Hace un buen par de siglos, esta república era una colonia rebelde, acosada y entusiasmada que se plantaba de guapo ante una España que todavía contaba entre los poderes de este mundo. Para festejar su flamante revolución y para darse ánimos, la generación de Mayo hizo una fiesta cívica alrededor de un monumento modesto y republicano, que daba el tono y no costaba duros que no había. No fue un árbol de la libertad, a la manera francesa, sino un obelisco de ladrillo revocado y coronado por una bocha, forma novedosa en estas pampas. Con nuestra habitual manía por los sobrenombres y con la usual persistencia en el error, el monumento terminó siendo la “pirámide” de Mayo, nombre desconcertante para el visitante que distingue entre pirámides, de los más escasas en Argentina, de obeliscos. Pero, en fin, son cosas del cariño.
Quien pase por la plaza de Mayo en la que lleva más de doscientos años verá el obelisco/pirámide envuelto en un andamio y telas azules, y deberá alegrarse porque el monumento está siendo restaurado en serio. Esto es, no está siendo puesto en valor, ni arreglado, ni remozado. Está siendo tratado por un equipo que se la tomó en serio y que sabe en qué se está metiendo. La dirección general de Espacios Verdes y el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteños le encargaron la obra a Marcelo Magadán, especialista en estas costas, vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, y un referente en el tratamiento de sitios de valor incalculable y gran fragilidad. La intervención en la pirámide misma está a cargo de la restauradora Marta Zaffora y su equipo, con asesoramiento estructural del ingeniero Oscar Galluzzi y nada menos que dos especialistas en materiales y laboratorio a tiro. Como mandan las reglas del arte, tres personas se encargan del registro de obra, mientras que Flavia Zorzi y Ricardo Orsini coordinan la investigación arqueológica, y el arquitecto Francisco Girelli hace la histórica.
Lo primero que hay que entender para entender esta obra es que la pirámide es un edificio y no una pieza escultórica, con lo que Magadán y su gente cavaron, catearon y exploraron muros, cimientos y asentamientos. Girelli pincha el primer e instalado globo pseudohistórico: no hay una “pirámide vieja” enterrada en la pirámide actual. El registro histórico visual tiende a mostrar al monumento original como mucho más pequeño que el actual, pero Girelli señala las pinturas de Pellegrini, hechas in situ, como más ciertas porque muestran el monumento viejo apenas más bajo que el actual. Prilidiano Pueyrredón, al que se le adjudica la obra aunque su participación fue parcial, le levantó la altura y la ensanchó un tanto para recibir la Dama República al tope, la redecoró y mucho, pero no envolvió nada dentro de una fábrica nueva.
El equipo descubrió gradualmente las sucesivas intervenciones sobre el edificio y encontró que la pirámide está instalada en una suerte de manchón de agua inexplicado. No es que flote en barro, pero justo abajo del monumento hay una perenne humedad que ahora, en las partes sin revoque, se puede ver a simple vista. De hecho, al retirarse viejos sistema de luz y hasta maderas insertadas para usos olvidados, se aprovechó para dejar canaletas de ventilación discretísimas. La idea es también aislar los cimientos para que dejen de chupar agua, y evitar que el edificio toque la tierra creando una vereda perimetral que sirva también de barrera al agua.
Buena parte de esta obra es reparar vandalismos diversos, otra parte es solucionar cosas de la vejez y una parte importante es revertir intervenciones fallutas, a las apuradas o torpes. La cantidad de pinturas, materiales y revestimientos encontrados en la pirámide darían risa al desprevenido, y muestran que el edificio no fue tratado con seriedad sino con rutina municipal, como si fuera uno más. Magadán y su equipo están retirando y retirando estos errores, reemplazando molduras mal copiadas y descubriendo las originales de la intervención de Prilidiano.
Algo que sí es original es la estatua al tope, que todavía porta su lanza de metal, a la que le falta la cabeza. Girelli señala que la punta de la lanza tenía 60 centímetros de largo y era de zinc, pero que al perderse esta cabeza se la reemplazó por un cabo de madera y una punta chica. Al retirar el parche se encontraron con una sorpresa, la fijación original que era un bulón fresado, objeto que no se sabía que existiera en estas pampas en la década de 1860. La nueva cabeza de la lanza fue reproducida a partir de fotos de la original, que dieron lugar a un printer 3D como base para una pieza hecha a mano en aluminio.
Hablando de esculturas, también vuelven a las esquinas las cuatro de mármol que estuvieron largos años al pie de la pirámide. Retiradas en 1912, las piezas fueron realizadas en Francia para el viejo edificio del Banco Provincia, en el que estuvieron poco tiempo por temores sobre la integridad escultural de la fachada. Algunas fueron a parar al Asilo Recoleta y otras a la Costanera Sur, pero cuatro terminaron en la pirámide porque las que había hecho Prilidiano se habían esfumado. Como la Dama República de arriba, estas piezas eran pilares de material que se terminaron de esculpir en el lugar y al parecer fueron simplemente demolidas por su deterioro.
Las cuatro piezas de mármol francés pasaron por siete lugares diferentes en estos 105 años y lo pagaron con roturas. El coordinador del equipo de restauración, Miguel Crespo, muestra los pegoteos de cemento duro que no se pueden retirar sin riesgo cierto de partir el mármol, y cuenta con pena cuán difícil es limpiar pintadas e iniciales raspadas en la piedra. Una de las piezas tendrá nariz nueva y todas ya lucen una limpieza y luminosidad que no se podía ni adivinar.
Con lo que este año, cuando se descubra la pirámide, podremos festejar una restauración de verdad, rigurosa, según las reglas. Es una alegría rara entre nosotros, que merece el crédito correspondiente.