaciones con el mercado mundial, se cimientan a partir de la exportación de productos primarios.
Estos países al intentar abordar el proceso industrializador, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, encuentran restringida esta posibilidad debido a la estructura productiva desequilibrada que los caracteriza.
Dos sectores
El rasgo distintivo que define a estas economías es que constan de dos sectores con niveles de precios diferentes: el sector primario, que trabaja a precios internacionales (en el caso argentino, el sector agropecuario), y el sector industrial, que trabaja a un nivel de costos y precios considerablemente superior al internacional. Esto se debe, a los distintos grados de productividad relativa con que operan estos dos sectores.
A partir de las distintas características de cada sector, el tipo de cambio se establece sobre la base del estrato de alta productividad a nivel internacional, resultando el mismo inadecuado para el desarrollo del entramado manufacturero, dado que los precios industriales, expresados al tipo de cambio establecido por el sector primario, resultan superiores a los internacionales.
Esta configuración peculiar, da lugar a un modelo económico, caracterizado por la crónica limitación que ejerce sobre el crecimiento económico el sector externo. En donde el crecimiento de la economía (en particular el industrial) requiere cantidades crecientes de divisas, mientras que el alto nivel de precios industriales que caracteriza a la estructura productiva desequilibrada dificulta que la industria exporte en cantidades suficientes.
De este modo, a diferencia de lo que sucede en los países desarrollados, en los que la industria autofinancia las necesidades de divisas que plantea su desarrollo, el sector industrial argentino no contribuye a la obtención de las divisas que necesita para su crecimiento.
De esta forma, la provisión de divisas queda a cargo de un sector agropecuario con grandes ventajas competitivas pero que encuentra restringida la magnitud de su aporte debido a las limitaciones existentes respecto al incremento de su producción. Lo que provoca una divergencia entre el crecimiento del sector industrial consumidor neto de divisas, y la provisión de éstas a cargo del sector agropecuario de crecimiento mucho más lento.
Esta desarticulación es, en última instancia, la causante de la crisis de balanza de pagos en Argentina y constituye la principal limitante para el crecimiento.
Estructura productiva desesquilibrada
Como consecuencia de esta estructura productiva desequilibrada, que se manifiesta en primera instancia a partir de la escasez de divisas y que luego desencadena procesos recesivos a partir de las consecuentes devaluaciones, se pierden espacios de rentabilidad y se trunca la posibilidad de generar ámbitos de inversión y la consiguiente formación de nuevos puestos de empleo en sectores distintos a los primarios, de forma sostenida.
De tal modo, se frustra la formación de una estructura económica diversificada, integrada, dinámica y compleja, la cual resulta esencial para generar procesos amplios de acumulación de capital y tecnología, generando así empleos de mayores salarios.
Frente a este desarrollo acuñado por Diamand, suelen presentarse dos tipos de críticas. La primera, proveniente desde la ortodoxia económica, gira en torno al concepto de ventajas comparativas, según el cual cada país debe especializarse en la producción de aquello en lo que sea más eficiente, en tanto que debe importar el resto de los productos en los cuales posea una menor competitividad en términos de producción.
Desde esta perspectiva se sostiene básicamente que no es necesario que un país se industrialice para alcanzar el desarrollo económico y que no hace falta ninguna planificación ni intervención con tal fin, sino que resulta suficiente dejar que las fuerzas de mercado actúen libremente especializándose en aquellos sectores de mayores ventajas competitivas.
Ignora que el desarrollo histórico del capitalismo ha tenido lugar en los países centrales a partir del crecimiento de la gran industria y la consiguiente constitución de sistemas industriales nacionales integrados.
La introducción de la maquinaria ha permitido la aplicación de la ciencia al producto general del desarrollo social. Es decir, al proceso inmediato de producción potenciando el valor generado por los trabajadores.
De esta forma, los países desarrollados obtuvieron sus posiciones de privilegio sobre una base de recetas que van a contramano del credo liberal, ya que para desarrollar sus esquemas productivos apelaron a esquemas proteccionistas y de subsidios, discriminaron la inversión extranjera, crearon empresas estatales, fomentaron la educación y el desarrollo científico para potenciar el crecimiento industrial y favorecer la generación de valor.
Este fenómeno puede verificarse hoy al observar que los principales productos de exportación de los países desarrollados son manufacturas de origen industrial, en tanto que los países subdesarrollados exportan mayoritariamente productos de origen primario.
Globalización y financiarización
La segunda crítica que suele presentarse frecuentemente al desarrollo teórico de Diamand es compartida tanto por la ortodoxia económica como también por distintos sectores de la heterodoxia. Aquí lo que se sostiene es que la propuesta resulta obsoleta dado los cambios sufridos por la economía mundial en las últimas décadas, fundamentalmente a partir de las experiencias de la globalización, la financiarización y la expansión del sector de servicios en el producto global.
Respecto a este último punto, el incremento del peso de los servicios en la economía no altera la estructura propuesta, ya que en última instancia el sector puede ser comprendido como un apéndice del sector industrial en el modelo de Diamand en tanto consumidor de divisas y en tanto a su dificultad para competir internacionalmente (en el caso de los transables) sin el debido apoyo de las políticas económicas correspondientes.
Luego, si bien es cierto que el avance de la globalización y la financiarización ha sumado aristas al problema de la estructura productiva desequilibrada, el núcleo de este andamiaje teórico se encuentra absolutamente vigente.
En el caso de la globalización en general, este proceso dificulta aún más la administración del comercio exterior agravando la problemática señalada. Luego, en relación a la financiarización es el propio Diamand el que explica cómo el movimiento de capitales financieros agudiza la restricción externa.
Incremento de la deuda externa
Se encuentra entre sus escritos claramente explicado como suele recurrirse al crédito externo para compensar lo que se considera un problema episódico de presunta falta de ahorro interno. Sin embargo, esta estrategia resulta apenas un paliativo transitorio, ya que a largo plazo generan intereses que se deben pagar en moneda extranjera. Y como estos capitales foráneos ingresan al país no se invierten en rubros productores de divisas, sino que se usan para tapar el déficit en la balanza de pagos a través de la especulación de corto plazo en instrumentos financieros, el desequilibrio no se resuelve.
Al contrario, se agrava, ya que al problema inicial se agrega un nuevo escollo y emerge una estructura acumulativa de endeudamiento. Para pagar los intereses hay que adquirir nueva deuda en dólares y que crece cada vez más.
La cuestión se complejiza aún más, ya que para atraer capitales desde el exterior, se elevan las tasas de interés garantizando rendimientos superiores a los vigentes a nivel internacional tendiéndose complementariamente a generar un retraso progresivo del tipo de cambio, para hacer más atractivo así el endeudamiento en dólares.
Frente a esto, algunos inversores comienzan a asumir la insustentabilidad del proceso y empiezan a fugar sus capitales. De esta forma, al desequilibrio externo original, se le adicionan los intereses de la deuda, mayor nivel de importaciones por el atraso cambiario y la fuga de capitales lo cual exacerba inexorablemente la crisis de balanza de pagos.
Finalmente, cuando la bicicleta financiera explota, y el proceso de endeudamiento alcanza su paroxismo, el país queda con su desequilibrio anterior, con la fuga de capitales y con la deuda acumulada a sus intereses. A partir de aquí, la ortodoxia económica impulsa entonces, una gran devaluación la cual se supone según este marco teórico debería estimular las exportaciones y la sustitución de importaciones.
Sin embargo, en la práctica esas devaluaciones impulsan al alza los precios agropecuarios y elevan los precios de los productos importados, incrementando el costo de vida y transfiriendo ingresos desde los asalariados y desde la industria hacia el sector exportador, generando además, un magro resultado respecto a la generación de divisas.
El costo de una fuerte devaluación
Esta propuesta de la solución devaluatoria se basa en la estructura productiva de los países industriales. Dado que en todos ellos el sector industrial exporta, la devaluación, al hacer más competitiva una amplia gama de productos industriales, provoca automáticamente el incremento de exportaciones de esos productos.
Por otra parte, las importaciones en una gran proporción no son esenciales para el funcionamiento de la economía y se efectúan por razones de precio. Por lo tanto, el encarecimiento de los productos importados que trae la devaluación lleva a que muchos de ellos sean sustituidos por la producción nacional.
Pero en Argentina el precio de los productos industriales está demasiado alejado del nivel internacional para que una devaluación provoque un aumento importante de las exportaciones de manufacturas.
Las limitaciones de oferta y los eventuales problemas de demanda de las exportaciones agropecuarias hacen que éstas, por lo menos a corto y mediano plazo, respondan poco al tipo de cambio. Finalmente las importaciones o son esenciales o se producen al amparo de lagunas en el régimen de protección y el margen de sustitución que logra la devaluación es pequeño.
El equilibrio externo se restablece, pero por un mecanismo totalmente diferente al que supone la teoría. La elevación del tipo de cambio produce el aumento de costo de todos los productos importados, que se propaga a los precios. Al mismo tiempo, el aumento de precio que recibe en moneda nacional el exportador de productos agropecuarios provoca por arrastre el aumento de los mismos productos en el mercado interno, lo que se traduce en el alza de precios de los alimentos.
Se desencadena así un tipo muy especial de proceso inflacionario. La elevación de costos y precios causada por la devaluación provoca un complejo mecanismo de transferencia de ingresos a favor del sector agropecuario a costa de la reducción del salario real, y además, cuando la cantidad de dinero no aumenta en proporción a los costos, provoca iliquidez monetaria.
Recesión y tipos de cambio
La consecuente disminución de la demanda desencadena una recesión y la caída de actividades. Los gastos estatales se adelantan a las recaudaciones a causa del aumento de precios. Además, la capacidad contributiva se reduce debido a la recesión. De esta forma, el mecanismo que logra estabilizar las cuentas externas no radica en la mayor competitividad vía precios por la devaluación, sino que es por el contrario una profunda caída de la actividad económica la que derrumba las importaciones y equilibra la balanza comercial.
Frente a esta estructura productiva, el propio Diamand sugería, para superar estos desequilibrios, una política económica con tipos de cambio diferenciados para favorecer estructuralmente las exportaciones de productos industriales. Lo esencial resulta evitar que estos incentivos se diluyan gradualmente a través de una política de cambio estable frente a los costos internos crecientes.
La realidad económica argentina exige para la construcción del sendero hacia el desarrollo, la diversificación del entramado productivo y su integración con un mayor componente de valor agregado nacional, con el objetivo de superar la recurrente restricción externa. Para ello, como se desprende de los textos de Diamand, resulta indispensable la planificación de largo plazo, la administración del comercio exterior, del mercado cambiario y financiero.
De esta forma, sí es cierto que la actual vicepresidenta se encuentra revisando los textos de Diamand, resulta una excelente noticia ya que identificar la estructura productiva desequilibrada como el desencadenante de las recurrentes restricciones económicas, no solo es esclarecedor en términos de la comprensión de la problemática vigente, sino que, además, permite vislumbrar el comienzo del camino que el país debe transitar para alcanzar el desarrollo económico.
* Economista UBA.
@caramelo_pablo