¿Cuántas cosas representa Marcelo Tinelli comiéndose dos alfajores juntos? Es su boca, abierta a lo Guasón, pegada a un micrófono, el símbolo de una manera de estar en la tele, y su imagen la de quien tuvo el poder de marcar una agenda mediática que generó miles de pesos, programas mellizos, enemigos y satélites, figuras, escándalos y momentos emblemáticos, como el de un presidente confundiéndose la salida del estudio o una banda de rock rompiendo los instrumentos en vivo.
En 1990, fue él quien empezó a charlotear al aire mientras comentaba deporte, después a describir bloopers (e instalar esta palabra en nuestro diccionario “vivo”) con sus amigotes fuera de cámara y a arengar a que le festejen los chistes aunque sean básicos o "graciosos" a costa de la desesperación de otrxs.
El inventó esa manera, la ramificó hasta el cansancio, fundó su propia productora para independizarse de los canales de televisión (y facturar sus PNT directamente) e hizo de la burla una respiración que incluía varios espasmos nerviosos, pero siempre la seguridad de que el público, del otro lado, acompañaba el delirio de reírse a esa hora en que los platos ya están lavados y solo queda relajarse para descansar. Tinelli es el que te prende fuego la casa pero después te regala otra, solo por el placer de ver tus cambios de emoción. Pero algo de ese humor ya no tiene resonancias en el público: esta semana, Showmatch midió 7,2 puntos de rating, un número muy por debajo de las que el dueño del "Buenas noches América" está acostumbrado.
Videomatch, Ritmo de la Noche, Bailando por un sueño en todos sus formatos (Patinando, Cantando)... Tinelli no puede resumirse en una imagen y es, a la vez, esa sola imagen del chabón con el micrófono enfrente y voces y risas que lo alientan a ir un poco más allá. Siempre absorto, con un aire extrañado, distraído, como si se enterara en vivo de todo lo que su equipo estuvo haciendo durante el día. El con Xuxa, con Menem, con un niño o niña en el regazo, poniendo a prueba los nervios de quien se le cruza, pegándole al dinosaurio Bernardo, hablándole a un perro y logrando que el perro haga lo que él quiere, un símbolo de los ´90 pero también la supervivencia de esa manera, con el yeite de cambiarle levemente la cáscara pero replicando el procedimiento: jaja a la diferencia, a lo que está fuera de la norma, baba por los cuerpos hegemónicos de mujeres y envidia por los lomos de los varones, lealtad de fierro con el equipo y los de afuera son de palo. Tinelli es él mismo y su propia banalización, es su máquina de engendrar dinero y quien, después de una larga agonía, la destruye por repetición y por hartazgo.
El 18 de mayo de este año volvió a la pantalla con su show de estrellas bailando, ya no por un sueño sino para “aprender” a hacerlo, esa es la excusa, y su mal humor es tan evidente que escala, cada noche, para destrabar nuevos niveles de patetismo. Del corte de polleras a posar con el cartel de Ni Una Menos, en tres décadas Tinelli coqueteó con lo políticamente correcto, la diversidad sexual y corporal, haciéndose el canchero, el inclusivo y el moderno (el buen padre con los tatuajes) y alimentó su propia carrera como dirigente deportivo y candidato a fuerza de la lealtad de un público que aún no soportándolo, lo acompañó con el rating. Aborto legal, ley de cupo travesti trans y de equidad en medios de comunicación ensanchan la distancia con sus últimos tiempos de liderazgo, ese en el que no conocíamos la palabra coronavirus ni se debatía qué hacían juntas tantas personas encerradas.
El mundo post pandemia parece haber aprendido a fuerza de golpazos algo sobre cómo tramitar la enfermedad y la muerte, y la performance de la diversión mas conocida de nuestra tele se volvió lenta y agria, y el líder, opaco y refunfuñante, haciendo bullying en vivo a quien quiere usar barbijo. Tinelli ya pidió perdón por los pecados, se avergonzó de haber cortado la ropa de las participantes para verles un gramo mas de culo y se reinventó mil veces siendo igual, con esa risa espasmódica y el cliché de “señores” para referirse a la audiencia entera. Sin embargo, esta temporada obligó al compañero de Mar Tarrés en la pista de baile a que le diera un beso de lengua solo por el morbo de que alguien “normal” bese a una chica gorda. O se hizo el copado con un grupo de drags que, espléndidamente montadas al costado de la pista, esperaban que Marce las hiciera desfilar en vivo, pero sigue jugándole los celos enfermizos a su pareja cuando hace de jurado o se le llenan los ojos de lágrimas cuando pasan saludos para los soñadores, esos mismos de los que se ríe cuando hablan bajito o bravuconea cuando apuesta dinero a embocarla en el aro (¡otra vez!)
La semana pasada, una participante cantó "Yo no soy esa mujer" de Paulina Rubio y la pantalla iluminó pesadamente fotos de célebres figuras femeninas de ¿la historia? Ana Frank entre Mercedes Sosa y Oprah Winfrey hubiera sido desopilante sino fuera el indicio claro de que lo de Tinelli es un show rancio, ya caduco, que no puede sostenerse en su propio peso.