Tocar lo mismo, pero siempre distinto. Más que de un misterio iniciático se trata una de las lógicas de esas músicas que aunque modernizadas en la escritura conservan numerosos rasgos de la tradición oral. Entre ellas está, claro, el jazz. Julia Sanjurjo canta jazz, asume esa idea y la dilata. Con dos formaciones distintas, una de las voces más valiosas del circuito porteño, repasa y relanza piezas de lo que conocemos como el Songbook americano. Interiores se llama el disco, grabado en vivo el año pasado en Cuerda Mecánica (el centro cultural de Juramento 4686, donde lo presentará el 31 de julio a las 20.45) y editado por el sello marplatense ICM. En la performance de Sanjurjo también se refleja otra razón del jazz: el trabajo colectivo, la horizontalidad en la que la idea de líder se diluye en la interacción. Cerca de esa idea está Familia, un nuevo disco de Andrés Elstein para el sello ears&eyes, el cuarto del baterista y compositor, exponente destacado de la generación jazzera que anda por los trentipico. Más joven y también baterista es Nacho Moze, que al frente de su sexteto editó Costanera, para el sello Elefante en la habitación!

Alternando en dúo con el pianista Nataniel Edelman y en trío con Ramiro Franceschin en guitarra y Santiago Lamisovski en contrabajo, en Interiores Sanjurjo concibe el estándar como campo de batalla. O, más civilizadamente, como la mesa de conversación donde exponer sus ideas. Desde el inicio, con “All The Things You Are”, la cantante juega su expresividad sobre la palabra y su peso dramático, evita apremios rítmicos, entra y sale con total libertad de una trama instrumental que temperamentalmente se parece a su manera de decir y es formidable cuando traza horizontes de quietud sobre los que las formas del intimismo se amplifican. “Lonely House”, de Kurt Weill y Langston Hughes; “Long as You're Living”, con un excelente solo central Franceschin, e “Inutil paisagem”, de Tom Jobim y Aloysio de Oliveira, están entre los mejores momentos de Interiores. Sanjurjo agrega así matices a una búsqueda personal que no quiere estandarizarse con un disco que en algún sentido es la continuación, pero de otra manera, con En vivo en Cuerda Mecánica (2019), con el excelente trompetista Valentín Garvie y el mismo Edelman.

Andrés Elstein y su cuarteto. 

Pianista de los más interesantes de la nueva generación, Edelman es parte también del cuarteto de Andrés Elstein. El baterista y compositor acaba de editar Familia, un álbum de música original. Lucas Goicoechea en saxo alto y Juan Bayón en contrabajo completan una formación bien predispuesta al espíritu de una música abierta. Antes de definirse en la performance del cuarteto, la música de Elstein propone sólidas plataformas para los desarrollos instrumentales. Entre los desplazamientos rítmicos y los ardores del hard bop extendido de “Aplausos” y la distención casi naíf de “Celebración”, se despliega una variedad expresiva interesante, que no elude los riesgos de la experimentación. Hay momentos más articulados formalmente, como “Nómade” y “Shuffle”, además del contrastante “Busca misterio”, con un solo notable de Bayón, y “Vueltas”, sostenido por un trabajo sobresaliente de Goicoechea, en muchos sentidos lo más logrado del disco.

Más directo en su propuesta resulta Costanera, el debut discográfico del baterista Nacho Moze. Al frente de un sexteto que se completa con Reimon Lesbegueris Pinillos en trompeta, Gonzalo Pérez en trombón, Augusto Noël en saxo tenor, Alejandro Rosero en piano y Leonardo Valle Figueroa en contrabajo, Moze juega sobre la certeza rítmica, con referencias estilísticas claras, expresadas entre la música rioplatense y ciertos gestos del funky y el soul. Sobre música propia y arreglos bien coloreados y eficaces –en su mayoría del mismo Moze–, el sexteto regula la variedad según el esquema que en general equilibra la exposición del tema, las excursiones de las improvisaciones y el final feliz con el regreso al tema. Ecos de algún Hancock se escuchan en el inicial “Pim pun boogaloo” y “Terrazas”, mientras que en “Dormir la siesta” y el tema que da nombre al disco se orientan en un camino más personal, que termina de redondearse en el final, con la versión de “Yulele”, la canción de Eduardo Mateo. Liberada de referencias jazzísticas concretas, resulta la muestra más personal de jazz del disco.

Interiores, Familia y Costanera, tres discos que con inevitables puntos en común y saludables divergencias son representativos de la actualidad del jazz que se hace en Buenos Aires, que -pandemia mediante- no deja de producir.