“Pasan los días y el dolor se profundiza. El dolor y la desesperanza. El fallo de la Corte Suprema me dejó anonada”, dice Gladys Cuervo, ex enfermera del Hospital Posadas y una de las víctimas del grupo de tareas Swat, que integraba el represor Luis Muiña.
-¿Qué fue lo que más le dolió del fallo?
-No me llama la atención de (Carlos) Rozenkrantz y (Horacio) Rosatti, que son abogados corporativos, pero sí de Elena Highton de Nolasco, que siempre falló de otra manera. Borró con el codo lo que había escrito con la mano. Me llama aún más la atención por ser mujer, que no se haya sensibilizado con las madres, las abuelas, las hermanas, todos los que no tienen adónde llorar a sus seres queridos. Que no se haya sensibilizado con la tortura que me propiciaron.
-¿Cree que es una amnistía encubierta?
-Es un indulto encubierto, de eso no tengo duda. Es un golpe terrible a la democracia, a la humanidad, pero además abre la puerta para que 752 represores pidan lo mismo que Muiña. Yo no quiero encontrarme con el Tigre Astiz, con (Jorge) Radice, en un bar. Sería una cosa horrible.
-¿Es un regreso a una etapa de impunidad?
-Para mí era un orgullo ser un país emblema de los DDHH, pero “aquí no ha pasado nada”. A pesar de que tengo 77 años, no voy a bajar los brazos, vamos a seguir luchando. Me había relajado en los últimos años porque había políticas que estaban en lo correcto, pero ahora voy a levantar la guardia: me tocó a mí recibir el primer golpe que lamentablemente no me afecta sólo a mí, sino a toda la sociedad.
La historia
El 28 de marzo de 1976, cuatro días después del golpe, el Hospital Posadas fue ocupado militarmente, con Reynaldo Bignone al mando del operativo. Gladys Cuervo se enteró por la noche de ese mismo día, cuando ya se había retirado del hospital, donde trabajaba como enfermera en el área de traumatología.
Al día siguiente, Gladys, quien tenía cierta actividad gremial, decidió que si ella iba a ser detenida, sería mejor que sucediera en el Posadas y no frente a sus hijos. Se subió al colectivo y fue a trabajar. Se encontró con una escena de película: tanques de guerra apostados en las inmediaciones, helicópteros sobrevolando el lugar, soldados trepados a los árboles. Y dos retenes en los ingresos, con listas que se modificaban hora tras hora: de allí salieron los nombres de los 50 trabajadores detenidos y torturados, de los cuales 11 permanecen desaparecidos.
- ¿Cómo fue ingresar al hospital aquel día?
-Había mucho miedo, tratábamos de avisarles a compañeros que no estaban y hubo algunos que no fueron nunca más al hospital. Los compañeros que ya habían sido detenidos, estaban sentados en el piso en el comedor de médicos, muy golpeados. Yo vi a tres. Recuerdo que en un momento vimos que los iban a trasladar en los carros de asalto, sin identificación. Subimos al primer piso para intentar ver a quiénes se llevaban. Nos dieron la orden de que nos retiráramos, pero comenzaron a disparar contra los vidrios y las paredes para asustarnos.
Gladys siguió yendo al hospital, donde el miedo provocaba un silencio permanente, sepulcral. Un oficial de apellido Di Benedetto quedó al mando del operativo, que si bien se había reducido en número, seguía siendo estrictamente militar.
En abril de 1976, la dictadura designó al coronel médico Julio Esteves como Director Interino del Posadas. “Esteves veía guerrilla en todos lados, estaba alucinando”, recuerda Gladys. Pidió refuerzos para la guardia arguyendo que sucedían “cosas incontrolables”.
La realidad era bien distinta. “El hospital era un cementerio, ni nos animábamos a hablar en el ascensor, mucho menos en los pasillos. Era un temor superlativo, extremo”, describió Gladys.
En ese contexto se puso en marcha un sistema de vigilancia paramilitar coordinado por el Subcomisario de la Policía Federal, Ricardo Nicastro. El grupo de tareas se autodenominó SWAT y profundizó la persecución y represión en el hospital.
- ¿Qué recuerda de ese momento?
- Cuando aparecen estos personajes constituyeron una guardia paramilitar, como una banda del far west. Se metían adentro de las habitaciones, amedrentaban a los profesionales y pacientes. A los pacientes de traumatología, donde yo trabajaba, les levantaban las sábanas para ver qué tenían y pensaban que los aparatos que usábamos eran artefactos de guerra. Yo discutía mucho con ellos.
- ¿Cuándo y en qué contexto la detuvieron?
- El 25 de noviembre me llaman de dirección, a las 10 de la mañana. Pensé que era un tema trivial. Me llamó la atención que no había presencia de nadie en el hall central, sólo un portero del hospital, un personaje desagradable, a quien llamábamos “puente roto” porque nadie lo quería pasar. “Vos sí podés ir a la Dirección”, me dijo. Cuando voy a golpear la puerta, me toman de atrás, me golpean, me tapan la boca, me ponen arriba de una mesa y me empiezan a golpean, a torturar. “Esto es la aceituna del vermut”, me dijeron.
- ¿Cómo reconoció a Muiña?
- Era una banda que se paseaba por el hospital impunemente, a cara descubierta.
- ¿Y el resto de los integrantes del SWAT?
- El más sádico, Juan Cocteleza, estuvo prófugo un largo tiempo pero fue detenido en 2006. Hizo un infarto masivo antes de llegar a juicio. Muiña y el ex brigadier Hipólito Rafael Mariani fueron los únicos juzgados. Argentino Ríos se descompuso y zafó del juicio, quedó en libertad.
Luego de que la torturaran en el mismo hospital, Gladys fue paseada en una camioneta durante 15 minutos. La bajaron encapuchada y la llevaron hasta El Chalet, el centro clandestino que funcionó dentro del propio hospital. Sin embargo, le mintieron: “Estás en Campo de Mayo”, le dijeron.
“Me acuerdo que, primero, estaba tirada sobre un piso de parquet y luego me metieron en un placard. Yo no terminaba de entender por qué estaba detenida. Había tenido un poco de participación gremial, pero las preguntas que me hacían… yo no sabía nada”.
- ¿Ahí la torturaron?
- Me hicieron cosas que nadie normal podría imaginar. Me metieron picana, me hicieron el submarino varias veces, me rompieron huesos, me quemaron con colillas de cigarrillos. Tengo cicatrices en el cuerpo pero fundamentalmente en el alma.
- ¿Qué le preguntaban?
- Cualquier cosa, siempre con la cara tapada. Con qué médico me acostaba, si era la mujer de Vaca Narvaja, dónde estaba Galimberti, dónde Firmenich, dónde estaba el escondite de Montoneros, si era oficial del ERP... Yo les respondía “pero me preguntan por Montoneros y ahora me dicen que soy del ERP...”. Luego me trasladaron a la Base Área de Palomar, siempre sola. De allí me liberaron, el 22 de enero de 1977, así sin más, me dijeron que en la guerra siempre caían inocentes.