El mundo ha cambiado en la última década. Benito Taibo, que está convencido de que “leer es resistir”, escribió la novela Persona normal (2011), en la que cuenta la historia de Sebastián, un chico que a los 12 años perdió a sus padres en un accidente y se fue a vivir con su tío Paco. Las aventuras del tío y su sobrino -donde los libros y la literatura tienen un papel protagónico- se convirtió en un inesperado best seller de la literatura juvenil mexicana. “El libro es jardín que se puede llevar en el bolsillo, nave espacial que viaja en la mochila, arma para enfrentar las mejores batallas y afrentar a los peores enemigos, semilla de libertad, pañuelo de lágrimas (...) El libro te obliga a pensar, a sonreír, a llorar, a enojarte ante lo injusto y aplaudir la venganza de los justos. El libro es comida, techo, asiento, ropa que me arropa, boca que besa mi boca. Lugar que contiene el universo”, cuenta Sebastián lo que le dijo el tío Paco en la edición conmemorativa por los diez años que publica la editorial Destino. El libro incluye “Fin de los tiempos”, el regreso de estos personajes entrañables, diez capítulos que transcurren durante la pandemia.
El entusiasmo de Taibo (Ciudad de México, 1960) no decae en tiempos de incertidumbre; más bien crece, como si encontrara en la escritura, en los libros, en la promoción de la lectura, la maravillosa oportunidad de conocer mejor el mundo. “A Sebastián lo hice huérfano siguiendo las instrucciones del señor (Charles) Dickens, que sabía mucho del tema. Un chico huérfano es una suerte de esponja para recibir y para dar; interviene ahí el camino del héroe, el viaje hacia la redención, todo aquello que nos explicó tan bien Dickens cómo funcionaba. La orfandad te deja frágil, pero al mismo tiempo muy receptivo”, explica el escritor y periodista mexicano, director de Radio UNAM, autor de las novelas Corazonadas (la segunda protagonizada por el tío Paco y Sebastián), Polvo, Querido escorpión, Desde mi muro, Cómplices y la trilogía Mundo sin dioses.
-¿Cómo fue escribir “Fin de los tiempos” en pandemia?
-Me puse a pensar en todos los chicos jóvenes que estaban a punto de salir por primera vez a tomar su primera copa y que estuvieron encerrados en sus casas. Entonces dije “tengo que hacer algo” y escribí los diez capítulos como una suerte de transpolación de Persona normal en pandemia. Escribí para los jóvenes por el gusto de ayudarlos a pasar este encierro. A los adultos mayores nos ha costado mucho menos trabajo que a ellos estar encerrados.
-El tío Paco, un poco pesimista, dice en un momento: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. ¿La pandemia sirvió para aprender de nuestros errores?
-Lo sabremos cuando termine la pandemia, pero todavía no hemos aprendido del todo. Estamos en una tercera ola que nos demuestra que no hemos aprendido. Después de dos olas, tendríamos que saber que no podemos estar entre multitudes y que tenemos que usar cubrebocas; todas esas prevenciones no se están llevando a cabo; si no, no existiría la tercera ola. Este verano, por lo menos de este lado del mundo, los contagios se han multiplicado. Deberíamos salir de aquí con palabras viejas que sean nuevas como solidaridad, empatía, otredad; todo aquello que nos permita mirar al mundo de nuevo de una manera distinta, donde el otro no es el enemigo sino nuestro reflejo.
-Sebastián dice que tanto él como su tío creen fervientemente en la ciencia, que se ha convertido en su única religión. ¿Compartís esta creencia?
-Sí. Nuestra única obligación moral es no ser imbéciles. No estamos en la Edad Media, no es la peste negra; la única solución y salida la tiene la ciencia.
-¿Cómo explicás el curioso fenómeno de médicos y científicos negacionistas?
-Me parecen unos salvajes que no aprendieron nada en la carrera de medicina. Si el virus no existe, la gente está muriendo por “gusto”, o ¿por qué coño está muriendo? En América latina el realismo mágico está impregnado en nuestros genes y es un atavismo cultural: vamos al médico y confiamos que nos saque la vesícula, pero por si acaso llevamos una estampa de la virgen para que complemente. Que no me parece mal, no voy a discutir las creencias de nadie, siempre y cuando esas creencias no maten a los otros. El negacionismo mata como moscas a las personas. Confío mucho en la ciencia y espero que salgamos pronto de esta pandemia. Y tenemos que confiar en la literatura, que es la mejor manera en que podemos pasar este tiempo de encierros.
-¿Qué papel tiene la imaginación en este mundo pandémico?
-La imaginación es la loca de la casa que vive en la cabeza; así la llamaba Santa Teresa. No concibo al mundo sin imaginación. Tenemos derecho a los sueños, a la imaginación, a la rebeldía, a todo aquello que nos permita salir de la caja para mirar cómo florecen las mariposas.
-¿Cómo siguen Paco y Sebastián?
-Hay cosas que todavía no están presentes en mi literatura, como la revolución de las mujeres. Los escritores tenemos que deconstruirnos y aprender a contar de otras maneras; tenemos ese atavismo cultural metido hasta lo más profundo y sin darnos ni siquiera cuenta lo seguimos repitiendo. Lo estamos intentando y esto tendrá que traducirse a nuestra literatura, sin duda. En todo lo que escriba (de Paco y Sebastián como otras historias) intentaré pensar la mirada incluyente, de género. Pero es algo que tenemos que aprender.
-¿Qué es lo más difícil de la deconstrucción?
-Las cosas que están más ocultas, aquellas que ni siquiera nos damos cuenta de que estamos cometiendo porque vienen dentro de nuestra cabeza y porque nunca pensamos que fueran malas, como luego descubrimos. La condescendencia, algo que estaba en nuestro ADN, hay que empezar a transformarla. Me refiero a los modales del siglo XIX: “pase usted primero”... Eso les sienta mal a algunas compañeras, ¿me explico?