Una medalla de bronce en unos Juegos que se anticipan flacos de posibles podios, vale oro. Cotiza en la Bolsa de Metales de Londres, su equivalente a Wall Street. Al rugby interpelado en los últimos años por sus violencias extradeportivas lo oxigena. Al deporte nacional le da impulso para creer –aunque será complicado– que puede aumentar su cosecha en Tokio. También reafirma el valor de los deportes por equipos en la Argentina. Un producto genuino de nuestros clubes, sociedades civiles sin fines de lucro más allá de sus diferencias de clase. Hace casi un siglo el polo señaló el camino con dos medallas doradas en los lejanos JJOO de 1924 y 1936. Después siguieron el voley, básquet, fútbol, hockey femenino y masculino y ahora la modalidad del Seven. Las Leonas ganaron cuatro consecutivas (dos de plata y dos de bronce). Una marca que ninguna de nuestras selecciones alcanzó hasta hoy.
Ese espejo donde intentamos vernos bien, no disimula nuestro déficit histórico: los podios aislados de atletas solitarios –salvo las excepciones del boxeo y el yachting–, que ganaron su medalla olímpica. Un dato lo confirma. De las 75 logradas hasta 2021 en todos los JJOO, 24 –casi un tercio– se las colgaron boxeadores al cuello. Pero 23 de ellas se consiguieron hasta 1968. En los últimos 53 años solo Pablo Chacón ganó una de bronce en 1996.
La escasez de medallas se volvió más visible desde que el país deportivo sumó sus últimos éxitos en atletismo con Delfo Cabrera y Noemí Simonetto en Londres 48 y Reinaldo Gorno en Helsinki 52. Es una de las dos disciplinas que otorga más medallas en los Juegos. La natación es la otra. En 1936 Jeanette Campbell ganó la de plata y en Atenas 2004 Georgina Bardach la de bronce. Las piletas se secaron después de ellas.
Si ubicamos en un contexto generoso a la Argentina –en el medallero histórico de Latinoamérica– se aferra todavía al tercer puesto. Muy lejos de Cuba y Brasil y cada vez más cerca de México, el cuarto. La isla asediada por el bloqueo de Estados Unidos que lleva seis décadas, obtuvo 73 medallas –de sus 227– solo en boxeo. Casi la misma cantidad que Argentina contadas todas sus disciplinas olímpicas.
En este tipo de comparaciones estadísticas es donde el bronce de Los Pumas toma relieve. Cada medalla ganada por la Argentina está acuñada por el esfuerzo, la destreza y la garra de sus atletas. El Estado los acompañó en cada ciclo olímpico con mayores, menores o escuálidos respaldos. Los gobiernos peronistas –activos en políticas públicas de apoyo al deporte– coincidieron con las mejores cosechas de medallas desde Londres 48 (siete) a la fecha. Las seis de Atenas 2004 y la media docena de Beijing 2008 son las que más se acercan a aquella cifra en 60 años.
Los desempeños del país en los JJOO tras los golpes de Estado de 1955 y 1976 son la expresión opuesta. El primero proscribió a los deportistas peronistas –a muchos se les impidió viajar a Melbourne ’56– y la dictadura genocida de Videla desapareció a 220. En los Juegos de Montreal 76 realizados casi cuatro meses después de que el régimen bendecido por la Iglesia tomara el poder, la Argentina no figuró en el medallero. No sumó ni una de latón. Nada es casualidad. En cada cita olímpica siempre se notó con nitidez esa dualidad de la política.