Uno de los efectos colaterales no deseados de las redes sociales es haber consolidado como un hábito que, tras cada tragedia, ilustradores de todo el globo hagan de eso una bandera. Sucedió con los atentados terroristas en el teatro Bataclán de París en 2015 y con el tiroteo en el boliche gay de Orlando el año pasado, pero lo que comenzó como una respuesta sincera y emotiva terminó degenerando en una suerte de búsqueda del fenómeno viral a través de la solemnidad autoimpuesta, con crespones negros y siluetas de lágrimas. Por fortuna, también existe una generación de creadores en las redes sociales que se saltean esos mandatos y le ponen su propia voz a sucesos menos publicitados pero más cercanos.
“No tengo dudas de que algunos aprovechan las tragedias para sacar crédito personal y poner su firma en imágenes que se comparten en Twitter o Instagram. Creo que no es mi caso, en mi trabajo diario lo hago con marcas y empresas y no puedo dar mi opinión en muchos temas. En OyeMathías, en cambio, está mi voz, no la de mi cliente. Mi línea editorial es prestarle atención a la agresión, que creo que está muy presente. Desde homofobia, inmigrantes, género… ¡todas las minorías son agredidas constantemente!”, le contó a SOY Mathías Sielfeld, un chileno que está creciendo con su sello “OyeMathías”, en donde no busca ni la carcajada ni el sentimentalismo, sino simplemente retratar situaciones cotidianas que ve en su país pero que cree que se repiten en todo el continente.
Con el ojo puesto en las agresiones que son menos evidentes, sus cuadritos tienen muchas veces como personajes a señoras que comentan lo que ven en la calle o chongos que se alarman con las demostraciones de afecto públicas de dos maricones o dos marimachos. Sin embargo, su mayor resistencia en redes la encuentra cuando deja en evidencia a un grupo específico: “Cuando más insultos recibo es cuando ataco a la Iglesia. Pero, si tengo que ser sincero, creo que soy respetuoso con lo que muestro y que no hago más que marcar lo evidente, ni soy grosero ni soy exagerado. Sin embargo, es sólo mostrar la realidad lo que desespera a algunos. Lo perciben como violencia. No tanto a mis seguidores, que ya me conocen, pero sí gente que quizá me ve por RT o reposteos en Instagram. También sucede con gente que me empieza a seguir por una ilustración sobre machismo, por ejemplo, pero se espanta si hablo de un cura o una monja.
Sielfeld tiene 31 años y es un oso hecho y derecho que haría que más de un argentino se de vuelta en pleno yire callejero aunque prefiere no ponerse ninguna etiqueta ni tampoco se siente cercano a ninguna orientación específica. “En realidad me inspiro en lo que me rodea, en mis propias experiencias y en lo que veo, por ejemplo, en la web. Unos videos de activistas transgéneros en YouTube me enseñaron mucho de lo que piensan y viven. Hoy me pasa con la ley de identidad de género de Perú y las agresiones de la Iglesia o con lo que sucede en Chechenia: en ese sentido la web es como la homofobia y el machismo, no tiene fronteras”, concluyó.